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Retrato de Rosario Aguilar, una pintura de sus años juveniles recreados por Iván Aguilar Cassar, su esposo. LA PRENSA/U.MOLINA.

Soledad: tú eres el enlace

Mariano siempre recordaría y le escribiría a Soledad más tarde: “¿Te acuerdas de El Relicario que fue una de las primeras canciones que escuché yo de ti y de Piedad, tocando mi mamá el piano en 1921?

Por Rosario Aguilar

…Mariano siempre recordaría y le escribiría a Soledad más tarde: “¿Te acuerdas de El Relicario que fue una de las primeras canciones que escuché yo de ti y de Piedad, tocando mi mamá el piano en 1921?

A mi pedido ella la cantó y mientras cantaba se me humedecían los ojos. No sé si por el torero o porque, al oír su voz, me venían dulces recuerdos de mi infancia.

“Era un día de San Eugenio

yendo hacia el Pardo le conocí,

era el torero de más tronío

y el más castizo

de toó Madrid…”

De pronto Soledad calló. Yo abrí lo ojos que se me habían llenado de lágrimas. Me dijo: “He perdido la voz”.

¡Oh, Dios mío, su bella voz se había debilitado! La que todos creíamos eterna. Se le quebraba y no alcanzaba ya los tonos altos. Ella se había dado cuenta y yo también, y por eso, se me humedecieron más y tuve que cerrarlos de nuevo.

Mariano recordaría en una carta: “Apareciste tú en 1921, cuando viniste de España y cantabas Flor de té y El Relicario . Una vez recuerdo, que mi madre encontró la canción Flor de té entre mis papeles y creo que estabas presente. Ella se sonrió y te miró, no sé si te diste cuenta, pero ella comprendió. Está todavía ahí esa canción… Tú andabas entonces por allí perfilándote en mí. ¿Me entiendes?

En conclusión… para Soledad, Mariano era el prototipo del hombre americano: luchador, fuerte, de cuya personalidad —siempre segura de sí misma— irradiaba un halo vigoroso, una fuerza acogedora y protectora. A su lado se respiraba una extraña sensación de libertad. Era además, siendo tan joven, muy culto y sentía —y sentiría siempre— un gran orgullo de ser americano.

Y… para él, que entonces no había salido de León, ella representaba la civilización y cultura europea de la que había leído tanto; las ciudades extranjeras, lejanas —incluyendo las americanas—, que él solamente conocía de sus constantes lecturas. Estoy segura que en Soledad, Mariano había encontrado un horizonte ilimitado que le permitía ampliar su mundo. Con ella podía conversar de libros, intercambiar estrofas de poesía y de canciones…

Fue durante el noviazgo que Mariano comenzó a recitarle a Soledad sus poemas preferidos especialmente la Égloga III de Garcilazo. Él tocaba piano también… y cantaba.

Le pregunté si era verdad que con frecuencia le llevaba serenatas…

Ella sonrió compresiva y casi imperceptiblemente…

LA PRENSA/U.MOLINA.

La Prensa Literaria

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