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Danilo Arbilla

No culpemos a Chávez

Por más vueltas que se le dé, por muy rico que sea el idioma, es difícil seguir esquivando el bulto: Chávez ha dado un golpe de Estado. Lo dice la prensa mundial más seria y reconocida y lo denuncian las organizaciones de defensa de los derechos y libertades más respetables. Pero, ¿un golpe de estado contra quién? ¿ya no tenía prácticamente todo el poder en sus manos? ¿un golpe contra los 67 diputados de la oposición que el próximo 5 de enero asumirán en un Congreso de 165 miembros y que no podrán hacer nada porque Chávez tiene plenos poderes para legislar por decreto hasta las próximas elecciones? ¿O contra los diputados del propio partido (98) oficialista que eventualmente puedan disentir y en un arranque de dignidad personal y vergüenza se aparten del chavismo, y que ahora por ley podrán ser echados?

¿No será contra el único canal independiente que queda en Venezuela, o los pocos diarios que se debaten contra el hostigamiento económico y fiscal del Estado o contra los estudiantes y librepensadores que a través de Internet se comunican y transitan en libertad, para los cuales se han aprobados las leyes para acorralarlos y acabar con ellos? ¿Ni será contra gobernadores y alcaldes de la oposición a los que el gobierno central persigue, amenaza, ignora ilegal e ilegítimamente y asfixia económicamente? ¿Contra quién? Sin duda no ha sido un golpe de Estado contra el poder judicial, que responde a Chávez y al que da las órdenes en público y por TV y a cuyos miembros acaba de designar hace unos días, ni tampoco contra las Fuerzas Armadas venezolanas, cuyo flamante máximo jefe, recién designado por el presidente, anunció que si en las elecciones del 2012 gana la oposición, Chávez igual continuará en el poder.

Chávez no dio un golpe de Estado. Él ya era el dictador, lo que hizo fue sacarse la careta. Fue un acto de sinceramiento, con el que al mismo tiempo —esas cosas que tiene Chávez— le complicó la vida a sus mentores y padrinos, y también socios comerciales y privilegiados proveedores (a costo del sufrido pueblo venezolano).

Chávez nunca ha pretendido engañar a nadie, desde que intentó el primer golpe de Estado —ese sí— en febrero de 1992.

La culpa es de quienes lo han buscado presentarlo en todo momento como un demócrata y en ese sentido los gobiernos de Brasil, Argentina y España y la OEA y las figuras de Lula, Rodríguez Zapatero, los Kirchner y Miguel Ángel Moratinos han sido sus más entusiastas promotores. Chávez tiene además sus amigos extracontinentales e iluminados como él y sus discípulos, “pichones” y seguidores continentales. Pero aquellos le han dado el respaldo, como lo han admitido más de una vez y más de un vocero, por conveniencia -negocios son negocios—, aunque también Chávez ha contado con otros votos, que se los dieron por necesidad o por razones estratégicas, incluso para defenderse o equilibrar y frenar a “otros amigos” (caso de Paraguay respecto a la influencia de Brasil por ejemplo).

¿Seguirán como hasta ahora todos asociados con Chávez? ¿Seguirá diciendo el inefable Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, que la Organización sólo está integrada por democracias?

Ante confesión de parte, relevo de prueba: ¿no habrá uno, por lo menos, un miembro de la organización que denuncie esta nueva violación de la Carta Democrática Interamericana?

Opinión Chávez José Miguel Insulza OEA archivo
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