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¿ Recuerda usted cuáles fueron los proyectos que desarrolló José Rizo mientras fungió como Vicepresidente durante el gobierno de Enrique Bolaños?
¿Sabe por casualidad de alguna tarea relevante realizada por el actual vicepresidente Jaime Morales Carazo?
De José Rizo quizá se le recuerde al frente del Sinapred. Pero tal vez se le venga más rápido a la memoria aquel día en el que apareció en los medios de comunicación, interponiendo un recurso de amparo en contra del decreto (135-2004) con el que Enrique Bolaños le quitaba la facultad de seguir al frente del Comité Nacional del Sistema Nacional de Prevención, Mitigación y Atención de Desastres (Sinapred) y el Consejo Nacional Nicaragüense de Ciencia y Tecnología (Conicyt). Es decir, lo único que podía hacer se lo estaban quitando.
Eso fue a inicios del 2005. Quizás le estemos pidiendo demasiado a la memoria. Pero, a ver, ¿cuál ha sido el último rol de Jaime Morales Carazo como Vicepresidente? Además de la asistencia a actividades protocolarias, ¿qué ha hecho?
Es difícil encontrar la respuesta porque a lo largo de la historia los vicepresidentes no realizan tareas relevantes en el Gobierno. Y conste que no se quiere ofender de ninguna manera. La poca diligencia de los vicepresidentes ha marcado la historia y, no se sorprenda, la Constitución Política lo permite.
Sí, así mismo. En su artículo 145 dice que “el Vicepresidente de la República desempeña las funciones que le señale la presente Constitución Política y las que le delegue el Presidente”. Sin embargo, ni la Constitución le señala actividad alguna ni los presidentes se interesan por que su “segundo al mando” tenga protagonismo durante sus gobiernos.
Para la elecciones del próximo noviembre, ya casi están definidos los candidatos a Presidente. El Frente Sandinista insiste en la candidatura de Daniel Ortega, a pesar de que la Constitución Política lo prohíbe; Fabio Gadea busca cómo reunir alrededor de su candidatura a toda la oposición y Arnoldo Alemán sostiene su candidatura, que resulta muy beneficiosa para Ortega y perjudicial para la oposición y el propio PLC, dado que su figura provoca más rechazo que aceptación.
Ahora es el tiempo de definir los vices.
El Frente Sandinista anunciará el próximo 21 de febrero su fórmula. Hasta ahora se perfila como favorito el actual vicepresidente Jaime Morales Carazo, porque ha sido una figura relativamente cómoda para el orteguismo y, principalmente, porque insistirá en la idea de que todos repitan para buscarle algo de legitimidad a un probable segundo mandato de Ortega. Alojar en la población la idea de que el cambio es malo, que todo siga igual.
Otros nombres que suenan en la cancha de Ortega son los de Julio César Blandón, “Kalimán”, que representa la facción del Partido Resistencia Nicaragüense aliada a Ortega, quien se autopostuló como precandidato, y última y extrañamente a Pedro Solórzano, el polémico ex funcionario de Bolaños.
Ni Gadea ni Alemán han establecido quién podría ser su vice, y se sabe que ese cargo se definirá en las negociaciones que realizan en estos últimos días.
Si nos ponemos a analizar entre el ser y no ser de un vicepresidente, el espacio se volvería insuficiente. Pero analicemos a estos personajes desde el punto te vista político. ¿Para qué sirve un “vice”?
Atraer votos. Esa es una de las intenciones más frecuentes por las que se escoge a uno u otro personaje para completar la fórmula presidencial de equis partido político. Pero en Nicaragua no siempre funciona así.
Aquí imperan más las sensibilidades. Muchas veces el candidato presidencial termina siendo el elemento con el que las alianzas buscan cómo limar las asperezas. Es decir, sin importar quién sea, el candidato a Vicepresidente es el sello de la unión.
Algo así fue lo que pasó en 1989 cuando se decidió que Virgilio Godoy, del Partido Liberal Independiente (PLI), fuese el compañero de fórmula de Violeta Barrios, como candidatos de la UNO.
La Unión Nacional Opositora (UNO) era el resultado de la unión entre 14 partidos que tenían un mismo objetivo: evitar la reelección de Daniel Ortega.
En muchos países el rol de éstos queda subordinado a la asignaciones que el Presidente les asigne.
