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Danilo Arbilla

Presidencias paralelas

Dicen que las líneas paralelas se juntan en el infinito. Yo no lo creo. En política, en cambio, es distinto; se dice y es así, que las más de las veces los gobiernos de derecha aplican políticas de izquierda y viceversa. Como decía Perón, sacar la mano para la izquierda, pero doblar a la derecha. O viceversa.

El pasado 1º de marzo, José Mujica, ex guerrillero Tupamaro, de izquierda, que le gusta autodefinirse como anarquista, asumió como el 52º Presidente del Uruguay. Diez días después, el jueves 11, Sebastián Piñera, empresario, millonario, de derecha, pero antipinochetista, juró como el 51º Presidente de Chile.

En conferencias y reuniones previas y especialmente en su discurso de asunción, Mujica sorprendió —más a extraños que a propios— con un planteo de total respeto y adhesión a la tradición y filosofía democrático liberal y con un fuerte llamado —con las debidas garantías y atractivos— a los inversores extranjeros. Se comprometió, además, a hincarle el diente a tres duros huesos: la burocracia estatal, una de las mayores sobrecargas que pesa sobre las espaldas de los uruguayos; la enseñanza, durante años campo de ejercicio para luchas político-ideológicas, lo que la ha llevado a su mayor crisis y la inseguridad ciudadana. También ha fijado como meta principal combatir la pobreza, pero, eso sí, continuando con la política económica del anterior gobierno de su correligionario Tabaré Vázquez, que en definitiva fue la misma que aplicó el presidente colorado que le antecedió, el liberal Jorge Batlle, que da un muy amplio espacio a la actividad privada y a las inversiones extranjeras y que no ignora el mercado, le teme a la inflación y sabe de la importancia del equilibrio fiscal.

En pocas horas la imagen de Mujica se ha agigantado; adentro, pero más aún afuera. Los vecinos argentinos tienen un entusiasmo sin límites y se quieren mudar a la otra orilla. Es que Mujica tiene su encanto propio y además la comparación con los Kirchner le resulta harto favorable.

Piñera, en cambio, comenzó con el pie izquierdo. Se le ha “condenado” por ser de “derecha”, “empresario”, “millonario”, “liberal” y algunos otros “epítetos” que jamás faltan en las crónicas internacionales cuando hablan del flamante presidente chileno. Incluso parece que a Piñera eso le llega y ha tratado de dar otro tipo de señales en sus declaraciones y en algunos hechos, como apoyar la reelección de Insulza en la OEA.

Y ahora los terremotos, que le fijan urgencias y prioridades, le estrechan los márgenes que tendrá para gobernar e implican una imprevista y muy pesada carga económica y social, que se suma a algunas que ya le dejaban los gobiernos de la Concertación de izquierdas. Los fenómenos sísmicos que sufrió Chile, por otro lado, han puesto en descubierto que no todo era color de rosa, y que una buena parte de la dirigencia y la prensa chilena alardeaba un poco de más sobre el “milagro”. Y por si faltara algo, han aparecido los críticos de la hora, con su mejor planteo maniqueísta para echar abajo lo realizado y culpar de todo, hasta de los temblores llegado el caso, a la política económica de la Concertación, que recién ahora se dan cuenta que no se había apartado en lo esencial de la impuesta por Hernán Büchi, último ministro de Hacienda de Pinochet.

A Piñera seguramente no se le perdonarán ni los terremotos ni nadie tendrá en cuenta las circunstancias en que debió asumir su gobierno. Parece que la suerte sólo acompaña a los “gobiernos progresistas”.

Los chilenos tendrán que tener fe y confiar en aquello de que, mal principio, buen fin. Los uruguayos, en tanto, todo lo contrario y desearle suerte a su nuevo presidente en su arremetida contra los leviatanes que los agobian.

El autor es periodista uruguayo,
 fue presidente de la SIP


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