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Diferencia entre caudillos y estadistas

Ariel Montoya

Con la lapidaria pero certera frase de: “a los caudillos los echan, los estadistas se van”, el articulista internacional Mariano Grondona ahonda en el tema de los caudillos latinoamericanos, considerando así a aquéllos que aspiran a perennizarse en el poder, sobreponiéndose a las instituciones.

Por el contrario, señala Grondona, existe el otro liderazgo político, el del presidente que no aspira a gobernar más allá de lo señalado por su mandato, añadiendo que inclusive cuando éstos podrían reelegirse, como ha sido el caso del general Urquiza o de Mitre, en Argentina, no lo hacen. Éstos, indudablemente, pertenecen al escaso pero meritorio segmento del estadista fundacional, refiriéndose al mandatario que, aún gozando de gran popularidad, se retira del cargo para darle paso a nuevos liderazgos.

En Nicaragua, pese a las debilidades y críticas a las administraciones conservadoras, no puede rechazarse el hecho de que éstas han sido más respetuosas del entorno institucional. Recientemente, el politólogo Emilio Álvarez Montalván refrescaba la memoria de las contiendas conservadoras, cuando, en aras de superar la crisis del Partido Conservador tras el Pacto de los Generales en 1950, pidieron al dos veces presidente Emiliano Chamorro, que se apartara ante tantos “traspiés políticos”, a lo que éste accedió deponiendo actitudes personales.

El único caso que merece ser evidenciado en esta salvedad es el de la ex presidenta Violeta Chamorro y, posteriormente, el del actual mandatario Enrique Bolaños, quien no terminará siendo echado del poder precisamente por ejemplificar con sus hechos la actitud de estadista y no de caudillo, así como por respetar el límite moral de la gimnasia del poder, pieza clave para restituirle al país su desarrollo económico y social.

Pero, por otra parte, los caudillos no sólo abonan al deterioro maléfico que causan a sus pueblos. También lo hacen con sus propios partidos, a los que autoritariamente consideran pertenecer, sobre todo cuando sus miembros no se atreven a reemplazarlos ya sea por complacencia idolátrica, por incapacidad personal, por temor o por simple agradecimiento a los buenos favores paternalistas emanados del jefe supremo.

¿Acaso no es esto lo que ocurre con los diputados liberales en la Asamblea Nacional, o con las bases sandinistas que fueron privilegiadas con bienes, lo que los hace permanecer atados a sus designios?

Mientras los ex presidentes José María Aznar o Francisco Flores decidieron cumplir con los períodos por los cuales fueron electos, sin propiciar torpes enmiendas legales o negociaciones bajo la mesa para prolongar a toda costa sus mandatos, en Nicaragua Ortega y Alemán, uno desde las tarimas incendiarias y el otro desde el presidio placentero se aferran al retorno presidencial.

Nicaragua está aproximándose a la búsqueda de ese “estadista fundacional”. Pero éste, ante el deterioro de la clase política hoy día dominante y compuesta por el pactismo libero-sandinista, no será producto de sus filas, puesto que ya por la podredumbre moral ambas instituciones han perdido la confianza incluso de sus bases, así como del prestigio internacional, como se vio recientemente en el acto del 25 aniversario de la insurrección sandinista y como se está viendo en el marcado deterioro del liberalismo arnoldista. Orillándose ellos mismos a ese destino corrector de la historia que consiste en terminar echándolos del poder cuando éstos, como los mencionados, optan por el caudillismo y no por la figura del estadista fundacional.

Mariano Grondona escribió sus impresiones sobre caudillos a raíz de una reciente visita del ex presidente español, Aznar, a Buenos Aires, cuando les rememoró a los argentinos el mapa de ruta de los auténticos estadistas, señalando que allí donde las instituciones son fuertes los presidentes son breves, y que donde impera la ambición vitalicia de los caudillos se apaga, con el brillo de las instituciones, el horizonte de las naciones. Cuando Aznar venga a Managua, cinco millones de nicaragüenses recordaremos la lección.

El autor es analista político.

Editorial
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