“La figura del vicepresidente es muy parecida en todas partes, empezando por los Estados Unidos, y depende de la confianza que exista entre el presidente y el vicepresidente”, comenta Sergio Ramírez.
En Guatemala, además de asistir a los actos en los que el presidente no puede, el vicepresidente tiene voz y voto en el Consejo de Ministros y preside los órganos de asesoría del Ejecutivo.
En Panamá el vicepresidente asiste a las actividades que le delegue el presidente. Asiste al Consejo de Gabinete, tiene voz pero no tiene voto.
En Paraguay, por ejemplo, ocurre algo parecido a lo que en su momento aspiró José Rizo, en Nicaragua.
Allá el vicepresidente coordina las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Aquí Rizo esperaba que Enrique Bolaños le permitiera mejorar las relaciones con los diputados en la Asamblea Nacional, pero no se lo permitieron.
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Ahora, 20 años después, Godoy recuerda que su candidatura fue producto del consenso. Se necesitaba un candidato que representara la unión, que además fortaleciera la imagen de Barrios y consiguiera más votos. Pero, lejos de eso, no había tiempo para sentarse a pensar qué haría el vicepresidente una vez que ganaran las elecciones.
Sentado en su silla como líder principal del PLI, Godoy reconoce a estas alturas que en Nicaragua se sigue careciendo de argumentos que establezcan las tareas a debe desarrollar por un vicepresidente.
“Yo en broma y en serio decía cuando estaba en el ejercicio del cargo que esto es simplemente una llanta de repuesto, que funciona mientras cambian la que está dañada y vuelve a ser pasiva el resto del tiempo”, comenta el ex vicepresidente Virgilio Godoy.
“Mi situación en la Vicepresidencia sirvió para que más adelante se reflexionara sobre esta situación, para no someter al Vicepresidente a un régimen de inutilidad, hubo reformas que fortalecieron la posibilidad que el Ejecutivo o el Presidente de la República otorgara algunas funciones. Sin embargo, no fue mucho”, acepta.
Godoy no fue más allá de la etiqueta de Vicepresidente porque en la realidad fue el Ministro de la Presidencia, Antonio Lacayo, quien tenía mayor poder de decisión.
Celos y desconfianza. Un candidato a Vicepresidente debe gozar ante todo de la confianza del candidato presidencial.
Como ex vicepresidente (2002-2005) y ex candidato presidencial en el 2006, José Rizo Castellón sabe muy bien esa premisa.
Según Rizo, normalmente cualquier Presidente ve como “amenaza” la figura del Vicepresidente y por eso prefiere no delegarle ninguna tarea. Entonces, cuando el Vicepresidente reclama su espacio “porque fue electo por el peso de los votos y está en la política no para ser una figura decorativa o para ser llanta de repuesto como le llama Virgilio Godoy”, entonces comienza el conflicto.
“Con Bolaños hubo cartas que no me respondía nunca. Al fin y al cabo uno tiene que entender que el Presidente preside, es el que manda, pero son desafortunadas esas relaciones que han existido tradicionalmente”, comenta Rizo.
Al final de cuenta el rol que desempeñó José Rizo como vicepresidente de Bolaños fue nada más que un papel decorativo. Así lo acepta ahora.
Relata que durante los primeros años de mandato, Bolaños se encargó de quitarle aquellas responsabilidades que él mismo había desempeñado cuando fue Vicepresidente durante el gobierno de Arnoldo Alemán.
Enrique Bolaños sabía muy bien que en política el segundo acepta ser el segundo porque sabe que en algún momento podrá ser el primero. Así le sucedió a él. El factor de la sucesión siempre está vigente y son pocos los casos en los que un líder permite que llegue el relevo.
El que sigue. “La figura del Vicepresidente tiene que ver con la sucesión y en Nicaragua no lo hemos asimilado. Hacemos política con el mismo estilo del siglo XIX estando ya en el siglo XXI”, comenta José Rizo.
Él se refiere a que lo “normal” debería ser de la siguiente forma: durante el periodo de gobierno, el Presidente se debería encargar de que su vicepresidente en funciones realice un buen trabajo. Que se destaque de tal manera que en el siguiente proceso electoral goce de toda la simpatía necesaria para llegar a ser el siguiente Presidente del país. Así, garantizarían la permanencia política en el poder. Sin embargo, en la realidad pesan mucho más los intereses personales y, una vez en el poder, el Presidente hace a un lado a su partido.
