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Cirilo Antonio Otero

Canasta de bienes y servicios

Cuando decimos o escribimos la frase canasta básica, estamos contribuyendo con la mediocridad política y con la mendicidad popular.

Ciertamente hablar de canasta de bienes y servicios se ha convertido en una referencia concreta mercantil para sociedades comunicacionales reunidas. El concepto ha sido aceptado, promovido y se le ha dado un nivel clasificador e indicador socioeconómico. Cuando hablamos de canasta de bienes y servicios, nos referimos a la oferta de productos y servicios que se encuentran en el mercado a disposición del consumidor final. Debemos recordar que los bienes son aquellos productos en condiciones de ser utilizados y/o aplicados a otros para su consumo diario (leche, arroz, verduras); y los servicios son aquellas acciones que transamos los ciudadanos y ciudadanas con los prestadores de servicios gubernamentales o no gubernamentales para recibirlos en nuestros hogares o personalmente (agua, electricidad, teléfono).

Desafortunadamente desde la década de los ochenta en Nicaragua se elevó a concepto social y político la frase canasta básica en lugar de canasta de bienes y servicios. Esa moda fue producto de un ambiente de empobrecimiento social o mental y de limitaciones económicas propias del momento; recuerdo que cuando se hablaba de canasta básica se pensaba en arroz, frijoles, azúcar, sal, pasta dental. Evidentemente al finalizar la década de las limitaciones se registraron cambios paulatinos en el contenido de la oferta de la canasta de bienes y servicios al consumidor nicaragüense.

Posteriormente presenciamos cambios de canastas, conocemos canasta de 12 productos; canasta de 23 productos; otra de 34 productos y una canasta más de 53 productos y bienes. Tanto los políticos de profesión como sus operadores sindicales y los medios de comunicación juegan con estas canastas para referirse a bienes y servicios que se ofrecen a las unidades familiares. Juegan porque engañan al decir que una familia recibe o no un porcentaje de las variadas canastas de bienes y servicios, aunque en la práctica ninguna es referente real para el consumidor nicaragüense.

Hablar de canasta básica es profundizar la mediocridad y el empobrecimiento porque hablamos de lo básico, nos referimos a lo elemental, señalamos lo que está en el límite menor, es decir, que ya no hay otro nivel. Por eso sugerimos que nuestros políticos de profesión, sus aliados sindicalistas, los medios de comunicación, por favor utilicen el concepto de canasta de bienes y servicios para referirnos a la oferta de bienes y servicios disponibles a los consumidores locales. Debemos recordar que las necesidades y demandas de las unidades familiares no se satisfacen únicamente con lo básico, por el contrario, éstas demandan cada día más y mejores bienes y servicios para su consumo y desarrollo diario. No estemos apegados al pasado, a ese pasado de pobreza, limitaciones, desigualdad y mercado controlado. Superemos ese nivel y hablemos de cambio, de mejores servicios de nuevas formas de atender las necesidades de las unidades familiares en el marco del mercado.

Debemos superar ese sentido dependiente y empobrecedor que se ha puesto de moda en los discursos del Primer Magistrado de la República, cuando se refiere a los bienes entregados a las familias empobrecidas; y expresa, la gallinita, el chanchito, la vaquita, los frijolitos, la casita, la tierrita. Seamos sinceros, estas expresiones en diminutivo hacen crecer el sentimiento de pobre, dependiente, mísero, ensalza la sensación del que espera un milagro para satisfacer su necesidad de alimentos, o de bienestar limitado. Debemos de recordar que para liberar de la dependencia y de la opresión a los seres humanos, también es necesario cambiar nuestro lenguaje. Por favor, no estimulemos el vocabulario del subdesarrollo. Pensemos en grande y pensemos en base al derecho y respetemos las capacidades de las personas. Así es que en corto tiempo construiremos una Nicaragua próspera, participativa, respetuosa, transparente y en el camino del desarrollo sostenible.

 

El autor es sociólogo e investigador social  
[email protected]

 

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