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Simplifica tu vida

Leonardo da Vinci nos decía en su genialidad que “la simplicidad es la máxima sofisticación”. Paradójicamente, en el mundo empresarial y personal muchas veces hacemos exactamente lo contrario. Nos complicamos la vida con instrumentos “muy sofisticados”, que medio intentan funcionar “dentro de procesos prehistóricos”.

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Leonardo da Vinci nos decía en su genialidad que “la simplicidad es la máxima sofisticación”. Paradójicamente, en el mundo empresarial y personal muchas veces hacemos exactamente lo contrario. Nos complicamos la vida con instrumentos “muy sofisticados”, que medio intentan funcionar “dentro de procesos prehistóricos”.

Vivimos con la necesidad permanente de “simplificar las cosas”, la regla de oro debería ser que “si un niño de diez años no lo entiende, es necesario simplificarlas aún más”. Simplificando uno puede hacer más con menos y en menos tiempo. La pregunta del millón es ¿por qué hacernos más complicada la vida, cuando simple también es posible?

Cuando valoramos bien, descubrimos que aproximadamente el 20 por ciento de las cosas que hacemos son responsables del 80 por ciento de nuestros resultados o beneficios.

Enfóquese en hacer bien lo básico. Renuncie a su puesto de Gerente General del Universo —alias el “resuélvelo todo”—. No puede resolver todos los problemas, enfóquese lo que más impacte en su vida personal y empresarial.

Si el entorno es cada vez más complejo, simplifique su vida enfocándose en lo esencial: cosas simples, prácticas y sobre todo útiles, cuyo beneficio sea mayor a su costo (también llamado “factor dolor de cabeza”). Si los costos son mayores que los beneficios, no lo arregle, ahórrese la molestia.

Para enfocarse en lo esencial, no hay que dar ni “más ni menos” de lo que las personas necesitan para hacer bien su trabajo o para resolver sus problemas diarios (el resto es actitud positiva).

La mejor forma de resolver un problema es no tenerlo. Piense anticipadamente en qué podría salir mal e imagine acciones que podría realizar para prevenir los problemas antes de que ocurran. Haga un esfuerzo por dar a las personas los mecanismos para saber si “hicieron bien su trabajo”.

El primer control es el autocontrol (por el mismo responsable de la tarea). Las auditorías normalmente llegan a “desenterrar los muertos”. Anticípese con seguimiento proactivo a clientes, proveedores y empleados.

El tiempo es el eterno limitante. En esta era digital, la velocidad de cambio es cada vez mayor, así como lo es la necesidad de tomar decisiones oportunas y responder con efectividad a las realidades cambiantes que nos rodean.

Recuerde siempre la importancia del “factor humano”. Cuando las personas no sienten como “propio” un instrumento, producto o proceso; cuando no tienen la capacidad o motivación de poder “sentirlo”, mejorarlo o adaptarlo a sus realidades y necesidades, dejarán de utilizarlos. Será una pérdida de tiempo y dinero.

Nada está escrito en piedra. Periódicamente (y como máximo cada seis meses) verifique si los supuestos e instrumentos que está utilizando continúan siendo útiles y válidos; o si es necesario introducir cambios o mejoras para que respondan a la realidad de su entorno, necesidades de sus clientes y a su propio “ADN empresarial”.

Lo útil de un instrumento o proceso se valora en el día a día, cuando nos ayuda a resolver un problema o aprovechar una oportunidad. Cuando desarrolle un mecanismo de toma de decisiones, piense desde el primer momento en cómo lo utilizará para mejorar y simplificar su día. Ajuste el formato que utilizará hasta quedar satisfecho con el mismo.

Lo esencial es que las cosas sean útiles y simples para resolver el día a día de las personas.

(*) Director de PROMIFIN, programa financiado por la Cooperación Suiza en América Central.

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