Edgard Rodriguez
Rosendo Álvarez ha sido lo mejor que ha producido el boxeo nacional después de Alexis Argüello, cuyo brillante legado es el patrón por el que se mide a los púgiles de todas las épocas en el país.
Armado con una poderosa pegada, buen dominio técnico y un corazón que crecía ante los más difíciles retos, Álvarez dejó huellas indelebles en el boxeo, mientras repasaba ranking y se medía a los mejores de su tiempo.
Sin embargo, eso no es necesariamente bueno, como para que pretenda regresar a boxear ahora, seis años después de su último combate, que resultó en un nocaut en seis asaltos a manos del azteca Jorge Arce en Las Vegas, Nevada.
Quiero explicarme. No me alegra que Rosendo haya fallado en su pretensión de regresar. No. Es más, deseo que tenga éxito en todo lo que se proponga. Pero no sería honesto si afirmo que me entristece. Creo que volver no es lo mejor para él.
Imagino el sacrificio enorme al que se sometió para bajar de peso y adquirir las mejores condiciones posibles, dentro del desgaste natural de un hombre de 40 años, con más de la mitad de ellos dedicados al pugilismo.
Entiendo además sus necesidades económicas y compromisos adquiridos. No debe ser fácil. Está también el factor orgullo, que lo ha empujado a la búsqueda de una corona para volver al país convertido de nuevo en un campeón mundial.
Pero como diría Kafka, hay un punto en el que ya no hay retorno. Y descubrir ese momento es quizá la clave para tomar buenas decisiones. Rosendo debería tener otras opciones, y no tener que volver a exponerse en un ring a su edad y su desgaste.
Rosendo no necesita un título más para ser apreciado aquí. Tiene su lugar en la historia y en el corazón de los aficionados. Lo que necesita es otra opción para salir adelante en sus nuevas circunstancias de vida y sé que aquí hay interés en ayudarlo.
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