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A la izquierda, Salvadora Debayle y al centro su esposo, Anastasio Somoza García, momentos antes de ser herido de muerte por Rigoberto López Pérez. (LA PRENSA/Reproducción del libro La Saga de los Somoza)

Los últimos días de Somoza en Panamá

Leandro Marín Abaunza, ex Cónsul en Panamá durante los hechos de septiembre de 1956, acompañó los últimos ocho días de vida al general Anastasio Somoza García después que Rigoberto López Pérez le metiera cuatro balazos, en León. Dice que el dictador confesó sus pecados antes de ser sometido a una operación Ver GalerÍa de Fotos […]

  • Leandro Marín Abaunza, ex Cónsul en Panamá durante los hechos de septiembre de 1956, acompañó los últimos ocho días de vida al general Anastasio Somoza García después que Rigoberto López Pérez le metiera cuatro balazos, en León. Dice que el dictador confesó sus pecados antes de ser sometido a una operación

Aun después de que Rigoberto López Pérez le metiera cuatro balazos la noche anterior, el dictador Anastasio Somoza García, a pesar del dolor en su columna, tuvo tiempo para elogiar las manos delicadas de una enfermera panameña, para afeitarse la barba y confesar sus pecados ante un capellán del hospital militar Gorgas de Panamá, a donde lo llevaron el 22 de septiembre de 1956, un día después del atentado contra su vida.

A Leandro Marín Abaunza, entonces un muchacho de 24 años que iniciaba su vida diplomática como cónsul y consejero de la Embajada de Nicaragua en Panamá, le tocó atender y cuidar la vida del hasta entonces hombre más poderoso de Nicaragua, y fue así que por ocho días conoció las interioridades del desenlace de un hecho que hace 50 años marcó el destino de Nicaragua a sangre y fuego.

Las decisiones del poder que afectaron a Nicaragua durante 20 años más, las ansias de venganza de la familia que traspasaban las fronteras, el profundo miedo y odio a los conservadores y otros detalles de los últimos momentos de la vida del hombre que inició una dictadura de más de cuatro décadas, son contados en esta entrevista por Leandro Marín Abaunza.

¿Qué hacía usted en Panamá?

Yo era consejero de la Embajada en Panamá, y era Cónsul General de Nicaragua en Balboa, la zona del Canal. Por eso me correspondió hacerme cargo oficialmente de todo lo relativo a la estadía del general Anastasio Somoza García en el Hospital Militar Gorgas, que quedaba en la Zona del Canal. Yo estaba en ese país desde 1954.

¿Cómo se entera que Somoza va para allá después del atentado?

Eran las 5:00 a.m. del 22 de septiembre, cuando el coronel Carlos Tellería Orozco, quien era el Embajador de Nicaragua en Panamá, me llamó por teléfono para comunicarme que el general Somoza venía en un avión Constellation de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, al aeropuerto Albrook Field, para ser atendido en el hospital como consecuencia de las heridas que sufrió en el atentado que le hiciera Rigoberto López Pérez en la ciudad de León.

¿Y usted cómo lo tomó, qué pensó cuando le dieron la noticia?

Yo ya había sido informado del atentado la noche anterior, el mismo día que lo balearon, pero nunca me había imaginado que iba a llegar a Panamá, y eso sí me tomó de sorpresa, así que nos dirigimos al aeropuerto para recibir al Presidente.

¿A qué hora llegó el general Somoza?

Arriba al aeropuerto a eso de las 7:30 p.m. Lo bajaron en camilla, pero llegó consciente y hablando. No se veía grave, simplemente se quejaba de fuertes dolores en la columna vertebral, que era el balazo más crítico que tenía. Fue recibido en el aeropuerto por el jefe ceremonial diplomático de Panamá, Camilo Levy Salcedo, y por el coronel Arias, sobrino y ayudante del Presidente de Panamá en ese entonces, Ricardo Arias Espinoza.

Una vez que él baja del avión ¿Usted se acerca a él?

Inmediatamente nos acercamos a él y el General después de saludarnos le dijo al coronel Tellería: vengo hecho paste, hijo. Lo llevamos en una ambulancia al hospital donde le tenían preparada una suite, que se había construido para atender al presidente Dwigth D. Eisenhower, de Estados Unidos, ante una eventual enfermedad mientras se desarrollaba la conferencia de presidentes de América que recién había tenido lugar en abril de 1956 en Panamá.

¿Cuál era el ambiente en Panamá?

Había bastante temor y medidas de seguridad, un gran nerviosismo, porque meses antes habían asesinado al Presidente de Panamá, coronel José Ramón Cantera (en enero de 1955), así que por eso había gran custodia.

¿El general Somoza llegó bien custodiado?

Él no llegó con elementos de la seguridad de Nicaragua, sino que fue custodiado por elementos militares panameños y por agentes del FBI.

¿Quiénes de su familia lo acompañaban?

