El pacto político entre Ortega y Alemán, a pesar de sus contradicciones internas, es lo que permitió cometer la barbaridad jurídica a los magistrados sandinistas, para establecer ilícitamente la reelección del presidente Daniel Ortega y posicionarlo en la historia como el dictador siglo XXI de Nicaragua.
Los magistrados liberales se lavaron las manos en correspondencia a lo que hicieron los orteguistas en enero cuando liberaron a Alemán. En esa ocasión el Frente Sandinista no asistió a la convocatoria de la Sala Penal, y el PLC sin oposición le concedió la libertad a su reo. Los sandinistas a cambio de la cabeza de Alemán lograron el control de la Asamblea y también se rasgaron las vestiduras.
Desde entonces, según archivos de LA PRENSA, Alemán le pidió al FSLN un sobreseimiento definitivo a cambio de una negociación bilateral. Se iniciaron pláticas informales que incluyeron no solo la elección de los directivos de la Asamblea, sino el futuro de las reformas constitucionales y la reelección a Ortega. La presión pública sobre el PLC impidió que Alemán le diera a Ortega los votos de sus diputados para reelegirse, pero en la Corte le devolvió el favor de su libertad.
La complicidad del ex reo sigue la lógica de diez años de pacto político perverso: creer que su continuidad o la de su partido en el 2011 depende de la vigencia política de Ortega, aunque ésta sea a expensas de vivir en secreto arrimado al sandinismo y, en público, rasgándose las vestiduras para meterse como alacrán en la camisa de la oposición. Lo vimos con el fraude electoral del 2008. Fue capaz de hacer perder a su propio partido para impedir el surgimiento de una nueva fuerza liberal.
Alemán es moralmente culpable y, hasta que no muestre lo contrario, jurídicamente co-responsable de este golpe de Estado de Ortega a la legalidad. Por ahora hay evidencia de que la negociación sigue debajo de la mesa y sobre ésta seguir lavándose las manos. Solís se lo dijo en LA PRENSA: “El tema de la reelección ya no es carta de negociación, ahora siguen los poderes del Estado”, y le puso énfasis en la Corte Suprema, como objeto del deseo del caudillo PLC.
Los tiempos del pacto se manejan de acuerdo a las urgencias del FSLN, como sucedió en enero y este 19 de octubre con un Ortega acorralado. El Presidente regresó de Cochabamba presionado por los costos que su gobierno le causa a Chávez, quien tras el fracaso del Alba en Honduras le exigió asegurarle la reelección como garantía de la costosa inversión venezolana en Nicaragua. En Managua, Ortega encontró desatadas las contradicciones entre orteguistas y murillistas: “La crisis de sucesión es un problema interno grave y la reelección es la única forma de mantener unido al sandinismo”, confirmó Rafael Solís.
A las presiones de Chávez y la crisis de sucesión se le suman el fracaso económico de su gobierno, su incapacidad de lograr votos en la Asamblea para la reforma tributaria, ni acuerdos con el Fondo Monetario; el aislamiento nacional e internacionalmente por el fraude y el rosario de los delitos cometidos contra el Estado para el enriquecimiento de su familia y allegados. Ante este panorama de ingobernabilidad, Ortega le cobró a Alemán su factura de enero.
El Presidente desesperado siguió los consejos de Maquiavelo: “No se debe jamás permitir que se continúe con problemas para evitar una guerra, porque no se le evita sino que se le retrasa con desventaja tuya”. Su asonada contra de la Constitución no es el comienzo de la dictadura, porque ésta inició con decretos sobre la ley, eliminando partidos políticos y con una política de agresión a todas las libertades públicas.
Lo que hizo Ortega fue salir del “clóset” y confirmar que el desastre de su gestión ya no le permite guardar fachadas legales, sino utilizar la fuerza contra la ley y todo lo que se oponga a sus propósitos de continuar en el 2011. La única sentencia grabada en la piedra de la historia es la de cómo terminan dictadores como Ortega. Más temprano que tarde todos tienen el mismo final que el de los Somoza.
La verdadera sentencia que firmaron los sandinistas es la defunción del orteguismo, la que ahora movilizó la conciencia nacional en contra de Ortega, aumentó la presión sobre Alemán y sus diputados, la que tiene acorralado el alacrán en la camisa de la oposición y amenaza con descabezar el pacto Alemán-Ortega, que es el primer paso para iniciar el fin de diez años de dictadura bicéfala y treinta años de Daniel Ortega en contra de la democracia y el progreso de Nicaragua.