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Rubén Darío fue un gran viajero y fue en sus versos y crónicas que se conoció de esos mundos. LA PRENSA/ GETTY IMAGES

Rubén Darío: ¿Cosmopolita de un futuro verde?

Los viajes perpetuos de Darío, el cosmopolita, problematizan el localismo en todos los sentidos, incluso, por supuesto, en cuanto a la relación del poeta con Nicaragua y León, por medio de sus crónicas emerge el retrato de un hombre en constante cambio

Por Steven F. White

El cosmopolitismo, componente polémico de la estética modernista, también ha suscitado un debate reciente encabezado por la destacada filósofa y académica de la Universidad de Chicago Martha C. Nussbaum sobre los límites del patriotismo y cuál debe ser el papel del individuo en el mundo contemporáneo en relación con los gobiernos nacionales.

Indagar desde este enfoque sobre la personalidad y el liderazgo de Rubén Darío nos permitirá considerarlo como un modelo del patriota de múltiples alianzas que sabe romper las fronteras entre los países por medio de sus viajes y su contacto directo con otras culturas extranjeras percibidas con tolerancia.

Veremos que Darío en su capacidad como cronista y poeta que ha fomentado el conocimiento cultural transnacional también es una figura precursora del eco-cosmopolitismo, un término que proviene de un estudio ecocrítico de Ursula K. Heise sobre el conocimiento afectuoso y conflictivo que existe entre el individuo y un lugar local y ese mismo compromiso llevado a una escala mayor con el planeta.

Etimológicamente, como señala Nussbaum, la palabra “cosmopolita” viene del griego kosmou politês, o sea, ciudadano del mundo. Para Nussbaum, el cosmopolita es “la persona cuyo compromiso abarca toda la comunidad de los seres humanos” . El cosmopolitismo le permite al individuo destacar “lo que compartimos en tanto que seres humanos racionales y mutuamente dependientes”.

Nussbaum afirma, además, que esta filosofía o forma de ser del cosmopolita es la única postura que “nos insta a comprometernos, por encima de todo, con aquello que es moralmente bueno y que, precisamente por ser bueno, se puede recomendar como tal a todos los seres humanos”. La autora nos recuerda que el cosmopolitismo tiene su origen en Diógenes el cínico y sus seguidores los estoicos que aseveraban que el cosmopolitismo era “una invitación de exiliarse de la comodidad del patriotismo y de su sentimentalismo fácil” porque, al fin y al cabo, el lugar donde uno nace es simplemente un accidente.

LA PRENSA/ARCHIVO.

Vale la pena mencionar una idea más de Nussbaum en cuanto a su resumen perspicaz de la filosofía estoica: “Los estoicos no cesan de repetir que para ser ciudadano del mundo uno no debe renunciar a sus identificaciones locales, que pueden ser una gran fuente de riqueza vital. Por el contrario, lo que sugieren es que pensemos en nosotros mismos no como seres carentes de filiaciones locales, sino como seres rodeados por una serie de círculos concéntricos”.

Estos enlaces incluyen el yo personal, la familia inmediata y extensa, los vecinos, los conciudadanos, los compatriotas con sus distintos sub-grupos étnicos, lingüísticos, profesionales, sexuales, etc. y, claro, el círculo mayor que constituye la humanidad. Pero la idea de los estoicos, algo que ahora intentaremos aplicar a Rubén Darío, es que hay que hacer un esfuerzo siempre para trasladar estos distintos círculos lejanos hacia el centro para que lo ajeno, al final, sea tan íntimo como nosotros mismos.

Los viajes perpetuos de Darío el cosmopolita problematizan el localismo en todos los sentidos, incluso, por supuesto, en cuanto a la relación del poeta con Nicaragua y León. Por medio de las crónicas del poeta, emerge el retrato de un hombre en constante movimiento que tiene un compromiso con un mundo en transición entre dos siglos en que coexistían lo cosmopolita y lo rural: Madrid, Londres, Frankfurt, Berlín, y sobre todo su amado París, pero también Tánger y su Nicaragua natal.

