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La vida de “chagüitillo”, como se le conoce, está llena de anécdotas, las que relata con soltura. LA PRENSA/R. ORTEGA.

La vida maravillosa del indio Domingo Sánchez

Para demostrar su disposición de lucha contra el conquistador español, el cacique araucano Caupolicán cargó sobre sus hombros un descomunal tronco de árbol, y con él a cuestas anduvo varios días con sus noches. Un acto similar realizó el indio Domingo Sánchez Salgado cuando, expulsado de sus tierras, tuvo que cargar con su familia y […]

  • Para demostrar su disposición de lucha contra el conquistador español, el cacique araucano Caupolicán cargó sobre sus hombros un descomunal tronco de árbol, y con él a cuestas anduvo varios días con sus noches. Un acto similar realizó el indio Domingo Sánchez Salgado cuando, expulsado de sus tierras, tuvo que cargar con su familia y además con un enorme fardo de ideales con los que construyó —inclaudicable—, el edificio de su propia vida

Mario Fulvio Espinosa [email protected]

Primera de dos partes.- Asombro y respeto constituyen las emociones que me aturden al estar frente a este hombre recto, humano y bueno, verdadera “rara avis” en nuestro país, donde los principios políticos se pudren de la noche a la mañana, y donde los valores que propenden a la integridad cívica y moral están agonizando.

Nació, don Domingo, el 20 de diciembre de 1915 en Chagüitillo, cuando este poblado era una aldea de unas treinta o cuarenta casas. “Casonas grandes cuyas paredes eran de rejones o varas grandes de madera que se utilizaban para hacer las paredes. Ya como en 1920 ó 21 me di cuenta de que esas casas tenían techo de tejas y no de paja, y que el piso era de tierra apelmazada. Las puertas, cuando salía la gente, se amarraban con bejucos, sin el menor temor de que alguien se metiera”.

“Allí nací —enfatiza don Domingo—, mi padre se llamó Filadelfo Sánchez Cortés, oriundo de Sébaco, indio de Sébaco y miembro de la casta indígena de ese lugar, que ha sido dueña de una buena cantidad de tierras que se las donó el Rey de España, más otras que compraron al mismo monarca. Mi madre se llamó Juana Salgado Morales, por parte de madre ella era de Jinotega, pero por su padre era Salgado de Sébaco”.

Bajo el ala de su sombrero blanco, prenda que se encarna en la personalidad e historia de nuestro amigo, los ojillos negros de gavilán de don Domingo brillan bajo las cejas canosas y largas, al evocar los felices tiempos de su infancia.

“Mi padre era un campesino acomodado porque ordeñaba ocho vacas, no tenía una recua, pero sí cuatro caballos y cinco yeguas. Posiblemente mis padres se casaron en 1909, porque para 1915 yo vine a ser el menor de cinco hermanos. Para ese tiempo los miembros de la comunidad indígena que se casaban recibían como regalo cincuenta manzanas de terreno “en uso, goce y habitación”.

“Todavía está ahí, en Chagüitillo, la casa esquinera donde yo nací. Después mis padres compraron más tierras que eran pagadas a la comunidad en calidad de arriendo, por eso digo que ellos eran campesinos acomodados.

“De padre y madre fuimos cinco hermanos, sólo sobrevivió una hermana que murió en 1946. De parte de padre conocí a dos hermanos más, que mi “mamita”, así le decíamos a mi madre, recogió cuando quedaron motos, y los terminó de criar”.

DE CAITES, COTONA Y PANTALON DE DRIL

Si para el coronel Aureliano Buendía resulto inolvidable el día en que su padre lo llevó a conocer el hielo, para el indito Domingo Sánchez fue todo un acontecimiento cuando don Filadelfo, su progenitor, lo sentó en un taburete y le amarró sus primeros caites. Casi por ese tiempo le pusieron su primera cotona y el pantalón chingo de dril.

“Allá en la finca viví mis primeros siete años, aprendí a ordeñar las vacas, a correr en bestia y aguar a los animales en la Quebrada de Chagüitillo, que es rica en monumentos prehistóricos. Mis amigos de infancia fueron Roberto Palacios, que hoy tiene 84 años, un hermano de Roberto, Ignacio Palacios, tiene ahora 87 años, y vive en el asilo de ancianos de Chagüitillo. Otros carnales fueron Paulino Valdivia, que acaba de morir, y Chon Pérez, quien me dijo que tiene 85 años”.

“Con estos amigos jugaba a las chibolas y al béisbol de dos bases, con bola de trapo. Éramos como diez muchachos que corríamos como gamos por la calle real del poblado. Pero eso sólo lo podíamos hacer en domingo, pues desde muy niños nos ponían a trabajar.

“Cuando llegué a los cinco años ya podía guiar los bueyes que araban la tierra, de carretas no porque se necesitaba que fueran hombres y, como los hombres, los niños también nos levantábamos en la madrugada, pues siempre nos asignaban un quehacer que podía ser arrear, montado a caballo, los bueyes para aguarlos en la quebrada, donde también recogíamos en tinajas el agua potable o lavábamos el maíz y los frijoles.

