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maremoto en Nicaragua, tsunami,

La muerte llegó de noche y casi no dio tregua para escapar. Más de 150 muertos fue parte de ese saldo trágico. LA PRENSA/Archivo

La historia del maremoto en Nicaragua de septiembre de 1992

Nicaragua sufrió el horror de un maremoto que azotó las costas del Pacífico el 1 de septiembre de 1992, con un saldo de cientos de muertos y mucho daño en las pequeñas comunidades pesqueras

Raspe y gane. Raspe y gane, pruebe la suerte. Sin fuerza, la voz sale marchita de un pequeño salón rústico ubicado en la costa de Masachapa. Doña Socorro López, a los 58 años, luce más envejecida que los años que lleva encima. “La vida me ha golpeado”, dice, sentada en una mecedora cerca de la puerta de entrada del salón donde ella vende lotería instantánea para contribuir a su economía doméstica, a pesar de ser la dueña del local.

En ese mismo salón estaba el 1 de septiembre de 1992, cuando la fatalidad llegó negra y fría desde las aguas que por siempre había visto frente a ella.

“Ahí por esa esquina estaba el mostrador (señala con el dedo índice de su mano derecha) y yo le estaba dando el vuelto a unos clientes que estaban sentados en las mesas de afuera”.

“No me acuerdo quién pasó corriendo y pegando un grito horrible. ¡Corran! ¡corran que ahí viene un gran tumbo”, decía el hombre. Nosotros nos quedamos congelados y yo sólo escuchaba un bujido como de viento fuerte que venía de la costa y la tierra empezó a temblar”.

“Ahí nomás estaba el mar. Un tumbo negro a la altura del techo pegó afuera y botó el muro y el agua se metió brava tirando todo. A mí me botó el agua y me desmayé. Cuando desperté ya todo había pasado. Nada de lo que ahora ve estaba en pie y a mí me sacaron de unos escombros a una cuadra de aquí, estaba oscuro todo y tenía golpes por todo el cuerpo. Nada se oía”, dice doña Socorro, sentada en su mecedora frente al mar.

Todo perdido

Las rodillas y las piernas de la señora aún guardan el recuerdo de aquella noche. Tiene cicatrices de hoyos y rasgaduras de piel.

“Esta pierna por poco y la pierdo”, dice al mostrar su pierna derecha donde yacen pequeños mapas de surcos en la piel.

“Aquellos días fueron tristes. El mar nos golpeó duro y todos perdimos las cosas que teníamos. Yo no recuperé nada. Las cocinas, los radios, los muebles, las mantenedoras todo, todo, lo destruyó el tumbo”, dice la señora, para quien lo más duro de aquel día fue haber perdido a dos nietas.

“Mi nuera estaba conmigo ayudándome a despachar y la niña mayor (6 años) andaba trayendo un hielo afuera. La otra estaba en su cuna (tres meses). A la hora del tumbo nosotros no supimos nada”.

“Al día siguiente, ya cuando aclaró, unos pescadores de aquí cerca hallaron a la mayorcita enterrada en la arena y a la tierna bajo los escombros. Yo no hacía más que llorar hasta dormirme. Fue horrible aquello, todo el pueblo estaba destruido y uno no sabía si las familias estaban bien o mal. Yo perdí la conciencia”, expresa la señora, con la vista clavada en el mar y el rollo de loterías en su regazo.

El negocio de la señora fue arrasado y nunca volvió a ser el mismo. De los clientes que estaban pagando uno sobrevivió y al otro nadie lo volvió a ver. “A ese muchacho se lo debe haber tragado el mar”, musita doña Socorro.

“Correte que ahí viene el mar”

En la víspera del Año Nuevo 2005, la playa de La Boquita se encontraba casi vacía para ser verano. Apenas unos pocos bañistas, música alegre por allá al lado de los bares y unos pescadores destripando los frutos del mar.

Más acá, cerca del parqueo, está sentado Sebastián Mojica. Tiene un machete en la mano. Clavos y martillos están a su diestra.

Se toma un descanso antes de seguir levantando el cerco alrededor de unas viejas ruinas donde sobresalen unas columnas herrumbrosas de lo que antes fue una casa.