Se sienten en estas crónicas los efectos del comienzo de la globalización con el movimiento masivo de emigrantes y la diversidad étnica con todos los problemas que esto conlleva, como, por ejemplo, el racismo y el abismo creciente entre los ricos y los pobres en las mismas urbes europeas y en zonas menos desarrolladas del mundo como Africa y Latinoamérica.

Si se agrega a estas crónicas el poema “La Gran Cosmópolis”, basado en su viaje a Nueva York en 1914, el cosmopolitismo de Darío se profundiza aún más, convirtiéndose en la base de una nueva valoración del poeta. Si Darío, en algún momento más optimista, soñó como buen cosmopolita tradicional con el proyecto del Imperio Romano de aspirar a una cosmópolis de acuerdo con estos grandes ideales, encontró en la realidad una manifestación cosmopolita fracasada de una ciudad contemporánea, donde se juntan los ciudadanos de todos los países del mundo sólo para prestarse a un sistema cruel que los explota:

¡Sé que hay placer y que hay gloria

Allí, en el Waldorf Astoria,

en donde dan su victoria

la riqueza y el amor;

pero en la orilla del río,

sé quiénes mueren de frío,

y lo que es triste, Dios mío,

de dolor, dolor, dolor…!

(Darío 2007 1241)

Darío consigue asimilar y luego denunciar esta injusticia social precisamente a raíz de su cosmopolitismo.

James Clifford, en su libro Routes (un juego de palabras en inglés entre el movimiento de rutas y el arraigo de raíces) propone la idea de “dwelling-in-travel”, o sea, el viajero cosmopolita alcanza construir una morada habitable a base de los viajes intensivos. Clifford afirma en Routes que las raíces del individuo siempre preceden los viajes que uno emprende y que el movimiento, los viajes y los contactos múltiples “son sitios cruciales de una modernidad incompleta”. Por medio de los viajes, los seres humanos desarrollan toda una serie de destrezas mundiales que aseguran la sobrevivencia. Las interacciones cosmopolitas se transforman en recursos de un futuro más diverso en que un entendimiento de las diferencias culturales humanas ilumina un mundo cada vez más conectado pero no homogéneo.

Darío, el nicaragüense en Europa, construye sus viajes como resistencia, como un nuevo derecho conquistado, como un desafío a jerarquías existentes porque, de acuerdo con la lógica colonizadora, el sujeto colonizado debe permanecer en su lugar en todos los sentidos, sin poder desplazarse a ninguna parte. O, por otro lado, si consigue la posibilidad de viajar a un centro cultural para educarse, por ejemplo, debe ser muy deferencial siempre, y callarse, y aculturarse, algo que Darío rechaza rotundamente. Por el lado negativo, los viajes de los cosmopolitas podrían considerarse turismo superficial, o algo que privilegia los valores occidentales burgueses. Pero, en términos más positivos, estos viajes fomentan la investigación y los encuentros transformadores.

Para James Clifford, y es algo que se debe tomar más en cuenta en relación con Darío, hay que considerar con mayor seriedad los conocimientos derivados de los viajes. Clifford acuñó el término fascinante de “cosmopolitismos discrepantes” para describir las culturas de las diásporas, los desplazamientos forzados y violentos, y las historias de conflictos económicos, políticos y culturales. Darío es un ser desterritorializado con raíces, un nómada que lleva su casa a cuestas. Ser humano de una manera cabal significa mantenerse en movimiento y experimentar discrepancias culturales. Darío se reinventa en cada lugar que conoce y, además, transforma los lugares que lo reciben. “Las nuevas teorías”, sostiene Ursula K. Heise, “tienen que usar el concepto del cosmopolitismo como una manera de fomentar un entendimiento cultural y político que permite que el individuo piense más allá de los límites de sus propias culturas, etnicidades, o naciones a una variedad de marcos socioculturales”.

