El 10 de enero del 2012, cuando los jefes del Ejército y la Policía juramenten por la Constitución y las leyes al inconstitucional presidente Daniel Ortega, los órganos armados quedarán en la orilla opuesta de la legitimidad y pasarán a formar parte de una empresa personal. Jaque a Nicaragua.
Un gobierno apoyado por el voto popular y un poco de fraude, o quizá al revés, no necesitará mucho para cubrir después sus vergüenzas con un parlamento oportunamente mayoritario que cambie uno que otro artículo de la Carta Magna y darle paso a algo así como una monarquía constitucional, una democracia aparente con síntomas institucionales como lo perfeccionan las mejores dictaduras y a los que se les puede meter todo discurso de legitimación que entretengan en los pasillos politiqueros a los funcionarios de organismos internacionales.
Con todo esto, no existe un orteguismo sin complicidad en las otras aceras del poder, esos que se esconden tras la sombra de un caudillo, gerente, comisionado, general o académico, muchos han hipotecado nuestro futuro colectivo, sobre todo quienes hacen negocios manchados con petróleo extranjero, hipócritas que en público hablan de preocupaciones, pero bajo la mesa extienden la mano para convertirse en socios.
No quiero esconder la mano, tiro la piedra: la Iglesia asociada al orteguismo y la que solo gusta enviar cartas, los partidos de oposición que jamás hicieron nada por la gente de la calle y se lucraron en sus puestos, esperando que el antisandinismo les perpetuara en el andamiaje público y la empresa privada que incluso ha abandonado a la única barricada pública, el periodismo independiente.
¿Qué ofrece la oposición? Nada. ¿Acaso lo menos peor no es ahora Ortega? Detrás viene una serie de ancianos que han vivido del poder, sin que nadie sepa cuál ha sido el beneficio colectivo. Al menos ya no se va la luz, dirá mi vecina. En un país de miserias, la oferta electoral no podía ser más que miserable, “peor es nada” es el lema nacional desde hace décadas, la oposición en cambio se ha convertido en eso: nada.
Mientras tanto seguirán habiendo marchas virtuales, porque los muchachos ahora solo piensan en conseguirse un trabajo y los que tienen uno, solo viven por el fin de semana. Creen que con hacer una página en Facebook van a hacer alguna revolución, pero no saben que las revoluciones del mundo árabe iniciaron con foros de discusión reales y virtuales, intercambiando ideas para crear una conciencia de nación y una propuesta alternativa a dictaduras corruptas y fundamentalismos.
Las revoluciones se hacen en la calle, pero para salir a las calles debe haber una propuesta. ¡Qué se vaya Ortega! Sí, ¿y después, qué?
El autor es periodista
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