“La casa ya estaba arruinada cuando el maremoto y nadie vivía ahí. Parece que la van a levantar para hacer un restaurante, no sé, a mí me dijeron que la cercara y yo sólo soy un trabajador”, explica.

La noche del maremoto él estaba a unas tres cuadras de la costa de La Boquita, visitando a una familia del sector.

“Nosotros escuchamos un ruido extraño, como si un camión se hubiera ido en un guindo o explotado, pero venía del lado de la costa. Yo me salí del rancho a ver qué pasaba y empecé a bajar al lado de la costa. Cuál es mi susto que al ir caminando me siento los pies mojados. Pensé que me había ido en un charco, pero qué va, era el mar que hasta allá había llegado”, recuerda Mojica.

Al rato, se encontró con los resultados: la gente iba corriendo como loca hacia las lomas, llorando, pegando gritos. “¡Correte hermano que ahí viene el mar!”, le dijo alguien y Mojica empezó a sentir miedo.

Gritos como si fuera el fin del mundo

“El mar se oía bravo desde largo y las olas seguían entrando a la costa. Después, desde aquella loma vimos cuando el mar se corrió para dentro y cuando bajamos ya se había llevado las lanchas y destruido unos ranchitos de aquel lado”, dice Mojica, quien recuerda que para esa fecha no habían tantas construcciones cerca de la costa, como las que ahora existen.

“Si ese día hubiera estado así como se ha puesto esto, seguro que habrían muchos muertos”, reflexiona, mientras observa la ristra de casas y ranchones turísticos que se han erigido cerca de la costa.

Aquel día no hubo mucho que lamentar en La Boquita: lanchas perdidas, ranchos destrozados, uno que otro golpeado y la bodega de los pescadores destrozada.

“Aquí fue más el susto, pero viera qué feo se oía el mar cuando estaba entrando y cómo gritaba la gente. Parecía que estaba oyendo el fin del mundo”, recuerda Mojica, quien asegura que si volviera a escuchar ese ruido que viene del mar, no dudaría en salir corriendo a las colinas más altas.

“Ese ruido es inconfundible, parece que le sale desde adentro al mar, como eructo”, ejemplifica, mientras toma el machete para seguir la faena.

La noche más triste de Casares

Un fuerte olor a pescado descompuesto se viene en ráfaga desde la playa de Casares. Ahora hay mucha actividad pesquera y unas 20 lanchas están, si no en la arena, en la propia costa, a orillas del mar.

Los rudos pescadores están en sus faenas y sobre ellos sobrevuelan los pájaros que se alimentan de las tripas de pescado.

Más allá, costa arriba, cerca de las peñas, está un grupo de bañistas que entra y sale de las pequeñas lagunas que el mar ha creado entre las rocas inmensas carcomidas por el tiempo.

No muy lejos de ahí, unos cien metros hacia el pueblo, todavía en la arena de la costa, está un callejón de pequeños comerciantes de trucherías. Ahí tiene su mesa doña María Auxiliadora Bermúdez, frente a la puerta de un restaurante de donde emerge un rico olor a mariscos fritos.

Antes en ese local fue el casino del pueblo. El maremoto lo destruyó y mató a la dueña del local, una señora llamada Macedonia de Blanco, cuyo cuerpo fue encontrado en el estero, a varias cuadras de la costa entre los escombros de lo que fue el pueblo.

El resplandor del sol sobre el mar se le ilumina en los anteojos y por momentos da la sensación de que tiene los ojos húmedos. Ella estaba aquella noche en su casa, a unas dos cuadras de la playa.

“Yo estaba viendo una novela brasileña con mi marido y los chavalos andaban ahí jugando, usted sabe cómo son los chavalos. De pronto escuchamos un ruido fuerte como de motor de camión que venía de la costa. Mi marido sale y ve aquella muralla de agua que está reventando en la otra cuadra. ¡Corré Chilo!, me dijo el hombre y yo lo primero que hago es agarrar a los chavalos y salir a la calle a buscar lo alto, pero ahí nomás estaba el agua a la cintura y ahí nos revolcó para arriba, pero gracias a Dios sólo golpes recibimos”, cuenta la señora.

