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Ricardo Trotti

Confianza en rojo

No entiendo ni sé mucho de economía, pero en estos días tampoco los economistas, los financistas y mucho menos los políticos, demuestran saber demasiado. Todos estamos confundidos.

Lo que sí creo es que no se trata de una crisis del capitalismo ni de la democracia, sino más bien de una definida falta de confianza en el sistema financiero y en la conducta de los políticos.

La degradación de la economía estadounidense de AAA a AA+ por parte de la evaluadora de riesgo Standard & Poor’s no fue una medición objetiva de la economía, sino más bien un cálculo acertado sobre el mal desempeño de los legisladores republicanos y demócratas para acordar sobre la deuda pública y el déficit fiscal. Barack Obama puede mostrarse lo más fastidioso que quiera con la mala nota, pero tiene que admitir que el sistema político es “menos estable, menos eficiente y menos predecible” que antes, como sentenció S&P.

Los ciudadanos también concuerdan con esa apreciación. Una encuesta del Washington Post divulgada esta semana, muestra que un 71 por ciento de los estadounidenses está enfurecido con la polarización política y sus efectos en las decisiones económicas; otro 40 por ciento, según un sondeo de CNN, no tiene confianza en el gobierno federal para lidiar con la economía, mientras la mayoría, en ambas encuestas, espera con ansias las elecciones de 2012 para castigar a los actuales legisladores.

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No se trata de una crisis del capitalismo ni de la democracia, sino más bien de una definida falta de confianza en el sistema financiero y en la conducta de los políticos.

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Sería indebido responsabilizar solo a los políticos del desbarajuste. La desconfianza ciudadana hace rato que también se posó sobre los angurrientos sistemas financiero y bancario. Todos tienen muy presente que semanas después del rescate y de los paquetes de estímulo dispuestos por el presidente Obama, los banqueros y dueños de Wall Street volvieron a caer en lujos y sueldos jugosos. Todavía, a tres años de la debacle, los bancos tienen más efectivo que antes, especulan con ganancias fáciles en los mercados financieros, pero no incentivan el aparato productivo con préstamos a emprendedores y pequeños empresarios. Aún hoy, conseguir un crédito pese a que quien lo solicite tenga un récord impecable, es toda una odisea.

Si bien el gobierno no tuvo plena culpa por aquella crisis de deuda privada provocada por la burbuja inmobiliaria en el 2008, no supo apretar las clavijas para que los banqueros creyeran en el nuevo régimen y tuvieran confianza en el público. Sin el estímulo del rescate volcado en el aparato productivo, más la deuda pública que se venía acumulando desde que George Bush gastaba a mano suelta en tres frentes de guerra y reducía los impuestos a los más ricos, no hay que entender mucho de economía como para saber que este desbarajuste actual estaba cantado.

A las malas decisiones políticas, hay que sumarle que la economía no se basa solo en datos objetivos, sino en créditos de confianza, por lo que la percepción y especulación, como sucede ahora, pueden hacer más daño que los bajos niveles de empleo, inversión, consumo y ahorro. Y a esto hay que sumarle que del otro lado del Atlántico, nadie puede ayudar. Los indignados se multiplican y ni los salvatajes que involucran billones de euros pueden parar el efecto dominó que amenaza a todos los países que se bañan en el Mediterráneo.

EE. UU. tendrá que remontar solo esta tempestad y es su responsabilidad por los males que viene causando. Pero tampoco hay que engañarse, cuando en semanas se calme el temporal, se podrá ver que los presagios de mal agüero son solo eso. La prueba está en que a pesar de la mala calificación de S&P, la primera potencia mundial siguió siendo el oasis adonde todos los inversionistas del mundo quieren apostar y depositar en dólares. Pese a su debilidad momentánea, el país goza de un sistema institucional sólido y transparente, mucho más confiable que otros. Y pensar en alternativas económicas que parecieran más estables, como el autoritarismo chino o añorar regímenes al estilo Pinochet, es todavía apresurado.

La encuesta del Washington Post captó bien esos detalles. Pese a la desilusión y las culpas que se endilgan a diestra y siniestra, un 77 por ciento de estadounidenses reconoció que vive en “el mejor sistema de gobierno del mundo”. Y eso sigue siendo una rica cuenta de confianza a futuro.

El autor es periodista argentino, director de prensa de la SIP
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Opinión
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