Por Moisés Martínez
Más allá de mi labor de crítico, asistí a la exhibición de J. Edgar con un interés genuino en conocer cómo Hollywood y un director del calibre de Clint Eastwood abordaba la historia de un personaje considerado el poder paralelo a la presidencia de los Estados Unidos durante 50 años.
Eastwood es un director mas que probado en lo que a biofilmes se refiere. Su visión de la batalla de Iwo Jiwa, por medio de Flags of our Fathers y Letters from Iwo Jiwa denotó una perfecta simbiosis entre carácter y humanismo para abordar dramas históricos tan complejos.
Pero el veterano director parece que ha perdido la brújula de su visión histórica, y ha cedido ante el respeto excesivo y una dañina afinidad al melodrama.
J. Edgard ofrecía interesantes escenarios que podían llevarnos a conocer algunos de los tortuosos pasajes de la política estadounidense. O mostrarnos los entretelones sádicos que hubo detrás de la creación del FBI en la forma actual en que los conocemos.
La lucha contra los gánsteres en la Gran Depresión, el asesinato de Kennedy, la Segunda Guerra Mundial, el macarthismo. Hoover fue un actor protagónico y polémico de todos estos episodios históricos. Un enfoque atrevido como al que usó Oliver Stone en JFK (1991) nos hubiera permitido una cinta más rica históricamente y mas viva desde la perspectiva fílmica. Sin embargo, Eastwood apostó por llevarnos a la intimidad de J. Edgard Hoover, su homosexualidad oculta, su relación con su madre. Algo interesante, pero nada emocionante.
Pese a estos malos augurios, dele un chance, más que a la película, a la actuación de Leonardo Di Caprio. Ha alcanzado la madurez como actor y este filme demuestra que ningún papel está fuera de su alcance, por complejo y exageradamente humanizado que sea. En esta película, su trabajo es mas interesante que la vida misma de Hoover.
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