Yo me pregunto que si es suficiente tratar de explicar el fenómeno de la dictadura de Daniel Ortega en el contexto de vicios y virtudes. Esta interrogante recobra validez al observar el comportamiento tanto de los seguidores del dictador como el de sus oponentes. La verdad es que se me hace imposible pensar que en Nicaragua exista tanta falta de virtud.
Si partimos de que en la mentalidad de Ortega la fuerza bruta —aunque usada a discreción— es efectiva para obtener y mantener el poder y si comprendemos que su egocentrismo y sus caprichos de imponerse a gobernar “desde arriba o desde abajo” han hecho creíble su falsa omnipotencia, podríamos encontrar explicación a las motivaciones psicológicas del dictador.
Si reconocemos que la fuerza del pueblo se diluye a medida que se desconocen o se ignoran las responsabilidades ciudadanas, se entiende que el sistema democrático sea insostenible, pues de esa manera el pueblo pierde la capacidad de saber cuestionar, de saber exigir sus derechos.
Y si consideramos que los líderes de oposición y los empresarios políticos, desconociendo el honor y la vergüenza, se esconden —invariablemente— bajo sus propias sombras, debilidades, miedos y vicios, se hace posible apreciar que la ascensión al poder del dictador sea considerada por este como un derecho.
Al juntar todos estos factores vemos cómo entra en función un mecanismo hipnótico en el que, a pesar de su inconstitucionalidad, la candidatura de Ortega y su “victoria” electoral son aceptadas obediente y pasivamente por el pueblo, los empresarios políticos y por los líderes de oposición. Y vemos que mucha gente —de apreciada decencia y bondad— se prepara a someterse a todos los caprichos del dictador y se dispone a contribuir al estancamiento del sistema. Estas son, precisamente, las condiciones que alimentan los vientos huracanados de las desastrosas injusticias que están por producirse.
En este momento es cuando dejan de importar todos los valores, ya sean estos morales o espirituales. Todas las ansiedades se concentran en la seguridad e interés personal. Aquí es donde tanto el tirano como las otras partes empiezan a reconocer que hay “plata para los amigos, palo para el indiferente y plomo para los enemigos”. Esta es la etapa en la que la represión se agudiza, en la que todo se pervierte y las intolerancias crecen.
Yo me pregunto que si los líderes y empresarios políticos comprenden su responsabilidad en la inevitable edificación de esta tiranía. No se dan cuenta que cada día que pase ellos mismos van a encontrar menos libertad. No se percatan que ellos están fabricando las mismas sogas con las que serán colgados. Actualmente es evidente que no existe en Nicaragua un líder interesado en servir a su pueblo. Pero lo que no está claro es cuanto de ese interés por sobresalir se debe a ignorancia, a otras debilidades o a perversidad.
Todos sabemos que es solo cuestión de tiempo para que el contraste entre la necesidad del pueblo y el sentimiento de omnipotencia e intolerancia del dictador alcance su clímax. Todos sabemos que nuevos líderes aparecerán, que el pueblo resistirá. Por qué pues nos empeñamos en ignorar lo que conocemos y en despreciar la paz. ¿Será que todo lo que nos queda es perversidad? El autor es economista y escritor
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