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LA PRENSA/CORTESÍA

Un mundo en metamorfosis

La pintura de Bernard Dreyfus se abre a la imaginación y a la eterna interrogante de la creación y la vida. Una obra onírica que está rodeada de sueños y fantasías a través del color y las formas

Por Dominique Stella

Bernard Dreyfus pinta lenta y profundamente, como siempre ha pintado. Su pintura se asemeja a la respiración de un ser que el universo y sus insondables pobladores interrogan e intrigan y que él escruta ávido de sus misterios. Esa pintura es expresión de vida, de vida eterna que el artista cautiva en atmósferas de silencio y de paisaje enigmático donde luces y formas se entrelazan en una visión cósmica. Su arte despunta interrogando la pintura y encuentra sus referencias en cromatismos claro-oscuro que nos retraen a Caravaggio o a los renacentistas. Y es que su horizonte primario es un clasicismo pictórico tamizado por una interpretación libre que puede desconcertar, pues no se ajusta a ninguna categoría o escuela, pero que reúne lo efímero y lo eterno en una técnica pura, glacial y se sitúa en una tradición que aunando universalidad y sacralidad en el lenguaje pictórico invita a la meditación y a la fantasía.

No obstante, algunos rasgos asocian la pintura de Bernard Dreyfus al espíritu del arte y nos sugieren reminiscencias de lenguaje. Se debe destacar que nació en Nicaragua, donde vivió por años. La impronta indeleble del alma latinoamericana que insinúa en su obra, cual traza sensible estampada por la memoria del pintor. De ella conserva el carácter primitivo, y lo reanuda en signos y cartografías enigmáticas que nos recuerdan el predominio del grafiti actual y de la intención mágica en las realizaciones rupestres y parietales de las civilizaciones amerindias. De ella conserva la luz y los colores, en crepúculos a la vez sombríos y esplendentes, augurio de noches de ensueño pobladas de criaturas misteriosas. Si pertenece a Latinoamérica es más por la inspiración que por la forma; su arte prescinde de estos matices naif, descriptivos y figurativos tan frecuentes en la pintura latinoamericana alentada por compromisos sociales y políticos. La pintura de Bernard Dreyfus se determina en el ámbito de la poesía y participa del hálito mágico que gravita en la inmensidad de esos países sin fronteras.

¿A qué ritual se vincula el arte de Bernard Dreyfus? A un ritual eterno, el de la interrogación fundamental sobre la vida. Esa vida que exploran las formas fluctuantes de su pintura situada en una dimensión poética del mundo fuera de toda realidad. No hay en su arte aspiración alguna a la representación figurativa. Parafraseando a André Breton, a propósito de Yves Tanguy, podríamos decir que “con él se abre un horizonte nuevo, en el cual va a ordenarse en profundidad el paisaje ya no físico sino mental. Los seres, objetos estrictamente inventados que pueblan sus lienzos gozan de afinidades propias que traducen de la única manera venturosa —la manera no literal— todo aquello que puede ser objeto de emoción en el universo”. Aún sin ninguna relación formal con Tanguy, se pueden advertir en Dreyfus parentescos con la atmósfera sobrenatural que emana de sus obras. Yves Tanguy pintaba un mundo en metamorfosis —el de las riberas que el mar cubre y descubre sin cesar, donde cada cosa se vuelve efímera y el universo es mudanza continua— escrutando en esas formas cambiantes las profecías del mundo.

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El onirismo de Bernard Dreyfus comparte ese pensamiento cósmico y cuasi fantástico. Su arte parece investido de misterio y de realidad que él restituye en sus cuadros con la fuerza de la representación. Y ese misterio nace ante nuestra mirada en forma de seres fluidos de multitudes migrantes o de animales híbridos surgidos de las sinuosidades inmemoriales de la historia.

De la pintura de Bernard Dreyfus se podría decir que es primitiva y hasta arcaica porque en ella se observan los caracteres que las más antiguas civilizaciones grabaron en las paredes de las cavernas y que se exteriorizan hoy en los muros de nuestras urbes hipertrofiadas. En su pintura se exhiben siluetas inciertas y difusas, temas floridos de papiros egipcios, grafitis parietales. La obra de Bernard Dreyfus crea un puente de eternidad entre las culturas y los hombres, entre las tradiciones contradictorias y la infinita universalidad de la naturaleza humana. Él traduce así su propia dualidad, que Julio Valle Castillo describe diciendo: “Siento, experimento en Dreyfus la fusión de esas migraciones fabulosas de nuestras dos culturas madres, la griega y occidental y la americana. Su ‘Universo’ (1984), es precisamente ese mismo universo, una humanidad avanzando quien sabe hacia qué meta”. La pintura de Bernard Dreyfus penetra en los orígenes de nuestras civilizaciones, de alguna manera nos es familiar, nos recuerda las composiciones parietales hechas de signos, de manos, de animales: íbices, caballos, pájaros, figuras humanas y otros grafitis que nos retraen a las culturas más lejanas y a la esencia misma de la pintura.

En Dreyfus, el ritual de la pintura se emparienta con la ficción legendaria cuando traza la imagen de nuestro propio inconsciente en obras que ya maduras él ejecuta con técnicas contemporáneas. El artista prefiere el acrílico como médium pictórico traduciendo así el carácter bruto de la materia; carácter que la sofisticación del óleo alejaría de un impulso y de una espontaneidad que él domina en sus composiciones proliferantes, moduladas por recuadros geométricos.

El arte de Bernard Dreyfus ha pasado por diversas fases de inspiración. Las obras de los años ochenta proponen una reflexión sobre el hombre y su naturaleza fundamentalmente gregaria. Las pinturas de entonces representan muchedumbres desplegándose en espacios inquietantes y umbrosos donde cada ser parece sumergido en la multitud infinita. Más que dibujarlos, un pincel sumario y luminoso sugiere los cuerpos y del contraste de luces nacen atmósferas sorprendentes. Una impresión de soledad enigmática se desprende de la obra.

Esta pintura sin referencias espaciales o temporales, impregnada de soledad y de extrañez podría sugerir una transmetafísica más allá de la inspiración de de Chirico, apegado a las atmósferas urbanas y a las citaciones clásicas. La interrogación sobre la soledad, la generación de espacio enigmático y las citas pictóricas de un claro-oscuro remoto construyen los elementos de una referencia a lo arcano. El arte de Dreyfus pertenece a la historia de la pintura que vincula Böcklin a de Chirico y Max Ernst, en la cual la obra de arte resulta de un ánimo que se complace en extraviarnos en el laberinto de un pensamiento soñado. Tales obras son mensajes cifrados resguardados en la memoria del tiempo, testimonios de un periplo poético, pictórico y filosófico en el interior de un universo donde gravita la incomparable fascinación de lo insondable y de la melancolía y de un anhelo de descubrimientos que lleva al artista a explorar nuevos continentes.


La Prensa Literaria

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