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El diseño, profesión de gran poder para el siglo XXI

Por Marlon Gutiérrez

Las empresas de servicios, las fabricantes de todo tipo de productos locales en nuestro país ignoran el gran poder del diseño, no visualizan que el posicionamiento de marca, el espíritu y el alma de la empresa, el talento de los equipos humanos y la energía del entorno de trabajo son generados por el diseño. Los grandes diseños cubren necesidades que no sabemos que tenemos, son vehículos comunicativos para vender, producir, reforzar; se inmiscuyen en cualquier aspecto social. Se aproxima una nueva generación con gran poder de sorprender, de regalarnos diseños espectaculares y novedosos, sincréticos y funcionales.

Cuando hay identidad, la vida se hace más bonita, connota un significado. Un diseñador de esto es de lo que se encarga, de crear causas, no negocios; desarrolla una historia, una aventura, una sonrisa, enfoca, argumenta, razona con pasión, con humanismo, todo un dios; esto es lo que hace: desarrollar un proceso alineado a un negocio con la promesa del valor de marca atribuyendo un alto valor añadido como socios totales integradores del marketing puro, creadores de mercado. Todo un gran soñador preparado para reinventar el mundo… un dios.

Muchas cosas innovadoras se quedan en índices bajos, porque seguimos donde siempre, con la misma y aburrida monotonía infértil. Este escenario conlleva a que nuestra economía sea insurrecta, sin versatilidad y dinamismo en el mercadeo de servicios y productos lo que conlleva a incrementar la tasa de clientes insatisfechos, falta de competidores insurgentes, empleados conformistas, ausencia de proveedores pioneros.

En nuestro país, las empresas de servicios o de productos, de lo que sea, pequeñas o grandes son incapaces de innovar, de flexibilizarse, cada vez son más efímeras, su gran tendencia: desaparecer porque no le rezan a los dioses verdaderos capaces de comprometerse para marcar diferencias, centrados en la misión del proyecto de vida de la empresa con pasión, adelantados al tiempo, rompe paradigmas, impacientes, capaces de volver locas a las personas, creativos, estrafalarios, peculiares, rebeldes, irreverentes, acrecentados en el caos.

Estos señores no enfocan mecanismos o procedimientos lo que me hace recordar unas palabras de Miguel Ángel, quien decía: el principal peligro para la mayoría de nosotros no es que nuestros objetivos sean demasiados objetivos, sean demasiados altos, y no los consigamos sino que sean demasiados bajos y los alcancemos. O Mozart: aquél que es más impertinente tiene las mejores posibilidades, o Anita Borg: las mujeres que se comportan como deben raramente hacen historia.

La iniciativa privada y estatal actual agonizan con el concepto de diseño, mutilan su valor estético creativo enfocado en la experiencia del receptor, para obedecer a intereses burdos. Otra situación es la radicalización hasta destruir el poder comunicativo perdiendo así su verdadera vida, transgrediéndolo de significados conforme se apegan a la tradicional y vacía postura comunicacional del hacer mercadeo apropiándose de la banalidad y mediocridad justo en el valor ideológico del servicio o producto. Prueba de esta realidad es el pecado que cometen los supuestos conocedores al despojar la herencia racionalista de Mies van der Rohe —autor de la famosa consigna “menos es más”—.

La inconsciencia de los elementos y efectos que genera el diseño es lo que no permite que los consumidores de él no encuentren el camino y mucho menos que comprendan datos, perdiéndose de nuevas ideas, fantásticas, narrativas o paisajes comunicadores de sus propios intereses. El diseño se inmiscuye en todos los aspectos de la vida social y si estos señores siguen con los ojos vendados habrán unos pocos tuertos que tratarán de sobrevivir vendiendo sus trabajos mediocres y el diseño verdadero seguirá siendo intangible, mutilado.


El autor es diseñador Creativo/ Docente de la carrera de Diseño Gráfico, UCA.

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