Jerónimo Duarte Pérez
Todos los días desde las 4:00 de la mañana María del Socorro Palma, de 46 años, camina —con su caja de lustrar en hombros— unas 15 cuadras para llegar al lugar donde instala su negocio, en la acera de la farmacia San José, ubicada al costado norte del mercado de Nueva Guinea.
Su horario de trabajo se extiende hasta las 4:00 de la tarde y luego debe regresar a su humilde vivienda para preparar la cena de sus ocho hijos, de los cuales cuatro se dedican a lustrar zapatos.
De los ocho hijos solo dos estudian por la noche, pues en el día lustran. Doña María señaló que tuvo la necesidad de dedicarse a este negocio porque cuando trabajaba como doméstica la trataban mal.
“Ahora vivo feliz porque nadie me puede llamar la atención”, asegura sonriente.
Asegura que la única ayuda que ha recibido ha sido del exalcalde Julio Quintanilla, que le regaló seis láminas de zinc “y me están sirviendo para no mojarme”.
La casa de doña María es pequeña, solo hay espacio para tres camas, sus paredes son de ripios de madera y vive en la zona siete del casco urbano, una de las más pobres de Nueva Guinea.
“Durante este trabajo mis mejores clientes son los hombres, las mujeres pocas, no tengo cédula jamás he votado por nadie, ni puedo ir a un banco y si busco no me escuchan quizás porque me miran de esta manera”, dice doña María.
Al final del día doña María y sus cuatro hijos obtienen entre 300 y 400 córdobas por su trabajo. Asegura que lustrar un par de zapatillas tiene un costo de cinco córdobas y en el caso de las botas oscilan entre los 10 y 20 córdobas “dependiendo de la suciedad”.
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