Fotos de La Prensa/Uriel Molina, Archivo
Cuando Ernesto Cordero entró a aquel estadio supo lo que era estar en una Copa Mundial de Futbol y se juró a sí mismo que nunca, nunca se volvería a perder un partido de su selección favorita: Alemania.
Cuando quedan apenas cinco días para que comience la Copa Mundial de la FIFA Sudáfrica 2010, este nicaragüense de 35 años ya se encuentran en Johannesburgo a la espera de la mayor cita futbolística del globo.
Pero para asistir a este encuentro que se repite cada cuatro años, Cordero tuvo que trabajar duro y con mucha disciplina ahorrar para alcanzar la meta de casi diez mil dólares necesarios para cubrir el presupuesto con el que sobrevivirá en la capital económica de África durante todo un mes.
Ernesto Cordero nació en Managua, en 1975, pero es de corazón futbolístico alemán y éste será el tercer Mundial al que asiste para vitorear al equipo que le apasiona.
1998 fue un año que lo dejó marcado hasta hoy gracias a su madre, quien le obsequió nada más y nada menos que un boleto de avión y dinero para ir al Mundial en París, Francia. Con 23 años entonces, logró cumplir su sueño de ver de cerca al equipo que sigue como fanático “de por vida”, aunque no tiene ningún vínculo genealógico con ese país, simplemente es su equipo favorito desde la niñez.
“Ese viaje fue inolvidable pero bastante desorganizado, no hablaba el idioma (francés), me fui sin entradas y solo, sin conocer a nadie. Siempre había tenido la ilusión de ir a un Mundial y desde niño seguía a la selección alemana como mi equipo”, comenta a Domingo en la víspera del viaje que inició este jueves.
Cuando su madre le propuso el viaje para el Mundial de Francia, Cordero no podía creerlo. Hasta llegó pensar que era demasiado dinero el que su progenitora estaba invirtiendo por él. Sin embargo, el consejo de una amiga lo terminó de convencer para aceptar el regalo. Sarita, una amiga de la familia, le advirtió: “Las oportunidades muchas veces se presentan una vez en la vida. Ahora te pueden regalar esto, en cuatro años no sabemos si vamos a estar vivos, no sabemos qué va a pasar”.
No lo pensó más. Ernesto se fue rumbo a Hamburgo, Alemania, donde reside su hermana. Desde ahí tomó un tren en el que viajó durante ocho horas hasta llegar a París.
No hablaba francés, pero sí dominaba el inglés, así que eso le facilitó un poco el no andar “tan perdido”. Con un mapa como guía, buscó los establecimientos de ventas callejeras en busca de boletos de entrada pero no tuvo el éxito deseado. Cordero creyó que en la calle podría adquirir los boletos de entrada a menos costo, como suele suceder en Managua, mas no sabía que la compra de boletos sólo era posible a través de los puestos de venta oficiales de la FIFA.
Decepcionado se fue a un bar latino. Ahí conoció a un peruano que le ayudó a guiarse para andar por la inmensa ciudad en tren, en metro y además lo hospedó en su apartamento. Después, como sucede en las películas, conoció a una francesa cerca del río Sena. Ella también le ayudó. “Corrí con suerte en ese aspecto pero no conseguí entradas”, recuerda.
Después de 14 días de estancia en París, decidió regresar donde su hermana en Alemania. Volvía decepcionado por no poder asistir a un solo partido de futbol. Pero estando allá, logró comprar un boleto por un precio de 400 dólares. Así, regresó otra vez a París, para presenciar el juego Alemania-México.
Carlos Chong Henríquez es otro nicaragüense que, quizás sin darse cuenta, sin conocerse, compartió estadio con Ernesto Cordero en aquel Mundial de Francia, en 1998, el primer Mundial al que también asistió.
Carlos Chong lleva el mismo nombre de su padre, un diriambino que prácticamente le dio la vuelta al mundo de Mundial en Mundial.
Carlos Chong (padre) realizó su primer gran viaje en 1962 para asistir al Mundial en Chile, un viaje en el que la inversión fue apenas de 600 dólares.
Él tuvo la oportunidad de ver jugar a grandes glorias del balompié como el argentino Maradona, y los brasileños Pelé y Garrincha.
En 1970 estuvo en la final del Mundial en México. Esa vez, con la calma que le caracteriza, según lo describe la periodista Dora Romero, en la revista Magazine , Carlos Chong (padre) vio jugar al mismísimo Pelé, durante el partido decisivo entre las selecciones de Brasil e Italia.
Esa vez el marcador quedó 4-1 a favor de Brasil. Y como si ver jugar a Pelé y enojarse por el gol que le habían anulado era poco, Chong fue testigo además del tercer triunfo mundial de Brasil. Una victoria que le permitió quedarse definitivamente con la preciada Copa Jules Rimet, que después fue robada en 1983 y nunca más se supo su paradero.
A sus 78 años, don Carlos Chong y su esposa Nubia Henríquez ya no tienen la misma salud de antaño y por eso éste será el segundo Mundial de Futbol que presenciarán desde la comodidad de su casa, con la frescura de Diriamba y sin toda la emoción que genera el estar en un mismo estadio junto a miles de hinchas, pero con la satisfacción de haberle heredado a su hijo una tradición poco común como ésta de ir a los juegos mundiales de un deporte que ahora es considerado en Nicaragua mucho más popular que el beisbol, aunque todavía le llamen el “deporte rey”.
Carlos Chong (hijo) vive ahora en Los Ángeles junto a su familia, pero siguiendo la tradición de su padre, ya tiene listos los pasajes aéreos para asistir a los cuartos de final en Johannesburgo.
Y al igual como hizo su padre en cinco de los diez Mundiales a los que asistió, Chong Henríquez también irá acompañado de su esposa para compartir toda la emoción.
Don Carlos Chong, con mucho sacrificio, tuvo el privilegio de estar en los Mundiales en Chile (1962), Inglaterra (1966), México (1970), Alemania (1974), Argentina (1978), España (1982), México (1986), Italia (1990), Estados Unidos (1994) y Francia (1998).
Su hijo ya lleva cuatro Mundiales en su lista, desde Italia en 1990, Estados Unidos (1994), Francia en 1998 hasta Alemania en 2006.
A base de ahorros y mucho trabajo, Ernesto Cordero ha agrandado su lista de Mundiales con la asistencia en Francia (1998), Corea/Japón (2002), Alemania (2006) y ahora se encuentra en Sudáfrica en espera del 11 de junio para disfrutar el evento por el que ha esperado cuatro años.
“Yo trabajo en seguros desde mis 16 años, en un negocio familiar. Recuerdo que el año más difícil fue el 2000. Hice un negocio con constructores y me traicionaron los socios. Tuve que hacer reajustes de gastos, sacrificar otras prioridades, pero logré ir al Mundial de Alemania. Creo que es necesario luchar por tus objetivos, no es difícil conseguir dinero si se lo proponen”, reflexiona este nica quien por cuestiones de trabajo pasa mucho tiempo en Guatemala.
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