Lo acompañó su esposa, doña Salvadora; el embajador Guillermo Sevilla Sacasa en Washington, su hija Lilliam, su cuñado el doctor Luis Manuel Debayle; venían también el mayor Luis Ocón, su jefe del Estado Mayor Presidencial, y el doctor José María Castillo Quant, quien era secretario comercial de la Embajada de Nicaragua en Washington, que acompañaba al doctor Sevilla Sacasa.

Una vez en la suite ¿Usted queda a cargo de su cuido?

Una vez ahí yo pasé con él, el coronel Ocón, doña Salvadora y doña Lilliam. Comenzaron a prepararlo inmediatamente para la operación. Llegaron los médicos americanos y comenzaron a afeitarlo, para lo cual llevaron a un barbero de Panamá, que se asustó cuando vio que a quien iba a rasurar era al general Somoza y el mismo Somoza me dijo que no me apartara de su lado mientras lo rasuraban en la barba. Después de eso, me avisaron que estaba afuera de la suite el capellán del hospital, un sacerdote católico rubio y gordito que me dijo que le preguntara al Presidente si se quería confesar. Yo entré donde le Presidente y le pregunté si se quería confesar antes de la operación y el General dijo que sí, y se confesó.

¿Eso fue el mismo día que llegó de Nicaragua?

Eso fue el mismo día, inmediatamente de haber llegado Somoza al cuarto, y ya estaba ahí el capellán Wyse. Luego lo comenzaron a preparar para llevarlo a la sala de operaciones, estaban ahí los médicos del presidente Eisenhower, encabezados por el doctor mayor general Leonard Heaton, quien era el cirujano y médico personal del Presidente norteamericano, a quien había operado de ileítis algunos meses antes.

¿Cuál era el estado del general al llegar a Panamá?

No estaba mal, estaba muy calmo y simplemente de lo único que se quejaba cuando lo movían era de la bala en la columna. Estaba tan de buen semblante, que luego que lo confesó el Padre y lo comenzaron a preparar, una enfermera panameña lo inyectó, ella era muy hábil y él casi ni sintió la inyección, así que el General le dijo sonriendo: qué manos tan finas tiene usted señorita.

Todavía piropeaba

Sí, sí. Después lo acompañamos hasta la sala de operaciones el coronel Ocón, Sevilla Sacasa y yo. La permanencia de él en la sala de operaciones duró como seis horas. Cuando lo regresaron a la habitación, los médicos creían que la operación había sido un éxito, y se esperó a que él despertara de la anestesia, cosa que nunca pasó. Los médicos dijeron que Somoza tenía una reacción que ellos llamaban un trauma postoperatorio, causado por anestesia, como consecuencia de una permanencia larga en la mesa de operaciones, ya que en vez de extraerle las balas que tenía una a una, se las extrajeron las tres, incluyendo la de la columna que no era mortal. Al no despertarse, comenzó a extenderse una preocupación entre los médicos y la familia por si iba a recuperar, y así pasó ocho días en ese estado.

¿A él lo operan el 24 de septiembre?

No, a él lo operan el mismo día que llegó, el 22 de septiembre en la mañana. Ahí hay una diferencia con lo que dice Agustín Torres Lazo en su libro La Saga de los Somoza, quien dice que Somoza tuvo un paro cardíaco inmediatamente, lo cual no justifica que lo hubieran tenido seis horas operándolo.

Hay otras versiones que dicen que fue una embolia pulmonar y un paro cardíaco.

No, lo que lo mató fue la prolongada exposición a la anestesia.

¿Y el acta de defunción que le entregan a usted qué decía sobre las causas de la muerte?

Ahí viene otra historia. Después que cae en coma Somoza, existía gran preocupación sobre el mantenimiento del orden en Nicaragua, de cómo se iban a hacer los comunicados de salud, para no alertar sobre la situación real de la salud del General. Entonces los hacíamos con los médicos americanos, y a pesar que nosotros queríamos imprimir un carácter de optimismo en la población para mantener la tranquilidad pública, los médicos se oponían y decían que ellos tenían que ajustarse a la realidad objetiva. El doctor Sevilla Sacasa no hablaba inglés, lo hacía poco, entonces me tocó a mí discutir con los médicos los reportes médicos. A veces teníamos que pelear palabra por palabra, en una de ellas, quizás la más gráfica, ellos decían que el presidente Somoza mostró muy poca mejoría hoy, y nosotros cambiábamos poca mejoría, por alguna mejoría, pero si cualquier médico leía el informe técnico, se daba cuenta que prácticamente la situación de Somoza era irreversible. El Presidente de Panamá llegó varias veces al hospital a preguntar cómo iba la situación del General y me pidió que lo mantuviera informado, y me llamaba al menos dos veces al día.

¿Y a Nicaragua quién informaba?