Es así, entonces, que la personalidad y el liderazgo de Darío como cosmopolita, nos puede abrir un camino hacia el futuro. Cuando Martha Nussbaum aboga por lo que ella llama una “educación cosmopolita” se refiere a la necesidad de aprender de toda una serie de “aspiraciones y valores comunes, y también acerca de esos fines comunes para ver de cuán distintas formas se manifiestan en las diversas culturas y sus historias”. Entre las ventajas de este tipo de aprendizaje pedagógico hay dos que tienen que ver con el medio ambiente y la cooperación internacional: “Cualquier deliberación que se precie de inteligente sobre la ecología…requiere una planificación global, un conocimiento global y el reconocimiento de un futuro compartido”; además, pregunta Nussbaum, “¿Cómo afrontaremos los estadounidenses el hecho de que es harto improbable que el alto nivel de vida del que disfrutamos se pueda universalizar, teniendo en cuenta los actuales costes del control de la contaminación y la situación actual de las naciones en vías de desarrollo, sin causar un desastre ecológico?”.

En este sentido, Rubén Darío bien podría considerarse una figura precursora del eco-cosmopolitismo. Ursula K. Heise describe cómo los ecologistas insisten demasiado en una conexión con lo local, una nueva alianza con un lugar específico, una reterritorialización problemática porque, “permanecer en un solo lugar por muchas décadas, cuidando una casa o una finca, conociendo íntimamente el medio ambiente local, cultivando relaciones locales, siendo lo más auto-suficiente posible, resistiendo las nuevas tecnologías que no mejoran la vida humana tanto espiritualmente como en términos materiales, son opciones ya no disponibles para muchas personas”. Hay que reconocer, dice Heise, que la comida, la ropa, el combustible, la música, las películas, y los riesgos de salud son inconcebibles en el mundo actual sin las redes globales de información e intercambio.

La desterritorialización que significa el nuevo cosmopolitismo más bien abre nuevas avenidas hacia una conciencia ecológica. Lo que necesitamos más, sostiene Heise, no es el conocimiento de un lugar, sino una idea mucho mejor desarrollada del planeta, “un sentido de cómo las redes políticas, económicas, tecnológicas, sociales, culturales, y ecológicas dan forma a las rutinas diarias”. Darío podría plantearnos el desafío de la necesidad de expandir nuestras imaginaciones reducidas para ser menos territoriales y más sistémicos. El debate actual sobre el cosmopolitismo nos permite recuperar una idea del siglo diecinueve, “disociar el término de las connotaciones de los viajes europeos de la clase alta y redefinirlo como una manera de percibir los modos de conciencia contemporáneos como equivalentes a un estado de conexión intensificada global (intensified global connectedness)”

El eco-cosmopolitismo está directamente ligado al activismo de justicia ecológica a favor de la biodiversidad en un mundo menos jerarquizado y más igualitario en cuanto a la relación entre todas las especies. Darío nos señala esta nueva reciprocidad en “Divagación” en que propone un enigmático mundo panteísta, impulsando el individuo con sus lazos amorosos:

Amor, en fin, que todo diga y cante, amor que encante y deje sorprendida a la serpiente de ojos de diamante que está enroscada al árbol de la vida. Ámame así, fatal, cosmopolita, universal, inmensa, única, sola y todas; misteriosa y erudita: ámame mar y nube, espuma y ola.

Amor sin límites, más allá de lo humano y más allá de las fronteras políticas también. ¿Seremos capaces de adoptar un nuevo modelo de actuar como ciudadanos ecológicos del mundo? Rubén Darío, viajero incansable durante su breve vida y que ahora descansa en León de Nicaragua, nos ofrece un consejo profundo como cronista cosmopolita cuando afirma lo siguiente: “y no he de decir sino lo que en realidad observe y sienta. Por eso me informo por todas partes; por eso voy a todos los lugares.”

La Prensa Literaria

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