Querida Nicaragua: Cuando yo era niño y comencé a estudiar las primeras letras en mi pueblo natal, empecé a recibir ese tipo de lecciones que nunca se olvidan: El buen trato a los semejantes, el respeto a los mayores, el saludo al entrar en una casa, etc.
Luego en primaria y secundaria recuerdo que había una asignatura que enseñaba moralidad, urbanidad y trato social. Mi maestro en primer año en el INO de León fue el sacerdote Benito Oyanguren, inolvidable maestro de varias generaciones y hombre de gran cultura.
En nuestra Nicaragua, aún en los tiempos tormentosos de guerras civiles, de golpes de estado y de dictaduras dinásticas como la de los Somoza, en los colegios nunca dejó de enseñarse esta asignatura, de manera que era usual que los alumnos de aquellos tiempos aprendiéramos valores como el respeto al derecho ajeno, la honradez, el sentido de la responsabilidad, la buena costumbre de llegar puntual a las clases, el profundo respeto a la mujer, sobre todo a la madre y al padre, en fin, todos esos valores con los que se forjan los ciudadanos que hacen digna a la nación.
La propiedad privada era algo sagrado. Lo ajeno era ajeno y sólo su dueño podía disponer de ello. Las deudas eran deudas de honor. El Banco Nacional de Nicaragua era una institución respetable que habilitaba con préstamos a comerciantes, agricultores, ganaderos, industriales, etc. Y siempre se respetó el principio del pago cumplido de las deudas. Y en caso de que el prestatario no pudiera pagar en la fecha indicada, había mecanismos adecuados para prorrogar el préstamo unos días más. La ley funcionaba a carta cabal y quien por descuido o irresponsabilidad no pagara, era demandado ante los tribunales y muchas veces perdía alguna propiedad entregándola al banco en pago de la deuda. Jamás se oyó mencionar en aquellos días el fomento del no pago de una deuda. El no pagar era algo denigrante, vergonzoso.
Qué pena que un movimiento revolucionario con tanto apoyo como la llamada Revolución Popular Sandinista, en lugar de venir a elevar esos valores, haya venido a desvirtuarlos. En julio de 1979 empezó el robo institucionalizado con el nombre de “recuperación”, el asesinato con el nombre de “ajusticiamiento”, la toma de propiedades ajenas, casas, mansiones, solares, fincas, fábricas, medios de comunicación, etc. Se impuso oficialmente el lenguaje del odio, la lucha de clases, el irrespeto, la pornografía, el ataque a la iglesia católica, la expulsión de sacerdotes, y en fin, todos los males habidos y por haber.
Han pasado treinta años y aunque tuvimos 15 en los que gobernó la democracia, fue imposible recuperar los valores perdidos, pues los revoltosos comenzaron a “gobernar desde abajo”, impidiendo la buena marcha de los gobiernos democráticos. Hoy se ha hecho costumbre un movimiento para no pagar las deudas. Lo peor del caso es que el tal movimiento fue promovido por el propio presidente de la república. Y claro, con el apoyo gubernamental del movimiento de los NO PAGO, pues simplemente no paga. Los valores de la honradez, la hombría de bien, la vergüenza, la honorabilidad, el respeto a la familia, el cumplimiento de los compromisos han desaparecido.
Ése es el mayor de los males de la llamada revolución. Nos arrebató aquellos principios que forjan a las naciones. Ojalá la juventud de hoy comprenda esto y pueda recuperar ese enorme tesoro: el fomento de los valores morales que hacen grandes a los pueblos y a las naciones.
El autor es director general de Radio Corporación
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