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Ezequiel D’ LeÓn Masís. (LA PRENSA /Uriel Molina)

El oficio de escribir

“Suun cuique tribuere”Por razones de ardua explicación, omito decir el por qué me refiero, a destiempo, a un libro publicado hace ya un par de años. No obstante, quiero expresar que en La Escritura Vigilante, de Ezequiel D’ León Masís, encontré a un escritor joven que —a diferencia de muchos otros jóvenes y de otros […]

“Suun cuique tribuere”
Por razones de ardua explicación, omito decir el por qué me refiero, a destiempo, a un libro publicado hace ya un par de años. No obstante, quiero expresar que en La Escritura Vigilante, de Ezequiel D’ León Masís, encontré a un escritor joven que —a diferencia de muchos otros jóvenes y de otros no tan jóvenes— tiene una clara conciencia del oficio de escribir. Más explícito: está consciente de las exigencias internas de ese oficio interminable en el que, se quiera o no, es la vida la que se pone en juego. Una apuesta.

Comienzo por lo obvio. Quiero recordar que toda obra de arte, como cualquier otra realización humana, es creada por el artista desde el centro de su realidad vital: una época, una sociedad, una clase social y otros factores conexos.

Por ver si arranco el sarcasmo de alguno, cito: “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Karl Marx).

Quienes no han leído bien a Marx, minorías interesadas y mayorías ignaras, han pretendido entender que la creación artística según Marx está condicionada exclusivamente por el factor económico. Lo anterior me conduce a citar la lúcida aclaración que de esa tesis de Marx, hace su compañero Federico Engels: “La situación económica es la base pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan —las formas políticas de la lucha de clases y su resultado; las constituciones que, después de ganada una batalla, redactan las clases triunfantes; las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes; las teorías políticas, jurídicas, filosóficas; las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominante en muchos casos, su forma. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”.

Es ante esos factores y muchos que no mencionamos que reacciona el talento del artista, de modos imprevistos y esos modos y esas reacciones son, para efectos prácticos, innumerables. Esos factores, insisto condicionan el modo de comunicación del artista: fácil o difícil, con las gradaciones del caso.

Y escribí todo lo anterior, para recalcar algunos puntos en torno de La Escritura Vigilante, de Ezequiel: no es, por de pronto, un escritor fácil. Leámosle: “En consecuencia, a puro tiento de antagonismo, Rauschemberg fue consecuente con su inconsecuencia. La carcoma pudo encarnarse como parábola endémica a la vista, servicial al tacto moderado que la esquiva, tras noticia de náusea o superficie” (Asuntos de Notar, Pág. 25)

Escritor informado y vigilante de lo que ocurre a su alrededor y en su tiempo, nos cuenta: “se intuye que el país sigue como ayer, es decir, aun peor, ya que si las cosas no cambian, lo más lógico es que empeoren y se pudran”. O: “tus ojos, cansados de la crisis política entre los Poderes del Estado, se desplazan cuartillas abajo…” O nos presenta la moda imitativa de nuestros orangután ejecutivos: “un par de ejecutivos bien portafoliados, jactándose de quién sabe qué incomprensible glamour”.

Y observe, también, la dominación cultural; no la de la Costa Caribe, precisamente: “Al margen detecta un recuerdo que, en un idioma que no es el suyo, hace énfasis sobre la exclusividad de la tienda: “Contemporary Adult’s Store”. (Plenitud de la Edad, Pág. 57)

En Ezequiel y su escritura vigilante se nota, además, a lo largo de todos los textos, una voluntad no confesa de trabajar con todo el idioma y así la hermosa palabra “Trilobite”, que designe un lindo animalito de tres lóbulos, de los que existen más de cuatro mil especies. El autor se los encuentra entre sus libros y, en curiosa comparación, los ve como ideas o palabras —que vienen a ser lo mismo— que saltan donde menos se les espera como un “trilobite espontáneo”, muchas veces inatrapable.

Pero hay más: en La Escritura Vigilante, este autor joven fatiga, como diría Borges y dijo antes José María Vargas Vila, sus facultades creativas y nos regala ejemplares de todos los géneros: poesía —sonetos incluidos—, cuentos, invenciones, recreaciones, drama, reflexiones, ensayos, imaginaciones diversas y, todo ello, con un lenguaje cuidado, expulgado, escogido, en el que no falta la expresión popular: ¡Puta!, ¡pinche banca, se encuentre malparado y otras que recorriendo los textos encontrará el lector y que junto a todo lo anterior, ponen de relieve una voluntad de estilo, un querer encontrarse pasando por sus modelos literarios, los cuales, debo decirlo, son altos creadores. Menciono tres: Carlos Martínez Rivas, Borges, Quevedo… el avisado lector encontrará a otros.

A todo lo dicho hay que sumarle una reconfortante erudición que nos informa de una biblioteca digna de tal nombre y de pasada, de las razonas de los trilobites, amén de lecturas asimiladas que nos revelan a un razonador vigoroso en plena actividad, que expresa en un ya entrenado ojo crítico.

En su ensayo, a propósito de “Barroco descalzo” de Erick Blandón, concluye, no sin sarcasmo: “En suma, Erick Blandón se ha visto en la necesidad de replantearse la función de la cultura letrada y, domado por su autocrítica, no ha encontrado otra salida que no sea sino la de otorgarle al letrado el papel de conductor social, basado siempre en un plan ideológico tan cuestionable como el de Valle Castillo o el de (Sergio) Ramírez. A la postre, para sorpresa del lector, el estudio de Blandón no está tan lejos del temido centro dominador de la ciudad letrada.”

Contrapone, con suficiencia, “el estilo de hacer poesía” de Ernesto Mejía Sánchez, “a la pretensión fotográfica del exteriorismo”. En su Cuaderno de Notas y en sus 9 Notas a Partir de Cioran, se puede inclusive estar en desacuerdo con algunas o con todas ellas, si se quiere, pero siempre bajo la condición de pensar seriamente la propuesta del autor, si de cuestionar se trata.

Y para concluir y por meras razones de espacio, refiero que aquellas viejas palabras de Rochefouncould: “El orgullo no quiere deber; el amor propio no quiere pagar”, no es credo de Ezequiel D’León Masís, quien con La Escritura Vigilante, se instala cómodamente en la literatura nicaragüense.

La Prensa Literaria

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