Las inconformidades manifestadas públicamente por miembros del partido FSLN, porque sus candidaturas para las elecciones municipales de noviembre próximo se están escogiendo mediante el dedazo de, según se dice, la señora Rosario Murillo de Ortega, demuestra para algunos que hay un rescoldo democrático dentro del partido gobernante, pero según otros se trata de algo meramente coyuntural.
En general las campañas electorales provocan intensos movimientos internos y hasta convulsiones conflictivas en los partidos que participan en las luchas por los cargos públicos. La ambición y la posibilidad de conseguir poder público de cualquier nivel y significación, que también abona a la solución de dificultades materiales o mantener una buena situación económica ya establecida, así como ascender socialmente y conseguir o preservar influencia política, suelta los demonios de los intereses personales y de grupo, desata las pasiones y produce contradicciones que derivan a veces en pugnas que trascienden ruidosamente al exterior.
Así ocurre habitualmente en los partidos tradicionales de signo democrático, pero de esto no escapan las organizaciones políticas autoritarias, revolucionarias o de izquierda; ni siquiera los partidos totalitarios, fascistas y ortodoxos comunistas, los cuales por su propia naturaleza y fines se organizan como entidades monolíticas que funcionan a base de una “disciplina de hierro”.
El más importante doctrinario y dirigente de los partidos comunistas tradicionales a lo largo de la historia, Vladímir Lenin quiso resolver el problema de los inevitables conflictos internos y rupturas en los partidos marxistas del siglo XIX, mediante el llamado principio de organización del “centralismo democrático”, según el cual todo se puede discutir y cuestionar hasta que el organismo superior del partido toma la decisión definitiva.
Pero eso era la teoría. En la realidad el centralismo democrático significó un centralismo burocrático, según fue denunciado por los mismos comunistas y revolucionarios que se hicieron disidentes. El centralismo democrático vino a ser en la práctica un sistema en el cual la dirección nacional o el buró político, el comandante, caudillo o máximo líder del partido dice a los militantes: ustedes discuten pero yo decido.
Ahora bien, en el caso de las inconformidades manifestadas por algunos sectores del Frente Sandinista por el procedimiento no democrático con el que se está escogiendo a sus candidatos a alcaldes y vicealcaldes, al inherente problema sandinista del centralismo burocrático se agrega la lucha que se libra en la alcoba presidencial por la mayor cuota de poder. Según aseguran antiguos miembros del FSLN, sobrevivientes de la primera generación sandinista de los años sesenta del siglo pasado, lo que ocurre es que la esposa de Ortega está acumulando un desmesurado poder personal y familiar, sacrificando los principios del partido y marginando o relegando a los militantes y cuadros de la “vieja guardia”.
Esta lucha por la mayor cuota del poder causa un grave daño al país, que es manejado como un bien patrimonial y ganancial. Pero podría ser también el germen de la descomposición que a la larga pudra y cause el colapso del poder anormal que se le ha impuesto a Nicaragua.
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