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Humberto Belli Pereira

¿Por qué estamos como estamos?

Por Humberto Belli Pereira.- ¿Por qué estamos tan mal en Nicaragua? ¿Qué explica las continuas frustraciones de nuestra vida política? Chale Mántica Berio, uno de los líderes cristianos más destacados de nuestra vida cultural y empresarial, acuñó la frase que lo contesta: “Estamos como estamos porque somos como somos”. Si los frutos de nuestra vida sociopolítica son amargos, ¿no será que algo falla en la fibra moral de nuestros habitantes?

Por siglos, la tradición cristiana y las reflexiones de muchos clásicos del pensamiento político han advertido que la presencia o ausencia de virtudes en los ciudadanos tienen una enorme influencia en la calidad de las sociedades que habitaban. “¿De dónde vienen las guerras y de dónde los pleitos entre vosotros?”, se preguntaba el apóstol Santiago, “¿no surgen de vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros?”

Platón y Aristóteles, desde una perspectiva secular, creían también que la calidad de la vida política de una república dependía de las virtudes de sus ciudadanos. No podía construirse una república virtuosa sin ciudadanos virtuosos. Ecos de estas perspectivas los encontramos en dichos populares como “todo pueblo tiene el gobierno que se merece”. En ellos, el hombre de la calle intuye el vínculo que existe entre la calidad de los gobernantes y la de los gobernados. Si queremos mejores gobernantes, debemos luchar por merecerlos.

Gran parte de esta visión de la vida social se nubló con el advenimiento de las ideologías deterministas de los siglos XIX y XX. Bajo la influencia de pensadores como Marx se extendió la idea de que lo decisivo para cambiar la sociedad no era el cambio personal, sino construir estructuras económicas y políticas distintas. Para los marxistas y muchas otras corrientes afines, las ideas, valores y moralidad del ser humano eran producto de su entorno económico y sus relaciones de poder. No era el hombre quien corrompía la sociedad, sino al revés. Había pues que cambiar a ésta para cambiara aquél. Sólo así podría surgir el “hombre nuevo”, revolucionario.

Muchos idealistas, políticos e intelectuales abrazaron estos planteamientos. Uno de sus atractivos era la rapidez. Cambiar personas era más lento y menos glorioso que cambiar gobiernos y abolir la propiedad. Pero la tierra prometida no llegó. En su lugar quedaron desiertos llenos de calaveras y hombres viejos, con vicios y corruptelas tan antiguos como la historia.

Hoy nadie, salvo trasnochados como Chávez, proponen al socialismo como solución de los problemas. Algunas feministas, medio en broma y medio en serio, especulan sobre la sociedad ideal que podría emerger si las mujeres tomaran el poder y desplazaran totalmente a los hombres. Otros creen que bastaría con que partidos políticos nuevos sustituyan a los actuales. Pero nada funcionará si no hay suficientes hombres y mujeres mejores. La historia de Nicaragua, incluyendo las desilusiones más recientes, deberían vacunarnos contra las soluciones fáciles.

Si hoy estamos como antes es porque somos como antes, hombres y mujeres. No hemos cambiado lo suficiente. Demasiado de los vicios de ayer sobreviven en una alta proporción de nuestra población; dentro y fuera de la clase política. Y aunque las excepciones abundan, éstas no son suficientes. Hacer que éstas se multipliquen y fermenten la masa debe estar en el centro de la agenda nacional. Esto implica una labor a largo plazo centrada en la transmisión de buenos valores y buenas ideas.

El fomento de los valores es una labor eminentemente educativa. El contenido más importante del currículum de todas las escuelas debería ser la transmisión de valores. Desde la enseñanza de los diez mandamientos hasta la importancia del matrimonio y la unidad familiar. Los propietarios de medios de difusión, especialmente televisión, deberían transmitir programas educativos de alta calidad ética. Una dimensión fundamental de la responsabiliad social empresarial debería ser la transmisión de valores. La legislación nacional debería establecer códigos de conducta exigentes para el ejercicio de cargos públicos importantes y hacer un esfuerzo concertado para frenar la impunidad.

Pero también es necesaria la difusión de buenas ideas. Una persona buena con ideas equivocadas puede hacer mucho daño. Sector privado, profesionales y universidades que comparten los ideales de democracia y libertad, deberían unir manos para transmitirlos en forma sistemática a la juventud. En fin, son muchas las iniciativas que podrían concebirse para avanzar en estos frentes. Habrá una Nicaragua distinta con nicaragüenses distintos.

Si hoy estamos como antes es porque somos como antes. No hemos cambiado lo suficiente. Demasiado de los vicios de ayer sobreviven en una alta proporción de nuestra población; dentro y fuera de la clase política.

El autor fue Ministro de Educación 1990-1998.

Opinión
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