Es por eso que, desde la óptica de Rizo, los vicepresidentes que desempeñaron tareas específicas durante sus periodos, al final les tocó ser los disidentes de sus partidos.
Sergio Ramírez es de los pocos, por no decir el único, vicepresidentes que se recuerdan por lo diligentes que fueron durante su mandato.
Entonces Nicaragua vivía la década de la revolución sandinista. Entonces, cada quién hizo lo suyo. Daniel Ortega como Presidente se dedicó a los asuntos militares y de seguridad, y le delegó a Ramírez el resto de responsabilidades. Es decir, muchos llegaron a ver a Sergio Ramírez como el presidente en funciones.
“Me parece que todos los vicepresidentes que han venido después (1989) se han sentido desilusionados porque sus funciones no fueron las que esperaban, o las que les fueron prometidas. El doctor Godoy no tuvo ninguna, ni siquiera una oficina. Don Enrique (Bolaños) tuvo algunas con Alemán, pero limitadas. José Rizo tampoco tuvo ninguna con don Enrique, y don Jaime Morales, quien tenía la expectativa de dirigir el gabinete económico, algo lógico dada su experiencia y capacidades, también fue apartado a un papel ceremonial, y a veces es postergado contra las reglas del protocolo”, escribió Ramírez a través de un correo electrónico a Domingo .
La teoría de José Rizo tiene algo de cierto si lo vemos desde este punto. Según dice, la mayoría de los vicepresidentes se vuelven disidentes de sus presidentes, por la falta de espacio y a la larga “la acción de reelegirse de Daniel Ortega es a la vez la misma historia de no haber asimilado el fenómeno de la sucesión del vicepresidente”.
Por ejemplo, Sergio Ramírez fue superior al presidente Ortega en materia de funciones realizadas. Lo normal hubiese sido que, al gozar de una mejor imagen y haber tenido mayor protagonismo en las decisiones del país en materia económica y de relaciones internacionales, fuera el candidato presidencial en 1989, pero Ortega no lo permitió. Entonces, en la década siguiente, Sergio Ramírez lideró el Movimiento Renovador Sandinista, que contaba con la participación del aglomerado intelectual del FSLN, disidentes de Ortega.
En el caso de Enrique Bolaños ocurrió algo parecido. Durante sus años como Vicepresidente (1997-2001) Alemán le delegó ciertas tareas. Entre ellas la dirigencia del Sinapred y la llamada Comisión Anticorrupción. Aunque fue su compañero de fórmula, Bolaños se encargó de que, una vez electo Presidente en el periodo siguiente, enjuiciaran al mismo Alemán por defraudación al erario, lavado de dinero; se separó del partido que lo llevó a ese puesto, el PLC, y lideró un conjunto de subpartidos —si se les puede llamar así— que a futuro fueron aumentando el fraccionamiento de los liberales.
Trabajo silencioso pagado. Aunque los vicepresidentes tienen un salario fijo de 3,100 dólares, según la última reforma hecha por Daniel Ortega a inicio del 2007, las tareas que desarrollan dependen mucho de lo que el Presidente quiera otorgarles.
Algunos hacen poco y otros hacen nada, pero gozan de los beneficios que trae el ser el “vicepresidente” de un país, aunque sea sólo de nombre.
Por razones como esas, Sergio Ramírez opina que con el pasar del tiempo la figura del vicepresidente se puede convertir en prescindible. “Podría desaparecer de la Constitución”.
La historia se ha encargado de definir al vicepresidente ideal. Debe ser un candidato con un rostro agradable para el electorado. No se trata de belleza física, sino de aceptación entre los votantes.
Además, y quizás esta sea la parte más importante, debe ser una persona que fortalezca a los electores y, si es posible, atraiga mayor número de votos a su favor, pero sin robarle el mandado al candidato presidencial.
Con candidatos como Daniel Ortega y Arnoldo Alemán resulta difícil hacerse una idea de quiénes podrían ser compañeros de fórmula. Se necesita a un “tonto bonito” que, en el caso de Arnoldo Alemán, no le resulte tan rebelde como Enrique Bolaños; y que en el caso de Daniel Ortega no sea tan inteligente como lo demostró ser Sergio Ramírez durante el primer gobierno sandinista.
El vice en América
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