“A la gente que estaba en el casino le fue peor. Ahí estaban unos clientes y unos turistas que quedaron ahogados. Aquí encontramos los cuerpos de dos mujeres holandesas que estaban en el casino cuando el mar se metió. A las pobrecitas las hallaron todas golpeadas y desnudas entre unas tablas y un basural”, relata la vendedora, quien asegura no olvidar cómo el mar al regresar a su lecho iba jalando animales, gente que gritaba y enseres.

“Un carro que estaba parqueado frente al casino lo llevó a un patio que estaba a una cuadra y una camioneta de un señor la metió encima del muro de otra casa. Fue la noche más triste que ha vivido Casares desde que yo tengo uso de razón”, cuenta Bermúdez, con los ojos húmedos detrás de los anteojos al recordar la muerte de su sobrino Julio, un niño que el mar arrancó de las manos de su madre cuando ambos trataban de huir cuesta arriba del pueblo.

Una bomba en el mar

Vidal García había tenido un mal día. No recuerda por qué motivo, la lancha había sufrido un desperfecto y tuvo que regresar a la costa. Ahí estaba, temprano en la noche, junto a otros pescadores tratando de arreglar el motor.

De pronto dice que sintió un temblor y oyó un ruido extraño que venía muy profundo del lado del mar. “Como si una bomba hubiera explotado dentro del mar”, dice. Todos guardaron silencio y se quedaron viendo entre sí. Nada cambió. Por varios minutos el oleaje del mar siguió normal, y el ruido no se volvió a escuchar, pero algo de aquel ruido les había provocado un temor inexplicable a él y los hombres que trataban de reparar la lancha.

A los minutos, uno de ellos notó algo raro: el mar estaba vaciando, así que la costa debía estar inundada hasta casi el pie del casino, pero de pronto el mar empezaba a correr velozmente hacia dentro. “Más de una cuadra se vació el mar”, recuerda Vidal, quien nació y ha vivido toda su vida en Casares.

Fue cuando ellos presintieron algo malo, dejaron el trabajo y caminaron presurosos hacia sus casas. Uno de ellos, que se quedó un rato cerca de la playa, oyó cómo un rugido pavoroso venía del mar y vio cómo una pared de agua del tamaño de los cocoteros se venía acercando velozmente a la costa.

“Ese fue el que salió dando la alarma. Corran que se reventó el mar, decía el hombre y la gente al oír el rugido y escuchar cómo temblaba la tierra empezó a huir para arriba del pueblo, pero ya el mar estaba entrando y ahí se llevó todo lo que encontró”, recuerda Vidal.

En el pueblo esa noche murieron unas 12 personas. Incluso hallaron cadáveres que al parecer no eran de la zona o eran turistas que nadie conocía por ahí.

Algunos pescadores que se habían embarcado desde temprano mar adentro, no supieron de la desgracia hasta regresar al amanecer y encontrar las costas sembradas de enseres, madera y piedras.

Uno de ellos le contaría más tarde a los otros pescadores que ellos pensaban que algo extraño estaba ocurriendo cuando al tirar las redes éstas eran jaladas con fuerza por una extraña corriente que por poco hace zozobrar la embarcación.

Luego de pelear con el mar por tratar de sacar del agua las redes, horas después, uno de ellos se extrañó de ver ropas flotando y pescar zapatos y trastos plásticos. Eran los restos del pueblo que el mar había jalado a sus entrañas.

“El mar se salió”

Rodolfo Bermúdez es un viejo pescador de Pochomil que ahora cuida una vieja cabaña que en tiempos de Semana Santa se reactiva para dar la bienvenida a los turistas, pero que ahora parece un santuario del olvido.

El sol es cruel al mediodía y él se cubre bajo un techo de paja que parece de pronto desplomarse.

Aquella noche de septiembre él no estaba en la playa, porque venía del lado de Masachapa de visitar a unos familiares. Era de noche y él venía a pie por una vereda que une a Pochomil con Masachapa. Dice que escuchó a lo lejos el mismo rugido que todos recuerdan de aquella noche y luego un sonido como de bomba.