“Nuestras tinajas eran hechas en un lugar que le decían Las Alturas, y que quedaba entre San Isidro y La Trinidad, allí eran maestros para hacer esos recipientes, y hasta confeccionaban tinacos para filtrar el agua”, recuerda don Domingo.

Como si fuese hoy, don Domingo Sánchez evoca el momento en que sus padres decidieron, en 1922, enviarlo a estudiar a Matagalpa. “Salí de Chagüitillo junto con Hildebrando Padilla, hijo de don Pacífico Padilla y de doña Modesta González”.

Para 1927 Domingo ya había aprobado su primaria, fue cuando su madre, doña Juana Salgado, le buscó colocación en el bufete del abogado Andrés Lanzas, de Jinotega. “Comencé como mandadero, pero poco a poco aprendí a escribir a máquina y a conocer ciertos aspectos legales”.

UNA ANECDOTA QUE TUVO SUS COMPLICACIONES

Otra etapa en la vida de don Domingo Sánchez comienza en 1936, cuando el caudillo político liberal somocista de Sébaco, don Eliseo Miranda Sotelo preparó una magna bienvenida al general Anastasio Somoza García que andaba en gira política por el Norte.

Cuando don Eliseo se levantó de su silla para darle un abrazo a Somoza, cayó muerto, fulminado por un ataque al corazón. “Murió a los pies de Somoza, en una fecha de septiembre de 1936, y sus funerales fueron solemnes, pues así lo dispuso el mismo Somoza”, puntualiza don Domingo.

Cuando se abrió el testamento de don Eliseo, se descubrió que había una escritura que le había otorgado al difunto el juez local de Sébaco, don Francisco Castillo, mediante la cual le daba la posesión, por venta forzada, una enorme cantidad de tierras de la comunidad indígena que habían sido embargadas por una deuda de cien córdobas, más otros cien córdobas por gastos de juicio.

“Yo calculo que eran sesenta kilómetros cuadrados de terreno los que perdía con esa escritura leonina la comunidad indígena, explica don Domingo.

El presidente de la directiva de la comunidad indígena era don Máximo Hernández, hombre campesino analfabeta, compadre de don Eliseo, que cuando le preguntaban del caso decía entre monosílabos: “Pues yo no sé nada, mi compadre me decía: ‘Firme aquí, compadre’, y yo firmaba”, pero el colmo era que no sabía firmar sino que dibujaba su nombre.

De no haber muerto Eliseo, quizás no se hubiera conocido la usurpación de esas tierras, porque el susodicho nunca le dijo nada a nadie ni molestó a nadie, pero sus sucesores las ofrecieron en venta a don Francisco Somarriba, aunque éste no quiso adquirirlas por no entrar en conflicto con la comunidad indígena, donde tenía numerosos amigos.

Entonces se las vendieron a un norteamericano residente en Matagalpa llamado Gai-the Eduardo Ruth… y así comenzó el pleito con la comunidad, que ganó el gringo en 1938.

“Recuerdo que nos llamaron a “absolver posiciones”. Yo llegaba y escuchaba: “¿Diga ser cierto, como en realidad lo es, que esas tierras pertenecen a don Gaithe Ruth?” Mi padre se mostró vacilante, pero otro campesino llamado Prudencio Osejo, cuando le preguntaron, dio un violento golpe en la mesa y exclamó: “¡Yo no sé quién es ese condenado!”

“De acuerdo con el abogado que nos llevó el caso, don Irineo Rivera, las tierras de la comunidad eran imprescriptibles, es decir, que no se pueden vender ni donar, sólo darlas en usufructo o en arrendamiento, pero Eliseo, como era caudillo liberal, hizo gestiones ante la Cámara de Diputados que emitió un decreto declarando prescriptibles las tierras de Sébaco para legalizar el despojo realizado por Miranda.

“Ruth se adueñó de las tierras. El juicio despojaba a veinte campesinos de Chagüitillo, aunque también perjudicaba los de Carreta Quebrada, Río Nuevo y otros, pero a esa gente no la tocaron, solamente a los de Chagüitillo porque eran las mejores tierras.

Y don Domingo Sánchez Salgado puntualiza:

“Ninguno de los campesinos salió, y en un acto que ahora juzgo de debilidad, sólo la pobre familia de mi padre abandonamos Chagüitillo y salimos huyendo a Matagalpa. Ahí dejamos las tierras, la casa quedó sola porque no entraba como parte de la demanda”.

LOS OFICIOS DE DON DOMINGO

Ya en Matagalpa —en 1938— el joven Domingo Sánchez Salgado se fue a laborar a la montaña en diferentes trabajos agrícolas. “Me gustaba especialmente el oficio de ordeñador en las haciendas de ganado. “Ese era mi fueyte” como decía aquí en Managua el célebre loquito “Pellelleque”.

LAS DOS FILAS PARTIDARIAS

– Ya viviendo en Matagalpa, la madre y la hermana de don Domingo se ganaban la vida haciendo y vendiendo pan y rosquillas.

– “Yo seguía la tradición política de mi padre y me declaraba conservador, y en las elecciones me ponía un pañuelo verde”.

– En esos tiempos se votaba en dos filas, una era para los liberales y otra para los conservadores. Así cada cual conocía a su adversario político.

(CONTINUARÁ)  

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