En la sección de noticias internacionales de LA PRENSA del miércoles de esta semana, se publicó una fotografía con las imágenes alineadas de Simón Bolívar, Jesucristo y Hugo Chávez; y en el fondo un rótulo con la leyenda: “¡He Resucitado! Patria, Socialismo o Muerte, Venceremos”.
Esa ilustración blasfema no provocó ninguna reacción pública, al menos en Nicaragua, a pesar de que su mensaje es ofensivo a los sentimientos cristianos porque presenta al gobernante venezolano Hugo Chávez como un ser divino resucitado, igual que Jesucristo. Quizás la falta de reacción y protesta se deba a que son muchas y muy frecuentes las aberraciones políticas e ideológicas, inclusive religiosas, que ocurren actualmente en el mundo, incluyendo a Nicaragua, de manera que se ha perdido hasta la capacidad de asombro y se ha llegado a considerar como “normales” la arbitrariedad, el atropello a los sentimientos morales y las creencias religiosas, y la irracionalidad del discurso de gobernantes y otros políticos que hacen lo contrario de lo que dicen.
Pero no es hasta ahora que se pretende divinizar a caudillos políticos y gobernantes despóticos. Esta estupidez se practica en el mundo y la historia desde hace mucho tiempo. En el siglo pasado fueron endiosados en vida o después de muertos, varios déspotas comunistas como Vladímir Lenin, José Stalin, Mao Tse Tung, Kim Il Sung y Fidel Castro. Y en este siglo se ha intentado convertir en divinidades al norcoreano Kim Zong Il y al venezolano Hugo Chávez, además de que en Nicaragua a Daniel Ortega sus seguidores fanáticos lo llevan como en procesión por esa misma deriva.
Un eminente escritor francés del siglo pasado señaló en una de sus obras, que la primera vez que se divinizó a un personaje político fue unos dos mil años antes de Cristo, en Babilonia. Eso ocurrió cuando un rey llamado Nino hizo erigir una gran estatua en honor de su padre recién muerto, Belo, y ordenó a sus súbditos que quemaran incienso alrededor del ídolo y le elevaran plegarias. Al poco tiempo otros gobernantes de los alrededores de Babilonia hicieron lo mismo, y más todavía, pues no solo deificaron a sus padres fallecidos sino que ellos mismos se proclamaron como dioses vivientes.
Se entiende que esa locura de que los gobernantes se creyeran dioses y la gente los tuviera como tales, ocurriera hace cuatro mil años, cuando la ignorancia dominaba al mundo, pero es absurdo que suceda en nuestra época. Se comprende que un perturbado mental se crea Napoleón Bonaparte o pretenda ser un nuevo Jesucristo, lo inaudito es que personas ilustradas, políticos educados, creadores de cultura e inclusive genios literarios, no solo le sigan la corriente al desquiciado sino que crean junto con las masas ignorantes que en realidad es un dios resucitado. Esto no tiene ninguna explicación racional, sin embargo, como lo demuestra el caso de Chávez sigue ocurriendo para bochorno de la humanidad.
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