Si yo fuera Hugo Chávez Frías y pasara por lo que él está pasando, buscaría un lugar como la isla de la fantasía, ese misterioso punto del Océano Pacífico donde según la vieja serie televisiva de la cadena ABC ( Fantasy Island ) eran recibidos pasajeros exclusivos, con el único motivo de cumplir su más grande sueño, y en la isla lo lograban, pero no como lo esperaban. En realidad, en cada proyecto de la vida se paga un precio, y en esta isla del misterioso señor Roarke, el precio se pagaba con una lección que te hacia reflexionar, que las fantasías no son mejores que la vida real.
¿Por qué no retirarme a una vida sosegada, llena de amigos y conocidos, con los cuales compartir sin compromisos —más que afectivos y desinteresados—, el tiempo y quizás un legado de recuerdos bonitos? ¿Por qué no, construir mi pequeño paraíso, donde vuelva a sonreír, sin máscaras, ni intrincados diálogos en que las palabras raramente tienen el significado expreso? Haría una fiesta de despedida para todos mis asesores, y contrataría a Martha Harnecker —ya no como asesora política e historia—, sino como biógrafa, para contar los mejores ángulos de mi vida, que probablemente no se conozcan.
Es mentira que frente a una enfermedad dura como el cáncer puedas sonreír sin experimentar dolor, físico o emocional. La felicidad se convierte en momentos casi inventados e irreales. Fray Gregorio Smutko, fraile capuchino con larga trayectoria de servicio en la Costa Atlántica de Nicaragua, frente al cáncer de pleura que le habían diagnosticado, escribió tiempo antes de morir casi un manual de lucha espiritual para esos momentos duros: “Como vivir feliz y morir en paz”. El padre Smutko refiriéndose a Cristo, dice que uno de los dolores más grandes, es ser abandonado hasta por sus más amados amigos y líderes de su pueblo.
No opondría resistencia a mi realidad. Sino aprovecharía al máximo el tiempo que ya está por terminar. Le entregaría el gobierno a quien el pueblo quiera escoger, quizás colaborando con el mejor, aunque no sea de mi partido, con un candado constitucional, no a los proyectos políticos, sino a los proyectos de desarrollo social, que tienen que ver con la mayoría del pueblo venezolano, para que haya sostenibilidad en los importantes programas para generar riqueza, sin importar los gobiernos que vengan en los próximos 50 años.
Abandonaría el saludo militar para abrazar más, amando más a mis amigos y a mi familia con quienes podría hablar de recuerdos, esfuerzos, lucha y amor sin ánimo de reconocimiento. Escribiría cartas a los enemigos que nacieron con mis ideas, pidiéndoles reconciliación y paz. Dejaría de mentir como arma política, para hablar más con el corazón y la verdad. Le escribiría una larga carta de divorcio a Fidel, quizás a Putin, a Evo y a Daniel, explicándoles que ha llegado el tiempo de descansar, y que cada quien siga su camino. Amaría más a Cristo que sufrió, sin esperar nada a cambio, amaría más a Venezuela dándole la libertad que dicen necesitar.
El autor es escritor
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