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Cuando la pasividad es complicidad

Ante la pasividad de los gobernantes democráticos del mundo, particularmente de Estados Unidos de Norteamérica y Europa, el dictador genocida de Libia, Muamar Gadafi, sigue bombardeando impunemente a la población de su país que lucha heroicamente por la libertad y la democracia, matando e hiriendo a muchas personas y causando inmensa destrucción material.

Voceros de Estados Unidos, la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y hasta de la Liga Árabe, declaran todos los días que están muy preocupados por la situación de Libia y que discuten incansablemente las posibles medidas que se podrían aplicar, para ayudar al pueblo de ese país. Pero en la práctica no hacen nada para detener el genocidio de Gadafi.

Esta no es la primera vez que la llamada comunidad internacional se comporta de esa manera. La situación actual de Libia es muy parecida a la de España en 1937, cuando la aviación de Adolfo Hitler bombardeaba a la población republicana española. De aquellos bombardeos nazis contra España quedó para la posteridad, como un testimonio sobrecogedor y un dramático llamado a no permitir que nunca más volvieran a ocurrir bárbaros crímenes como ese, el cuadro Guernica, de Pablo Picasso, que se exhibe en el Museo Reina Sofía de Madrid y es conocido en todo el mundo gracias a sus innumerables reproducciones.

Guernica, una población del país vasco de España, fue destruida sin misericordia por la aviación alemana nazi que apoyaba el alzamiento militar franquista contra la República. Por la célebre pintura de Picasso, Guernica quedó como un símbolo de la mortandad y la destrucción que causan los bombardeos ordenados por tiranos dementes contra poblaciones civiles indefensas. Y en aquella trágica ocasión los republicanos españoles también clamaron por ayuda internacional para detener el genocidio nazi, pero ningún gobierno democrático acudió en su defensa.

También podemos mencionar, a título de ejemplo, el caso de Hungría en 1956, cuando los demoledores tanques de la extinta Unión Soviética aplastaron sangrientamente la rebelión anticomunista del pueblo húngaro, ante la indiferencia y la pasividad cómplice de los gobernantes democráticos de aquel que pomposamente se hacía llamar “el mundo libre”.

En el caso actual de Libia, que literalmente está chorreando sangre, hay que reconocer que Europa y Estados Unidos ya impusieron sanciones al régimen de Gadafi. Pero han sido medidas blandas e insuficientes. A Gadafi le han aplicado restricciones comerciales, le han congelado fondos en el exterior, le han prohibido —junto con sus familiares cercanos— la entrada a la mayoría de los países democráticos, le han impuesto un embargo de armas, le han iniciado una investigación para montarle un posible proceso internacional por crímenes de lesa humanidad y de guerra, y la Unión Europea ha reconocido al gobierno provisional rebelde. Pero a un dictador anormal como Gadafi no es con sanciones diplomáticas y económicas, ni con amenazas judiciales, que se le puede detener y derrocar, sino con el único recurso que él entiende, cual es el de la fuerza militar.

Y la verdad es que ni siquiera es necesaria una invasión extranjera para derrocar a Gadafi. Se ha propuesto apoyar a la población libia insurrecta con el suministro de armamento, pero se alega que eso no es posible porque el embargo de armas a Libia, dispuesto por la ONU, no solo es para el gobierno sino también para los rebeldes. Se ha hablado de imponer una zona de exclusión aérea para impedir que los aviones rusos (Sujoi) y franceses (Mirage) de Gadafi, así como los helicópteros MI, también rusos, sigan bombardeando y masacrando a la población libia. Pero dicen que esa medida la tendría que aprobar el Consejo de Seguridad de la ONU, lo cual es imposible debido al veto de Rusia y China, cuyos gobernantes son amigos de cuanto dictador exista en cualquier parte del mundo.

Lo cierto es que, si lo quisieran, Estados Unidos, Europa y la OTAN (que está integrada prácticamente solo por gobiernos democráticos) podrían imponer la zona de exclusión aérea a pesar del veto de Rusia y China, como hicieron en 1991 en Irak para proteger a la población kurda que era bombardeada por la aviación de Saddam Hussein.

Pero ni siquiera eso quieren hacer los gobernantes de Europa y Estados Unidos para detener los bombardeos contra el pueblo libio y ayudarle a conquistar la libertad. Y con esa actitud se convierten en cómplices de hecho de Gadafi, porque en estos casos la pasividad es complicidad.

Editorial Opinión
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