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Del infierno al cielo

Sus muñecas aún guardan las señas de aquella tarde cuando decidió morir. Su cuerpo cayó sobre el piso, abatido por sobredosis de drogas y lesionado por el corte horizontal en ambos antebrazos, que él mismo hizo con una afilada cuchilla de afeitar.

Por Róger Almanza G.

Sus muñecas aún guardan las señas de aquella tarde cuando decidió morir. Su cuerpo cayó sobre el piso, abatido por sobredosis de drogas y lesionado por el corte horizontal en ambos antebrazos, que él mismo hizo con una afilada cuchilla de afeitar.

Era casi medio día en South Beach, Miami, cuando la vida del narcotraficante Jorge Raúl Diez, vecino y paisano de Pablo Escobar, llegaba a su fin.

No murió. De cómo llegó al hospital no lo recuerda. Pero de su mente no logró borrar esa voz que le decía “Jorge, el único que puede sanarte y llenar ese vacío es Dios”.

Han pasado 32 años, cuando Jorge Raúl Diez experimentó por primera vez en su vida la presencia de un ser superior.

Hoy a sus 62 años, en una vida de conversión cambió su nombre por el hermano Pablo María, y viaja por el mundo predicando, bailando, cantando y orando por la paz, el amor y la unión familiar.

Padre alcohólico

Nació en el seno de una familia clase media en Medellín, Colombia, a pocas calles de donde vivía el famoso narcotraficante Pablo Escobar, y aunque no fueron amigos en Colombia, años después serían colaboradores en Estados Unidos.

Fue el mayor de 12 hermanos de los que se convirtió en padre, pues el alcoholismo del progenitor no lograba mantener la familia al lado de una madre enferma por el mismo mal. A su padre lo mató el alcohol y a su madre un cáncer que la hizo sufrir a la par de sus hijos.

“Yo perdí mi infancia, perdí mi inocencia”, cuenta hoy el hermano Pablo María.

Fue violado por un tío mientras su padre retorcido en el suelo de su cuarto estaba sedado por el alcohol. Y en otra ocasión el abuso vino por parte de la muchacha de servicio, sus padres no se enteraban. Episodios con el que el pequeño Jorge conoció el odio.

El tiempo pasó y a los 15 años viajó a Estados Unidos. De algo habían valido sus clases de inglés, pues en el camino del sueño americano esta lengua le sirvió de mucho.

“A un colombiano lo identifican rápido en Estados Unidos, eso pasó conmigo. Me comentaron que había un paisano en el negocio del narcotráfico y entré”, comenta Pablo María. El paisano era Escobar.

En su primera venta ganó 2,500 dólares y esto le animó a seguir. Miles de dólares entraron a su bolsillo, y mucha sangre se posó en su conciencia. Y así pasaron 15 años más.

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Pasar la página

“Yo tengo que amarme a mi mismo, tengo que dejar esto”, se decía Jorge después de recuperarse en el hospital.

Cuando se los propuso a los jefes del cártel casi pierde a toda su familia. La muerte era la sentencia para quien se quiere retirar.

Entró a rehabilitación durante un mes y conoció al hijo de un famoso narco, a quien ayudó a salir con él de la adicción. Esto le valió su salida del cártel. Se graduó de sicólogo y empezó a trabajar con adictos.

En un viaje a Europa, hace 27 años, en un recorrido por las montañas donde se dice ha aparecido la Virgen María recibió otra señal. Una voz que le indicó que debía ser monje. “Qué locura me dije y me regresé a Miami”, cuenta Pablo María.

Tuve que viajar a Atlanta y el monasterio estaba ahí. Durante 12 años tuvo una vida monástica, y con sus votos su nombre nuevo fue Pablo María, por San Pablo un rebelde y por María, la imagen que más odió porque le recordaba a su madre.

Otra señal divina le indicó que era hora de salir por el mundo. Y así fue.

Algunos países de Europa, América Latina, Estados Unidos y hasta África han sido anfitriones del hermano Pablo María.

A Nicaragua ha venido en 79 ocasiones, y la próxima es el 14 de abril en la ciudad de León. El padre alegre como muchos lo conocen porque baila, brinca y canta para hacer llegar su mensaje de amor en una vida sin apegos.

La Prensa Domingo cielo infierno narcotraficante archivo

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