Supo que algo había ocurrido y apresuró el paso para ver qué ocurría. Antes de llegar se topó con unas mujeres que lloraban y huían con sus hijos pequeños en brazos. “Corra don Rodolfo, que el mar se salió”, le dijeron, y él, lo primero que pensó fue en buscar a su familia.

Cuando llegó al poblado ya todo había pasado. El mar no había regresado completamente a su lecho, los bares de la costa estaban destruidos y por las calles uno podía tropezar con televisores, mesas y cosas del hogar.

Una roconola de un viejo restaurante había terminado intacta en la calle del otro lado de la costa y una lancha pesquera quedó encajada sobre una loma a unos 50 metros del mercado.

“Dicen que las olas eran como de dos cuerpos de alto, pero que venían con una fuerza bestial. Todos los muros de la costa que habían construido los sandinistas, el mar los arrancó de cuajo”, recuerda Rodolfo, quien comenta con pesar cómo los hombres del pueblo, en plena oscuridad, andaban buscando cuerpos de víctimas.

“Ahí murió doña Chepita Dormez, la gran ola botó el muro y la aplastó en su negocio. Nosotros la sacamos de ahí”, comenta con la vista clavada en el mar apacible que va y viene frente a él. Nunca, en sus 58 años de vida, ha visto algo igual a aquel día.

El maremoto en Nicaragua con olas de hasta 10 metros destruyeron el Pacifico

El 1 de septiembre de 1992 Centroamérica conoció, por primera vez en la época moderna, el poder destructivo de un maremoto.

Nicaragua fue la víctima y un total de 87 kilómetros de costas frente al mar Pacífico fueron azotadas por una marejada que según datos del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (Ineter) alcanzó olas de hasta 10 metros de altura en algunas playas.

De acuerdo con la investigación que sobre el fenómeno realizó Ineter, la causa del maremoto en Nicaragua de 1992 fue un llamado terremoto lento frente al Pacífico nicaragüense, que tuvo una magnitud de 7.2 en la escala Richter.

“Eso significa que la energía liberada por este sismo fue aproximadamente mil veces mayor que la del terremoto que destruyó Managua en 1972. El terremoto de 1992 tuvo la especialidad que no causó grandes efectos sísmicos porque el proceso de ruptura de la roca se desencadenó con baja velocidad. El sismo se sintió muy leve en la costa del Pacífico y por eso la sacudida sísmica no pudo servir como elemento para alertar a la población”, dice parte del informe titulado: Maremoto en Nicaragua y prevención de desastre”.

El terremoto generador del tsunami ocurrió a la 01:15 UT, tiempo mundial del día 2 de septiembre, lo que corresponde a 07:15 p.m. del 1 de septiembre, hora local de Nicaragua.

La ola llegó a la costa del Pacífico de Nicaragua a las 08:00 p.m. hora local. El terremoto causó un cambio en el fondo del mar. El área en la zona epicentral pudo haberse elevado por más de 0.5-2 metros en una área de 100 kilómetros de longitud, (longitud de la falla que rompió) y 20 kilómetros de ancho.

Este proceso pudo haber dilatado dos minutos y generó un movimiento vertical de la columna de agua del océano encima del área epicentral, dice el informe técnico del Ineter.

Los resultados oficiales de la destrucción provocada por el maremoto en Nicaragua terminó así: 170 personas muertas en 87 kilómetros de costas afectadas; olas de cuatro a diez metros de altura golpearon más de 60 comunidades costeras; más de tres mil heridos y 13 mil personas sin hogar; 120 personas fueron dadas por desaparecidas. En algunas comunidades, como Miramar y Masachapa, el mar se metió hasta 200 metros tierra adentro.

De acuerdo a investigaciones del Ineter, la altura promedio de las olas fue de cuatro metros, pero en varios lugares alcanzó los seis y siete metros. Las olas más altas fueron registradas en El Tránsito, donde alcanzaron los diez metros.

En La Boquita y Las Salinas las olas llegaron a siete metros de altura y en Marsella superaron los ocho metros. Ha sido el más reciente maremoto registrado en Centroamérica.

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