Nuevo verbo
Rotondear: (del It. Rotonda) Nic. Dícese de la acción de mover banderas que realizan ancianos enfermos pagados o empleados públicos obligados en las rotondas, simulando estar ahí de muy buena gana. Actividad generalmente penosa y humillante para quienes son obligados a realizarla. Hist. Ardid político diseñado por la primera dama de Nicaragua Rosario Murillo, mediante el cual se busca el autoconvencimiento de que la militancia desborda las plazas públicas. Psico. Acción que resulta de la perturbación mental severa provocada por un fanatismo político sui géneris: la militancia se demuestra pagando a otros (ya se sabe, ancianos enfermos y empleados públicos) para que se tuesten al sol mientras se dirigen las acciones desde oficinas con aire acondicionado. Sinónimos: garrobear, dar-color, peor-es-nada, voluntario-a-la fuerza.
Crimen y castigo
He aventurado esta definición de un verbo nuevo y nicaragüense porque han vuelto los rotonderos. Mover la bandera con la mayor tristeza del mundo. Rencor contenido. Pena. Penitencia. ¿Qué pecado pagan, doña Rosario, aquellos que son obligados a cargar con una banderita plástica bajo el inclemente “sol de encendidos oros” que al mediodía bien fríe un huevo sobre la cabeza de cualquier cristiano? Rara vez hay militancia. La vez pasada fueron pobres ancianos enfermos, llevados a “rotondear” por un plato de comida (recién hubo un juicio por el uso de fondos municipales para esa actividad) y por una paga que al final ni supimos si se la dieron, porque ahí estaban pidiéndola fuera de su casa, doña Rosario Murillo. ¿Qué castigo pagarán quienes ponen a esta pobre gente a sufrir ahí?
Obsesión
Lo que sí me queda claro es que usted, doña Rosario, tiene una extraña obsesión con las rotondas. Es posible que no las vea como las vemos el resto de mortales: una estructura urbana para facilitar el tránsito en esta caótica ciudad. Si tiene un efecto propagandista, ¿cuál es? ¿Habrá alguien que a estas alturas piense que esas son manifestaciones populares espontáneas? ¿O esa presencia obedece a lo mismo de siempre: mantener ocupados los espacios para no dejar que nadie más proteste ahí? Un esfuerzo bastante estéril, digo yo. ¿O habrá algún significado mágico, esotérico en esas circunferencias de concreto que no logramos ver y sí lo hace usted con sus artes, doña Rosario?
Humillante
Tengo amigos, doña Rosario, que son empleados públicos, y todos describen en una sola palabra el verbo rotondear: humillante. Incluso me hablaba uno de un ministro que pedía que se enviara a las rotondas a aquellos empleados que no muestran suficiente fidelidad al partido. “Que lo pongan en primera fila con una bandera, para que aprenda”, sentenciaba.
Venganza
Al final, ni inteligente es. No sé si es que usted, doña Rosario, se hace o de verdad no se ha enterado de que las “masas” que mueven perezosamente las banderas son generalmente personas pagadas o empleados obligados a “rotondear” para mantener su trabajo. Si usted pudiera oírlos sin que ellos supieran que los oye, claro está, se daría cuenta de que están maldiciendo en su interior el estar ahí y que quisieran que valoraran su trabajo por sus destrezas o capacidades profesionales y no por andar “rotondeando”. Sabría que les está maltratando en lo más sagrado de un ser humano: su dignidad. Y si tuvieran la confianza de decirlo se enteraría de que muchos piensan vengarse votando en contra del partido que los tiene ahí, aunque usted, doña Rosario, los vea con su carnés nuevecitos de militantes en mano y la camiseta que les mandó a hacer con la leyenda de “Daniel Presidente 2011”.
Ver en la versión impresa las páginas: 9 A