Querida Nicaragua: Me decía alguien que lo primero que este país necesita es la recomposición de los poderes del Estado, recobrar la institucionalidad perdida. Y preocupado me decía que nadie, ningún presidente puede hacer eso por sí y ante sí, que eso sólo puede componerse a través de la Asamblea Nacional, que es la que, según la ley, nombra a los magistrados de acuerdo con las ternas que le envían el Presidente y los gremios respectivos en cada caso.
Ciertamente, mi amigo tiene razón. La institucionalidad del país sólo puede recomponerse mediante los votos de los diputados de la Asamblea Nacional. Y por esto un nuevo gobierno necesita conseguir mayoría de diputados en el Congreso Nacional.
El Poder Judicial, hoy convertido en un ente ilegal e ilegítimo, no podrá legalizarse si no es a través del Congreso Nacional. Igualmente el Poder Electoral no podrá sustituirse por un organismo respetable y confiable, menos suntuoso y más ahorrativo como sería un Tribunal Electoral, si no es mediante los votos del Congreso, y el mismo Poder Legislativo no podrá dejar de ser el tiangue en que algunos diputados lo han convertido, si los partidos políticos, antes de las elecciones, no escogen con pinzas a sus nuevos diputados. Me refiero a los partidos políticos que están forjando la unidad para lograr un Gobierno de Unidad Nacional. Los partidos democráticos unidos deberán escoger a sus diputados y serán éstos quienes logren, mediante el voto mayoritario, recomponer el Poder Judicial, devolverle la majestad que debe tener y que garantice la seguridad jurídica de los ciudadanos. Son los diputados los llamados a escoger ciudadanos probos, de limpia trayectoria, apartidistas, que no sean escogidos por partidos políticos sino que por los propios diputados de la Asamblea Nacional.
Cada Poder del Estado deberá estar conformado por ciudadanos de primer orden en lo profesional y en su conducta moral y política. De esta forma se recobrará la institucionalidad.
Un Congreso Nacional mayoritario a favor de la democracia es también la garantía de que el Presidente de la nación no cometerá abusos, ni faltará a la ley ni a la Constitución, pues tendrá la suficiente autoridad moral, legal y política para interpelarlo cuando sea necesario. Ése es el papel de los poderes del Estado en una democracia. Servir de freno por si el Ejecutivo quiere abusar de sus poderes. La ley ha puesto una serie de candados para no permitir que el señor Presidente haga lo que quiera y actúe irrespetando las leyes. Ése es el núcleo vital de la democracia: la separación e independencia de los poderes del Estado y la vigilancia que cada uno de ellos ejerce sobre el otro para evitar los abusos y propiciar la marcha armónica de toda la nación.
Por supuesto que en nuestra Nicaragua esta tarea no es sencilla. Se trata de acabar con viejos vicios politiqueros enquistados en el sistema actual. Se trata de inaugurar un nuevo cuerpo legislativo donde los diputados no vayan buscando enormes salarios y prebendas imposibles. Se trata de que un magistrado de la Corte Suprema sienta que es grande su importancia y que le está sirviendo a la Patria con la dignidad del caso, que se sienta orgulloso de aplicar rigurosamente la ley. Cuando esto se logre el país habrá cambiado radicalmente. Y habemos muchos hombres dispuestos a lograr este tipo de cambios que tanto necesita nuestro país. Habemos hombres dispuestos a impulsar la revolución de la honestidad.
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