Tienen razón los que dicen que Estados Unidos debería actuar con más claridad y decisión, en el caso de la crisis política de Honduras, para que ésta se pueda resolver lo más pronto posible.
Pero la actuación de Estados Unidos que se necesita para ayudar a resolver la crisis hondureña, no es la que quieren Hugo Chávez, Daniel Ortega y demás gobernantes de la expansionista Alba, o sea, que derroque al gobierno democrático provisional de Roberto Micheletti y restaure en el poder a Manuel Zelaya. La verdadera ayuda que Estados Unidos debería aportar a una solución efectiva, pacífica y democrática de esta crisis, es apoyar las elecciones del 29 de noviembre, dejar de cuestionarlas de antemano e invitar a los demás gobiernos democráticos a que hagan lo mismo.
En realidad, después que el depuesto ex presidente Manuel Zelaya rechazara la propuesta del presidente provisional de Honduras, Roberto Micheletti, de que ambos renuncien para darle paso a un gobierno nacional encabezado por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, como prevé la Constitución, lo más indicado es que Estados Unidos respalde las elecciones del 29 de noviembre, como la mejor salida democrática del conflicto. Además, de esa manera se respetaría la voluntad del mismo pueblo hondureño, del cual, según una encuesta que la firma internacional CID-Gallup dio a conocer esta semana, el 75 por ciento cree que las elecciones nacionales del 29 de noviembre representan la solución de la crisis, y sólo el 21 por ciento opina lo contrario. ¿O es que a Estados Unidos, igual que a Hugo Chávez, Raúl Castro y Daniel Ortega, sólo interesa la restauración de Manuel Zelaya en el poder y no el respeto a la democracia en Honduras?
Si Estados Unidos quiere realmente que la crisis de Honduras se resuelva democráticamente, de acuerdo con la voluntad de los mismos hondureños, lo más lógico es que respalde las elecciones nacionales, las cuales ni siquiera fueron convocadas por el actual Gobierno provisional, sino desde antes que Manuel Zelaya fuera depuesto por sus flagrantes violaciones a la Constitución y desacatos al Poder Judicial y al Tribunal Supremo Electoral.
Es comprensible que Manuel Zelaya quiera descalificar el mecanismo democrático de las elecciones hondureñas del 29 de noviembre, porque a él lo que menos le interesa es la democracia. Y es lógico también que Hugo Chávez y Daniel Ortega pretendan descalificarlo, porque ellos no son gobernantes demócratas y su único propósito es imponer en Honduras un régimen antidemocrático, igual a los que imperan en Venezuela y Nicaragua. Lo que no se puede comprender es que Estados Unidos comparta esa posición extremista.
Sin embargo, Estados Unidos ha dado algunas señales de que podría separarse de esa posición extremista y respaldar la salida electoral del 29 de noviembre próximo. El representante alterno de Estados Unidos en la OEA, Lewis Amselem, declaró el 28 de septiembre pasado ante el Consejo Permanente de dicha organización, que fue una torpeza política la operación clandestina multinacional que llevó a Zelaya a Tegucigalpa, para que instalara su cuartel general en la embajada de Brasil y llamara desde allí a la insurrección de sus seguidores. Y el miércoles de esta semana, el embajador estadounidense Amselem señaló de nuevo ante el Consejo Permanente de la OEA, que esta organización “no debe prejuzgar las elecciones en Honduras, previstas para el 29 de noviembre, antes de examinar las condiciones en las que tendrán lugar”. “Que la OEA descarte el resultado de las elecciones sin examinar las condiciones en las que tendrán lugar, es un abuso al derecho de los hondureños a la autodeterminación”, enfatizó el diplomático estadounidense.
En realidad, si las elecciones libres han sido el mecanismo idóneo para salir de las anteriores dictaduras de América del Sur y Centroamérica; si fueron el mecanismo apropiado para poner fin a la primera dictadura de Daniel Ortega, en 1990; y si Estados Unidos y demás gobiernos democráticos demandan elecciones libres para abrir el camino a la democracia en Cuba, Zimbabwe, Birmania y otros países totalitarios del mundo, entonces ¿por qué el mismo Estados Unidos no quiere que sean las elecciones libres las que resuelvan la crisis hondureña?
Hay muchas rarezas en la política internacional de Estados Unidos, que en otros tiempos se jactaba de ser adalid del mundo libre y democrático. Y su vacilante y turbia política en relación con la crisis de Honduras, es sin duda uno de los más raros misterios de la política exterior estadounidense.
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