Eduardo Enríquez
El gran problema de creerse infalible, en cualquier circunstancia, pero particularmente cuando se está en las altas esferas ya sea de gobierno o de la empresa privada, es que no se permite que alrededor del “infalible” se pueda disentir.
Eso es un problema porque al fin y al cabo termina perjudicando a quien se cree incapaz de equivocarse, pues va poco a poco eliminando a las personas que tienen el coraje o la capacidad de plantear opiniones divergentes y se queda rodeado solo de personas que no se atreven o no pueden emitir una opinión distinta a la que venga “de arriba”.
Ya que la infalibilidad solo existe en la cabeza del que se cree iluminado, al quedar rodeado de gente que ni siquiera puede ofrecer opiniones distintas sobre cualquier tema que trate, esta persona está condenada a cometer error tras error y no se dará cuenta de ello hasta que es demasiado tarde.
Inevitablemente esta política lleva al iluminado o a la iluminada a rodearse de personas mediocres. Eso porque cualquier persona con capacidad profesional tiene la suficiente autoestima o amor propio como para no dejarse anular por el simple hecho de tener una opinión diferente en cualquier tema.
Las personas que tienen esas características saben que no tienen que estar al lado del iluminado para mantener su nivel de vida, saben que eso se lo da su capacidad profesional y no la sombra del “infalible”, así que antes de ver su orgullo pisoteado prefiere apartarse y continuar su rumbo por otra vía.
Por el contrario, el mediocre sabe que, sobre todo cuando ha alcanzado un nivel de vida relativamente cómodo, este solo puede continuar en la medida en que mantenga el “puestecito” al lado de quien se cree infalible. Por mantener el “puestecito” el mediocre callará aún y cuando vea el error con toda claridad. Es más, tratará de ocultarlo de la vista del infalible… no vaya a ser que este llegue a la conclusión que el error es responsabilidad del subalterno, no olvidemos que se cree incapaz de cometer errores.
En este período ilegal de gobierno la administración del presidente inconstitucional Daniel Ortega parece estar buscando desesperadamente garantizarse niveles de mediocridad impresionantes.
Parece que el haber alcanzado el control total de las instituciones estatales, tener bajo control a la oposición, tener calmada a la empresa privada, disponer de recursos económicos que para este país parecen ilimitados y creerse invulnerable a las críticas de la Comunidad Internacional ha llevado al Inconstitucional y a su esposa a concluir que tienen bajo control hasta la posibilidad de equivocarse.
Este convencimiento los llevó sin duda a concluir que el expresidente del Banco Central, Antenor Rosales, debió estar fuera de sus cabales el día que se le ocurrió emitir una opinión —que estaba respaldada por la Ley Orgánica del Banco Central— pero que chocaba con las decisiones del mandatario inconstitucional.
Eso bastó para que Rosales saliera por la puerta de atrás del Banco Central. En su lugar pusieron a alguien que de entrada dijo que ahí se haría lo que Ortega dijera. Sin duda, en las mentes de la pareja presidencial la cordura había sido restablecida.
La pareja presidencial prioriza la obediencia sobre la capacidad en casi todos los ámbitos en que se mueve. Para poner otro caso que está haciendo mucha bulla, ahí están los dedazos de las candidaturas a las alcaldías del país.
Así las cosas, no cabe la menor duda que estos cinco años de gobierno serán de total ineptitud, ya que parece que ese es el requisito más importante para trabajar en este Gobierno.
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