Nicaragua es el país absurdo, lleno de gente proclive a ignorar las leyes y actuar conforme convenga a sus intereses. Antes de 1979 teníamos un Banco Nacional creado en 1912, existía el respeto hacia los mayores y las buenas costumbres incluyendo una honestidad extraordinaria y se decía que una palabra empeñada para cualquier cosa merecía el cumplimiento.
En lo que concierne al manejo del crédito el que conseguía un dinero para cultivar la tierra u otros propósitos, lo recibía con la garantía de la prenda agraria o industrial y quizás con una firma solidaria. Los pequeños agricultores acudían al Banco Nacional donde eran atendidos dentro del programa de Crédito Rural, y si le pedía una firma solidaria, bien podía ser su esposa a un pariente aunque no tuvieran bienes raíces. El crédito se entregaba conforme avanzaban las labores y casi tres centenares de agrónomos expertos en la administración del crédito supervisaban los trabajos para darle la siguiente entrega. Unas semanas antes de sacar las cosechas se calculaba la producción y el usuario procedía a firmar un papel aseverando que el cálculo estaba correcto y confirmaba el pago de la deuda con la cosecha prendada.
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Transcurrieron varios años que el pago de los deudores que sumaban 38,500 productores se mantenía en un 95 y 98 por ciento de recuperación. A partir de 1980, cuando el Gobierno comenzó a distribuir el crédito como papeletas, sin análisis previo, sin control periódico del proceso, con entrega total del monto, y con la prédica de que si no podían pagar no se preocuparan, entonces, vino la debacle y como podían no pagar y recibir nuevamente habilitación, las recuperaciones bajaron hasta un 25 por ciento.
Atosigados por su misma política los que mal manejaban el Banco Nacional, cancelaron el programa de Crédito Rural en marzo de 1988, y posteriormente como resultado de la mala administración el Banco cerró sus operaciones. Precisamente esto motivó para que algunos vieran la oportunidad de financiar a los que no tenían financiamiento estatal y comenzaron y se multiplicaron las microfinancieras. Argumentando el alto costo del manejo de crédito al pequeño productor, los intereses anuales aumentaron de un 8 por ciento que prestaba el Banco a casi 60 por ciento de estos organismos. En vista que los agricultores, artesanos, etc., no tenían financiamiento apropiado, no tuvieron otro camino que endeudarse con estos “banquitos” como le dice el pueblo, pero por llevar ya dentro de sí la cultura del No Pago que fue instalada en la década perdida, y sugerido por los mismos que instalaron dicha cultura, y naturalmente por los altos intereses, se han organizado con juntas directivas, recursos para movilizaciones y se han plantado reiteradamente ante los organismos que les facilitaron el crédito varios años atrás y que ahora con el respaldo oficial gritan que quieren una ley moratoria que indudablemente sería perjudicial.
En aquellos tiempos cuando un agricultor no podía pagar porque le fue mal en la cosecha y sin haber desviado la prenda se les otorgaba prórroga a corto plazo o se le reestructuraba a mediano o largo plazo de acuerdo con el análisis del caso. En el fondo la gente encantada con este respaldo de protestar ante los bancos y financieras y con el ánimo de no pagar, sale a luz la irracionalidad del nica que quiere no pagar luz ni agua y que le den todo regalado, pero que todo está basado en la tan bien establecida cultura del No Pago.
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