Por Isabel Martínez Pita/EFE
A medida que la sociedad progresa, mejoran las condiciones sanitarias y se posibilita una mayor longevidad. Por esto, los investigadores de la prestigiosa Max Planck Society para la Investigación Demográfica de Alemania decidieron buscar entre diversos países del mundo a los “supercentenarios”, aquellas personas que vivieron o viven todavía más de cien años.
Tras un exhaustivo recorrido demográfico, entre quince países entre los que se encontraban Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Francia, Italia, España, Alemania, Suiza, Bélgica, Inglaterra y los países nórdicos, el equipo del Instituto, dirigido por el investigador Heiner Maier, encontró 600 personas que llegaban a esa edad y 20 superaban los 115.
Los nuevos datos se han usado para crear la Base de Datos Internacional sobre Longevidad (IDL, por sus siglas en inglés), que representa el primer registro internacional fiable de datos verificados científicamente sobre ‘supercentenarios’.
Pero, a pesar de compartir una sociedad de bienestar y de conseguir alcanzar mayores expectativas de vida, los seres humanos seguimos con las incógnitas de la razón del envejecimiento de nuestro cuerpo, y del agotamiento de nuestras facultades mentales.
Adolfo Toledano Gesca, investigador de Neurología Molecular, Celular y del Desarrollo del Instituto Ramón y Cajal de Madrid (España), lo explica:
“Las causas del envejecimiento son múltiples, no hay un sistema específico dedicado a envejecer al individuo. Todos los seres vivientes tienen una longevidad más o menos determinada y es difícil de precisar. Pero, lo mismo que existe un proceso de desarrollo embriológico o postnatal, llega un momento que ese desarrollo alcanza un máximo, a partir del cual empieza una involución normal fisiológica en la que están implicados toda una serie de procesos”.
Existe una serie de sistemas que se renuevan a lo largo de la vida, pero en los que se produce una sucesión de daños que deterioran las células y llega un momento en que dejan de ser funcionales y mueren. Para Toledano, “aunque en general existe un envejecimiento global, cada parte del individuo tiene su propio envejecimiento. La prueba es que no es excepcional que, gente joven, tenga muy deteriorados determinados órganos, como, por ejemplo, la vista”.
El investigador español explica que “es muy difícil precisar lo que es un envejecimiento fisiológico y un envejecimiento patológico. En realidad hay un continuo, un sistema que está en involución. El ser humano que se encuentra en condiciones óptimas puede llegar a los 110 años y, en condiciones menos óptimas, puede llegar a los 60. Es fácil de entender cuál podía ser la expectativa de vida hace unos años en peores condiciones sanitarias y sociales, en comparación a las que hay ahora en la actualidad. Pero, ciertamente, hay un límite en la expectativa de vida de un ser humano, que pueden ser esos 110 años”.
Las condiciones de mejoras sociales y sanitarias efectivamente han elevado la longevidad de los individuos que se encuentran en sociedades desarrolladas. En la actualidad, las poblaciones envejecen, retrasando la muerte, hasta hacer que los 100 años sea una edad relativamente fácil de superar.
El ejemplo del profesor Toledano lo muestra claramente al indicar que, “hay grupos que tienen una longevidad más grande que otra y eso se comprueba en cualquier tipo de especie de mamífero. Los animales que se encuentran en estado salvaje tienen un límite de vida; en semilibertad tienen otro y en cautividad otro. Normalmente, el límite de vida del animal en cautiverio suele ser mucho más largo y, se puede decir, que la mayor parte de los mamíferos salvajes no llegan a la senilidad porque en su medio ambiente llega un momento que tienen que defenderse, pero cuando comienzan su declive no pueden hacerlo, por lo que sus capacidades físicas acaban sucumbiendo”.
Las poblaciones que viven en el Tercer Mundo, con peores condiciones de vida, tienen un proceso de envejecimiento mucho más rápido, aunque según Toledano, “existen ejemplos de grupos de personas en condiciones sociosanitarias peores que nosotros y están viviendo mucho más que la media de grupos en condiciones muy buenas, por una serie de circunstancias, de las que desconocemos muchas de ellas”.
Entre estos dos grupos de poblaciones del mundo menos desarrollado “no existe patología Alzheimer, o es rara, mientras que en nuestras sociedades bien cuidadas encontramos que, a partir de los 65 años, el porcentaje de este tipo de enfermedad o de Parkinson es muy llamativo. Hay grupos de investigación dedicados a este tema y no se ha llegado, aún, a una conclusión sobre los motivos por los que desarrollan menos patologías mentales”.
“De la misma forma que, extrañamente, no aparecen estas enfermedades neurológicas en las personas que son capaces de llegar a unos límites de edad muy altos. Hay muchos trabajos publicados sobre los ‘very old old’, los viejos muy viejos, en los que, efectivamente, se describe que esto ocurre y es un enigma que se investiga. Queremos saber qué mecanismos celulares tienen sus neuronas para resistir tanto y mantenerse en un óptimo funcionamiento durante tanto tiempo”, argumenta Toledano.
Pero para el investigador español, la edad de 110 años es una edad que no parece que sea susceptible de ser modificada. Aunque las condiciones ambientales y sanitarias mejorarán sustancialmente, ello no significa que se pueda romper esta barrera cronológica .
“La expectativa de vida de la especie de 110 años está calculada por estudios que van desde la estadística a la genética. Lo que haríamos si las condiciones de vida mejoraran, sería llevar esta expectativa media de la población a las posibilidades máximas de vida de la especie”, subraya el experto.
Ante la perspectiva de que sea el propio ser humano el que pueda optimizar las condiciones para alargar su vida, Adolfo Toledano se muestra optimista y ofrece un mensaje alternativo. “El individuo debe tener el convencimiento de que puede llegar a esa edad, que va a poner todo de su parte y, además, que es feliz, porque se adecua a cubrir sus necesidades al máximo y a sacar el mejor partido de la vida, lo que hace que el sistema nervioso produzca una serie de sustancias de complacencia y felicidad, que son muy beneficiosas”.
“Estas sustancias provocan que una serie de circuitos se “enciendan” para buscar el mejor rendimiento de todas las funciones, tanto las intelectivas como las vegetativas, a través del papel rector que tiene el sistema nervioso sobre el resto del organismo. En el proceso contrario se encuentra el estado depresivo, apático o de laxitud”, concluye Toledano.
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