lass=”na-media na-image-left image-80328″>
Twitter: fabian_med
A TROCHE Y MOCHE
Si alguien albergó la peregrina esperanza de que Daniel Ortega, ahora que se apropió del poder completo, iba abandonar su política de “troche y moche”, pues ya ven que estaban equivocados. Comprometió sin mayor conocimiento las reservas económicas del país, y cuando un funcionario le dice que hay un procedimiento a seguir, que es lo más normal del mundo… ¡se ofende! ¡Cómo se le va a replicar a Dios! “La guardia lee como quiere”, dijo aquel guardita cuando le señalaron que tenía el periódico al revés. Y ahí está otra vez el dedo maldito decidiendo quién vive y quién muere. Señaló a Antenor Rosales. Y Antenor Rosales se fue.
NICARAGUA DIVIDIDA
Yo no creo, sin embargo, en esa Nicaragua dividida en sandinistas y antisandinistas, que de uno y otro lado nos quieren hacer aceptar como natural. Es una aberración. Ver así las cosas, condena al país a vivir en ese odio eterno, donde un grupo valorará al otro solo por la ideología que esgrime. Yo más bien creo en gente que tiene principios y gente que no los tiene. Dígame si usted está contra la corrupción, contra la violación a las leyes, contra el abuso de los recursos del Estado, a favor de la libertad y los derechos de todos, y es de los míos, independientemente que sea sandinista, conservador, liberal, somocista u orteguista.
DOS EJEMPLOS
Antenor Rosales es el más claro ejemplo que no importa la procedencia y la ideología de un funcionario, sino su profesionalismo y respeto a las reglas nacionales. Y el caso contrario sería Roberto Rivas, quien llegó al Consejo Supremo Electoral en los hombros del liberal Arnoldo Alemán. Comparemos. ¿Por qué se va Antenor Rosales, que es sandinista, y por qué se ha quedado hasta hoy Roberto Rivas, que se suponía liberal? El primero deja un buen récord, una institución con prestigio y se va con dignidad. Mientras que el segundo ha desbaratado el sagrado derecho a elegir que tenemos los nicaragüenses, se ha enriquecido como funcionario y es repudiado hasta por los mismos que se sirven de su falta de escrúpulos. Entonces, ¿por qué se va uno y el otro se queda? Una pista: no es por su ideología.
FIDELIDAD
Un presidente de la República tiene todo el derecho a cambiar a los funcionarios a su cargo. También puede hacer peticiones a los otros poderes o a los entes autónomos. Ese no es el problema. El asunto es que está obligado a respetar los procedimientos y, si no es mucho pedir, debería escoger a los funcionarios por su calificación al cargo, y no como está ocurriendo demasiado seguido para este pobre país donde ni siquiera la ideología, sino la fidelidad y obediencia son los más importantes criterios para ascender a los más altos cargos. No es casualidad que en estos momentos veamos a los últimos cargos que dejó el alemancismo arrastrándose en el más abyecto orteguismo para conservar su puestos. Hacen méritos.
METÁSTASIS
No vayamos a creer si, que escoger así a los funcionarios es un problema del momento o de Ortega solamente. En mayor o menor medida lo hizo Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños en sus respectivos tiempos. Y desgraciadamente este cáncer termina propagándose por metástasis al resto de la sociedad, con consecuencias desastrosas y duraderas. ¿Cómo explicarle a un hijo, o cualquier muchacho, que se prepare, que sea buen estudiante, que tenga principios en la vida, para que algún día llegue a ser ministro, diputado o presidente de este país, si todos los días están viendo que quienes están en esos cargos es precisamente por lo contrario?
MEDIOCRIDAD
Vivimos una cultura de la mediocridad donde ha quedado establecido que la mejor forma para ascender a los más altos puestos públicos es la fidelidad y la falta de escrúpulos. Que no importan muchos los títulos profesionales, ni siquiera la inteligencia. Es más, con mucha frecuencia los altos funcionarios son escogidos por sus notorias incapacidades, como una suerte de garantía para el que manda, de que ese personaje mediocre está obligado a tenerle una fidelidad perruna, pues es a él, y no a sus capacidades, a quien debe el cargo y los títulos que ostenta.
Ver en la versión impresa las páginas: 10 A