Algunas veces yo, algunas veces el embajador Sevilla Sacasa, informábamos a don Luis Somoza y al general Somoza Debayle. Pero volviendo al tema anterior, se creó un dilema sobre el certificado médico de la incapacidad total del general Somoza de seguir gobernando y así nombrar a don Luis Somoza como Presidente. Yo elaboré un certificado, yo lo redacté, donde decía que el general Somoza padecía una incapacidad temporal, para que el Congreso lo nombrara de manera temporal, pero no lo quisieron firmar los médicos norteamericanos porque no se querían meter en asuntos políticos internos del país. El doctor Sevilla Sacasa, y los propios médicos, querían poner que era una incapacidad médica total para seguir gobernando, pero yo les pregunté: ¿Y qué tal si el general Somoza se recupera y va a creer que le dimos golpe de Estado? Nos va a responsabilizar a los dos. Y ese certificado fue el que llevó a José María Castillo a Managua, para que pudieran elegir Presidente previsional a Luis Somoza.

¿Y exactamente cuándo y a qué hora murió Somoza?

El General murió como a las 2:30 ó 3:00 a.m. del 29 de septiembre. Yo llamé al Presidente de Panamá porque me dijo que quería estar presente al momento de morir. Doña Salvadora, ya viuda, me pidió que llamara al capellán Wyse para oficiar una misa de cuerpo presente. Cuando terminó la misa y el Padre dijo amén, el General movió la cabeza levemente a un lado. El Presidente panameño me dijo: ¿Se fijó que cuando el capellán dijo amén, el General movió la cabeza? Sí, le dije yo, lo cual pudo ser que probablemente cuando lo declararon muerto él estaba en estado comatoso semiinconsciente con sentido del audio.

DOÑA SALVADORA NOMBRÓ AL SUCESOR DEL DICTADOR

El nombramiento de Luis Somoza Debayle como Presidente sucesor del general Anastasio Somoza García no se decidió en el Congreso a como dice la historia. El diplomático Leandro Marín Abaunza revela que fue una decisión matriarcal la que definió los roles del poder: Luis para Presidente y Anastasio para jefe de la Guardia Nacional.

Si Somoza entró en coma desde que llegó ¿Quién decide el nombramiento de Luis Somoza como Presidente?

(Guillermo) Sevilla Sacasa (el Embajador de Nicaragua en Washington) hablaba conmigo en las noches a especular sobre quién podía suceder al general Somoza. No pensaba él que Luis y Anastasio lo debían suceder, sino que como jefe de la Guardia, lo debía suceder el Ministro de la Guerra, coronel Francisco Gaitán, y para Presidencia de la República, él pensaba en don Enrique Fernando Sánchez Salinas, quien fue ministro de Agricultura, y que era pariente de los Somoza por los Reyes, o el doctor Humberto Alvarado Vásquez, que era cuñado del papá de doña Lila T., de don Alejandro Abaunza, era liberal independiente, opositor, pero estaba preso en ese momento en Masaya y entonces Sevilla Sacasa le dijo a los hijos de Somoza que lo sacaran. Antes de que muriera Somoza, Sevilla Sacasa, quien era muy retórico y hablaba en parábolas, le decía a los hijos de Somoza sobre esos cambios, pero doña Salvadora dos días antes que muriera su marido el General, le llamó por teléfono a sus hijos y les dijo: déjense de estar con babosadas, ya saben ustedes lo que deben hacer, amárrense los pantalones.

¿Qué es lo ya debían saber los hijos del General?

Que Luis asumiera la Presidencia y Anastasio la jefatura de la Guardia Nacional. El que no estaba claro era Sevilla Sacasa, pero ella lo aclaró de manera directa.

¿Y doña Salvadora cómo estaba cuando murió su marido?

Siempre estuvo con una gran entereza, era una mujer muy fuerte, al igual que doña Lilliam. La preocupación de ellas era que una vez muerto Somoza subieran los conservadores, porque ellas eran profundamente liberales, y creían que eso era un complot conservador, no sabían que Rigoberto y los demás conspiradores eran liberales independientes, al igual que Edwin Castro y Ausberto Narváez.

¿Tuvo usted posteriormente la oportunidad de hablar con los hermanos Somoza para saber cómo estaban ellos después de la muerte de su padre?

Cuando yo regresé a Managua me nombran ministro consejero en México para hacerme cargo de la embajada como encargado de negocios. Estaban calmos los dos cuando yo llegué, pero Anastasio Somoza Debayle creía que el coronel Manuel Gómez, que vivía en México, estaba involucrado en el asesinato, y ellos querían la extradición del coronel Gómez.

¿Y le pidieron a usted la gestión o se hizo?

Así es, se hizo, pero el coronel Gómez se fue a El Salvador, donde estaban los otros conspiradores. Probablemente no se llegó a conocer quiénes eran todos los implicados, pero éste es uno de los casos, al revés de otros magnicidios, donde más se han aclarado la cosas y la participación de los complotistas.

¿Usted supo dónde quedó el cadáver de Rigoberto López Pérez?

No, nunca pregunté por ello ni nunca oí hablar a Tacho o Luis, sólo supe cuando estaba en México, que durante unos años más el gobierno de los Somoza le siguió pagando una beca de estudios a un hermano de Rigoberto López Pérez, Efrén, quien cada mes llegaba a la embajada en México a retirar el cheque de sus estudios. Era muy inteligente y muy aplicado, pero por respeto y cortesía, nunca le pregunté nada ni hablamos del tema.

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