Por Loanny Picado.-
El olor a pan recién horneado invita a entrar a la casa de los Lipshitz, una familia judía que reside en Wiskor, un pequeño pero pintoresco pueblo de Polonia, donde el pan y la sastrería eran la fuente de trabajo. A pesar del panorama que se vivía en 1938, la fe y la esperanza de que el clima político cambiaría siempre estuvo presente para los Lipshitz.
“Quizás lo único que no nos pudieron quitar los nazis fue la fe”, dice Rafael, hijo de Isaac, uno de los Lipshitz que sobrevivieron a los campos de concentración.
El padre de Rafael tenía 17 años y vivía en el seno de una familia muy apegada a la religión y costumbres tradicionales judías. La noche del 9 noviembre de 1938, los Lipshitz durmieron con tranquilidad en Polonia, pero las noticias al día siguiente por los sucesos ocurridos en Alemania y Austria a manos de la SA provocaron la incertidumbre en el seno familiar.
Isaac escuchaba por radio las noticias que comunicaban acerca de las decenas de muertos y cientos de heridos judíos en Alemania. Todos estaban asustados.
¿Qué ocurría en Alemania?, se preguntaba la familia Lipshitz desde el pequeño Wiskor.
La BBC reportaba cientos de heridos y 91 judíos muertos en toda Alemania. La SA se encargó de dejar en ruinas las sinagogas y cualquier negocio donde el propietario fuera un judío. Las emisoras radiales hablaban de un arresto y la deportación de 30 mil judíos a Polonia, de los cuales la mayoría fueron asesinados en campos de concentración.
“Mis padres corrían por el apartamento para levantar a mis dos hermanas… habían unos pocos hombres de la SA y nos obligaron con violencia a salir con rapidez. Al salir del edificio miré que la puerta de cristales estaba hecha añicos y los restos estaban esparcidos en el suelo del corredor. Afuera hacía frío y había niebla, el aire olía a humo y el cielo estaba enrojecido”, relata Oskar Prager sobre la noche del 9 de noviembre, testimonio que se registra en el libro La noche de los cristales rotos, de Martín Gilbert, que es conocido en alemán como el Kristallnacht. Para los historiadores este suceso marcó el comienzo del holocausto o el genocidio de judíos bajo el mandato de Tercer Reich.
Mientras todo esto sucedía en Alemania, en Wiskor, el padre de Isaac fue el único miembro de la familia Lipshitz que no esperó a ver lo que pasaría cuando los nazis invadieran totalmente Polonia y decidió irse a América en busca de ayuda.
“Mi padre (Isaac) contaba que cuando ocurrió la noche de los cristales rotos mi abuelo sí pudo percibir el terror que se avecinaba y se marchó para América, pero cuando quiso mover a sus hijos y esposa ya era demasiado tarde, no tuvo opción para moverse o hacer algo”, relata Rafael.
—¿Por qué sus otros tíos no se fueron?
No tenían tanto dinero, además siempre se tuvo la esperanza que la situación cambiaría —contesta Rafael.
A mediados de 1939, con una Polonia bajo el dominio de los alemanes, se empezó a deportar a los judíos y despojarlos de sus casas o bienes materiales. En ciudades más importantes como Varsovia, la SS (servicio secreto nazi) había creado el gueto, donde trasladaron a 400 mil judíos.
En los pueblos pequeños como Wiskor, donde vivía Isaac con sus cuatro hermanos y su madre, no fue la excepción. Los soldados de la SS invadieron la casa de los Lipshitz, uno de ellos se dirigió directamente a la madre y a las hermanas de Isaac, las llevaron a un extremo de la sala y les dispararon con frialdad.
Isaac presenció cómo asesinaron a su familia, un momento de su vida que no logró borrarlo y que describió a su hijo Rafael.
“Eso fue muy triste para mi padre (Isaac). Luego que mataron a su madre y hermanas, a él y a mi tío los trasladaron directamente a Treblinka”, cuenta.
Treblinka se convirtió en uno de los campos de concentración de mayor exterminio. En este lugar murieron 850 mil judíos. Isaac no le relató mucho a su hijo sobre las atrocidades que pasó en este lugar, pero Rafael comenta que dejaron secuelas muy fuertes.
“Recuerdo que mi padre no podía escuchar ni un ruido fuerte y se despertaba asustado, a veces tenía pesadillas, estar en Treblinka fue para él algo que le dejó traumas de por vida”, asegura.
—¿Cómo logró sobrevivir su padre?
Tuvo suerte. Se escapó de Treblinka con otros judíos, entraron al cuartel y huyeron a las montañas para unirse a la resistencia.
Han pasado 71 años desde aquel 9 de noviembre y Rafael cuenta la historia de su padre como si él mismo la hubiese vivido. Sus facciones físicas delatan su origen y su forma elocuente, casi perfecta para hablar, refleja su alto nivel educativo. Nació en Guatemala y por cuestiones de negocios reside desde hace diez años en Nicaragua.
—¿Entonces usted es guatemalteco de origen judío?
–Soy de raza judía, pero nací en Guatemala —me corrige.
