Es necesario perder el mínimo respeto por los demás para atreverse a decir públicamente que cuando una mujer sale a divertirse con amigos —“parrandear”, según dice un magistrado— se tiene ganada de antemano media violación. No es que lo maticen como un posible acto sexual agresivo, lo describen claramente como violación, delito tipificado pero con atenuantes (¿?) por ser ejecutada bajo efectos de licor. Esto me hace pensar que si el violador además de borracho hubiera estado drogado, los miembros de la Sala Penal, con la honrosa excepción de la magistrada Yadira Centeno, lo hubieran considerado inocente. Estos supremos jueces se vieron en supremas dificultades para explicarnos su decisión, no quedándoles más remedio que asumir una mezcla de posiciones retrógradas, estúpidas y aberrantes al pretender dictar nuevas pautas de conducta moral y comportamiento sexual entre violadores y violadas. Seguramente estarán camino a perder el respeto de sus propias hijas, nietas, hermanas, etc., pues debe ser difícil dentro de sus concepciones, valorar dignamente a una joven que desea salir a divertirse como lo hace toda muchacha normal.
Por un momento estimado lector, imagine estar en los zapatos de la madre o el padre de Fátima Hernández y escuchar a los jueces que imparten justicia en Nicaragua decir que su hija es casi una mujerzuela en busca de ser violada por un borracho. En mi opinión, aunque fuera su novio de años, aunque hubieran estado juntos tomando tragos, aunque hubieran ido a cualquier rincón oscuro, si mi hija no quiere, pues no quiere y punto. Está en todo su derecho a no aceptar nada más allá de lo que está dispuesta permitirle.
Además de la justa indignación que el fallo de la Corte Suprema de Justicia nos ha provocado a miles de hombres y mujeres nicaragüenses y en especial a la familia Hernández, debemos enfocar un aspecto más oculto y tenebroso en toda esta desgracia moral: la degeneración social que lleva intrínseco el sistema orteguista y cada vez más infesta y contamina los sectores sociales, políticos y económicos del país. He podido conocer el origen familiar y trayectoria de algunos magistrados de la Corte Suprema y tengo la certeza que son personas de buenas costumbres y siempre habían mostrado ser honestos en su moralidad y valores humanos. Ni santos ni demonios como todos nosotros. Sin embargo, se han visto arrastrados en una vorágine de corrupción y antivalores que los va sumergiendo imperceptiblemente quizás o seducidos por las comodidades materiales y de poder, pagan el costo de ser voceros indecorosos de intereses mezquinos, estampando sus firmas sobre papel legal manchado con basura humana.
Ese es el resultado inevitable al que nos lleva un sistema social basado en violaciones, el imperio del más agresivo donde la razón, el respeto y la justicia sucumben ante la reacción visceral y el “arrebato”. Donde el servilismo alimenta egos insaciables y la ley es solo una referencia burlesca para saciar los instintos del jefe todopoderoso que la viola, o del lugarteniente que lo emula en el barrio, la institución, la escuela o en la calle, donde a plena luz del día, un joven JS de 14 años se acerca parsimonioso a otro que se encuentra encadenado y sin más preámbulo le conecta un izquierdazo que le rompe la ceja. A este resultado nos lleva un sistema que excarcela a un asesino confeso solo porque padece estrés carcelario y es miembro del partido de gobierno. A este resultado nos lleva el hecho de tener un Presidente a quien hay que agradecerle porque aún no se decide a no dejar piedra sobre piedra de esta sufrida Nicaragua que ha pasado por guerras fratricidas, dictaduras sangrientas, pero siempre al final del día termina por imponer su orgullosa y digna sangre indígena.
¿Qué se puede esperar de un sistema que se nutre de violencia, impunidad y crimen, convirtiendo personas honestas en cínicas, jóvenes en criminales agresivos y criminales condenados en ciudadanos respetables? Es cuestión de tiempo para que la bomba estalle y no serán afiches, eslóganes amorosos ni láminas de zinc que podrán evitarlo. Desgraciadamente, será de nuevo nuestra orgullosa sangre indígena que vendrá como la primera lluvia de invierno a limpiar la atmósfera. No sin antes señalar con el dedo acusador a tanto político corrupto, a empresarios con manos relucientes de tanto lavárselas y religiosos que adoptaron el credo del fin justifica los medios. No señores, alimentar el cuerpo envenenando el alma y la conciencia nunca será justificable moral, política ni religiosamente.
El autor es administrador de empresas.
Ver en la versión impresa las páginas: 8 A