Wilder Pérez R.
Implica hacer filas de hasta cuatro horas sin comer, salir de madrugada de su casa, como le pasó a Máximo Duarte, de Boaco, o con un día de anticipación, como ocurrió con Juan Carlos Velásquez, de Chinandega.
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Volver a Costa Rica es una tristeza para algunos. Para otros representa alegría o esperanza. Pero todos tienen que pasar por la amarga experiencia de hacer filas agotadoras para pagar la visa, obtenerla y conseguir el boleto para un viaje de al menos nueve horas desde Managua hasta San José.
Es la historia de solo una pequeña parte de ese medio millón de nicaragüenses que trabaja todo el año en el país del sur, y que puede ascender al doble si se incluyen estadísticas no oficiales.
“Me siento un poco mal porque él se va, es duro por la separación de la familia”, dijo Manuel Jiménez, que esperaba a su hijo del mismo nombre, en la recepción de las oficinas de Migración y Extranjería.
El hijo tenía dos años y medio de no volver a su tierra. Él podría representar a todos los nicaragüenses que se van a Costa Rica buscando un mejor salario para que sus hijos tengan mayores oportunidades de progresar, en la vida, a costa del apego que roba la distancia.
Mirna García estaba más tranquila después de 14 años trabajando como doméstica y viniendo cada año. “Dos años más y me regreso”, dijo, pues ya construyó su casa.
Jaime Caballero apenas inicia su vida en Costa Rica, pero ya sabía de comprar el boleto con anticipación, para viajar tranquilo ayer.
Cada día entre 16 y 17 mil nacionales y extranjeros entran y salen de Nicaragua, según reportó la Dirección de Migración y Extranjería recientemente.
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