Por Edgard Rodríguez C.
Si no está en las manos de nosotros controlar el rumbo que toman algunas situaciones en la vida y su contexto, al menos tenemos la oportunidad de escoger la actitud con la cual podemos afrontarlas.
Por eso, ante un nuevo tropiezo sufrido por la Selección Nacional de Beisbol, nos quedan dos opciones: o nos unimos a la ola de ataques, que impulsados por la frustración y la cólera no nos permite saber lo que hacemos y menos aún lo que decimos, o reflexionamos y sugerimos alternativas ante la nueva y ya recurrente dificultad.
Cada quien es libre de elegir. Lo único que pienso, sin embargo, es que apabullar no creo que sea útil en las actuales circunstancias. El análisis tiene que ir más allá. Y claro, vamos a partir de un hecho concreto: la Selección hizo un mal trabajo. No por no haber ganado la medalla de oro, sino por el lamentable espectáculo que ofreció.
Que Panamá nos gane ya no es algo que nos sorprenda. Lo han hecho a menudo en los últimos años. Ese país tiene más presencia en las Ligas Menores —y en las Mayores— y hay más material al que se puede recurrir para armar un equipo. Lo lamentable es que la distancia entre ellos y nosotros se amplíe más cada día y sólo nos pongamos a lamentarnos.
Aquí el problema sigue siendo el mismo de siempre: no tenemos un plan. Seguimos haciendo lo mismo, por eso los resultados son los mismos. Jugamos a lo que salga.
Y mientras las autoridades no se detengan a abordar con seriedad el asunto, no vamos a tener cambios. No bastaba con remover a un hombre. Se necesita cambiar un sistema y estilo de trabajo.
Y con la Selección el problema no se resuelve enviando chavalos a los torneos. No es una cuestión de edad. Es un asunto de transformar todo el andamiaje actual. Hay que preparar nuevos entrenadores. Hay que atender las ligas pequeñas y aprovechar todo el entusiasmo que aún genera el beisbol en todo el país.
Sí, hay problemas de recursos en el deporte, como los hay en casi todos los ámbitos de la vida, pero con un plan y estrategias de desarrollo, se puede aprovechar mejor lo poco que hay. Ése es el punto.
Y dejemos de vernos con un sentido lastimero, como si no hay opciones para salir del hoyo. Sí las hay. Lo que pasa es que nos dedicamos a justificarnos, destruirnos o autocompadecernos, en lugar de ponernos a pensar y proponer.
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