Su padre, Isaac, murió hace varios años. Nunca regresó a Polonia, ni mucho menos pisó suelo alemán después de la guerra.
Sólo estuvo en Israel por varios años.
—¿Cree que algo parecido al holocausto de ese época vuelva a suceder?
—No lo creo —dice con firmeza— ahora los judíos no estamos solos, nos apoya la ley, somos una potencia.
En Nicaragua la comunidad judía es la más pequeña de Centroamérica, existen alrededor de 30 familias. Hace unos días Gerald Smith, presidente de la comunidad judía en Nicaragua, estaba muy contento por la noticia que la Asamblea Nacional ha declarado en el país, el 27 de noviembre, como el Día Internacional de las víctimas caídas del Holocausto.
“Es una gran noticia para nosotros y un detalle hermoso”, expresa.
Smith nació hace 80 años en Inglaterra y vive en el país hace menos de una década. Con una sonrisa me ofrece tomar café, pero le digo que agua sería mejor. Cuando empezamos la entrevista tenía unos papeles impresos sobre su mesa acerca del Kristallnacht.
—¿Cómo conmemora la comunidad judía en Nicaragua la noche de los cristales rotos? —es mi primera pregunta, pero Smith no sabe, se disculpa, saca de su oficina el calendario judío y nota que el 9 de noviembre no dice nada acerca de la noche de los cristales rotos.
Es increíble, pero no hay nada acerca del Kristallnacht, es que es sólo una fecha previo al holocausto que conmemoramos el 27 de enero, quizás por eso no aparezca en el calendario —dice entre palabras en inglés y español.
Aunque el 9 de noviembre aparentemente no es un día que se conmemore para los judíos que residen en Nicaragua, en países donde la comunidad judía es más grande como en Costa Rica, La noche de los cristales rotos dedican oraciones a las personas que murieron ese día.
“Claro que es muy importante en nuestro calendario, tenemos muy claro que ésta fue la antesala de la mayor matanza nunca antes experimentada por una minoría. Lo que ocurre en Nicaragua es que la comunidad judía es muy pequeña, por ello sus conmemoraciones y días especiales en nuestro calendario pasan sin hacerse notar”, aclara el Embajador de Israel en Costa Rica, Ehud Eitam.
A pesar del tiempo y que estamos en pleno siglo XXI, increíblemente el antisemitismo sigue existiendo y no sólo en Europa sino también en Latinoamérica. Aún algunos cristales siguen rompiéndose.
“Lamentablemente debo confesar que el odio a los judíos existe, como ha existido por siglos. Un ejemplo reciente lo tenemos en Venezuela donde se profanaron varias sinagogas, cementerios y algunos centros culturales judíos. Por supuesto, que las manifestaciones actuales no alcanzan las dimensiones con que se dio en el pasado, pero es mejor estar atentos”, asegura Ehud.
Smith tampoco cree que algo como el Holocausto vuelva a suceder, pero el legado y antesemitismo infundido por Hitler parece haber transcendido el tiempo y las fronteras.
EL PRETEXTO DE HITLER
A inicios de 1938, Hitler estaba decidido a empezar lo que él denominó “el fin del asunto judío”, pero necesitaba una razón para deportar a los judíos de Alemania. El pretexto no pudo ser mejor, venganza por el asesinato del Secretario de la Embajada alemana en Francia, Ernst Vom Rath, a manos del judío alemán, Herschle Grynszpan.
Grynszpan había escapado de Francia a inicios de 1938 para estar a salvo de los nazis. Tiempo después quiso sacar a su familia, pero Vom Rath no tuvo ninguna intención de ayudarle. El 7 de noviembre de ese año, el secretario germano recibió varios disparos de manos de Grysnszpan.
“Hoy ya sabemos que el programa de esa noche estaba planeado por el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, con la bendición de Hitler. El asesinato del secretario de la Embajada alemana en París, que fue un hecho aislado y el pretexto perfecto para ellos, y hacer lo que se hizo aquella noche. El adolescente Grysnzpan actuó de manera personal por venganza a lo que los nazis hicieron a su familia”, destaca el embajador Eitam.
El 9 de noviembre Hitler autorizó el primer altercado y deportación masiva y deportación violenta de judíos en Alemania y Austria, a lo que se le conoció como La noche de los cristales rotos o Kristallnacht.
“Si el judío con la ayuda de su credo marxista llegase a conquistar las naciones del mundo, su diadema sería entonces la corona fúnebre de la humanidad y nuestro planeta volvería a rotar desierto en el éter como hace millones de siglos. Así que creo que al defenderme del judío luchó por la obra del Señor”, confiesa Hitler en su libro de memorias, Mi lucha.
A finales de 1939, Hitler tuvo la libre autorización de empezar la guerra y a esclavizar a los judíos en gran parte de Europa. Su plan conocido como “la solución final” fue llevado a cabalidad a partir del otoño de 1941, con la creación de los campos de exterminio en los que se asesinaron a seis millones de judíos, así como testigos de Jehová, homosexuales, gitanos, presos políticos y todo aquél que se considerara un peligro para la Alemania nazi.