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Insulto y desdén para la integración regional

Una serie de decisiones, amenazas, condicionamientos, insultos y puro chantaje expresa un generalizado desdén, cuando no una actitud agresiva, hacia la integración regional en un mundo convulsionado, tan necesitado de un método efectivo de colaboración entre los estados.

Iniciativas modestas como la Cumbre Iberoamericana, importantes sistemas como Mercosur, la alternancia entre la difunta ALCA y sus competidores (la última, la Celare) y la misma Unión Europea están siendo blanco de ataques aparentemente aislados.

Pero en realidad están movidos por una lógica común de actitudes negativas que en nada benefician al progreso de los pueblos de países liderados (o con ambiciones) por populistas, oportunistas, y básicamente enemigos de una mejor y cerrada relación entre estados que en principio ya tienen algo en común.

La salva reciente la iniciaron una serie de mandatarios de Sudamérica que boicotearon la asistencia a la Cumbre Iberoamericana que se celebró en octubre del año pasado en Asunción. La excusa dada fue el hecho de que el Parlamento Paraguayo todavía no ha ratificado el ingreso de Venezuela en Mercosur. Ese proyecto sufre de dudosa ejecución teniendo en cuenta la arriesgada entrada de Chávez de rebote de su portazo a la Comunidad Andina, y presenta notables obstáculos de índole técnica (comercio, inversiones). Pero peor es mezclar un asunto externo en un tejido de cooperación que tiene simplemente como base una afinidad histórica y cultural. No contribuye en nada a la mayor cohesión de las naciones que comparten dos lenguas ibéricas a ambos lados del Atlántico.

España, inspiradora de la iniciativa, cuenta como éxitos y fracasos la asistencia y calidad de ausencias a esas cumbres. La agenda ha quedado frecuentemente enterrada por los exabruptos de algunos mandatarios (Castro, Chávez) que incluso ha provocado una insólita actuación del rey Jean Carlos al conminar al líder venezolano a callarse. Si se tiene que calibrar el progreso de ese sistema por la ausencia y los gritos, mejor será cerrarla precisamente este año que coincide con el bicentenario de la Constitución de Cádiz. Fundada en 1991 en México, como preludio del Quinto Centenario en 1992, su clausura no debe quedar descartada. Será la única manera de acallar el chantaje de la no comparecencia.

Mientras Mercosur no avanza, ni tampoco sus negociaciones con la UE, la Comunidad Andina sigue también con la amenaza de abandono de Bolivia, mientras Chile está satisfecha con su “aislamiento (productivo) espléndido” a la británica. Brasil persiste con su objetivo de no casarse con nadie, mientras su hegemonía, efectiva o sutil, se refleja en la recién nacida Unasur. Perú y Colombia hacen sus cálculos con acuerdos directamente con la UE y Estados Unidos, apostando por la cuenca del Pacífico.

Feliz México con su estatus en Nafta, Centroamérica anhela cerrar el acuerdo con la UE, pero sin que decida terminar los flecos de su propia integración y de una efectiva unión aduanera. Por si acaso, uno a uno los países del istmo piropean a Washington. Curiosamente, la región que demuestra mayor respeto por la integración regional es el Caribe, donde todo sigue igual que hace varias décadas, en su feliz tamaño reducido sobreviviendo en la globalización.

La siguiente andanada la dieron todos los estados latinoamericanos y del Caribe, en insólita unanimidad en la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), que no se sabe si es simplemente una OEA sin Estados Unidos y Canadá (la víctima inocente) o una organización de papel. Fue oficialmente inaugurada en Caracas, la siguiente reunión se celebrará en Chile y otra posterior en La Habana. El gran ganador ha sido Cuba, expulsada (temeraria y contraproducentemente) de la OEA hace medio siglo en Punta del Este.

Pero el pelele más obvio y más fácil de atacar ha surgido de los restos del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) descafeinada en una serie de cumbres hemisféricas en las que los éxitos se cuentan por los decibelios con que se cuestiona la política de Estados Unidos. Ahora le ha tocado el turno a la que debe celebrarse en Cartagena de Indias (una de las capitales emblemáticas de la “integración” colonial) en abril. Mezclando patéticamente metas diferentes, los integradores del ALBA (el invento de Chávez) han amenazado con el boicot si no se invita a Cuba. Washington (y muchos calladamente) han señalado que la precondición es el reingreso de Cuba en la OEA, caparazón organizativo de las cumbres. El problema es que todo el mundo está de acuerdo con el reingreso, excepto… Estados Unidos y Cuba.

En ese contexto se celebrará otra cumbre espectacular, la de la Unión Europea con los países latinoamericanos y del Caribe, en Chile en 2013 (un retraso de su calendario bianual). No se sabe qué acuerdos se pueden cerrar o se pueden celebrar (con Mercosur o Centroamérica).

Como guinda del deterioro de la influencia de la UE en el continente, Mitt Romney ha basado su campaña para capturar la nominación del partido republicano para las elecciones de noviembre en el insulto directo contra Europa. El blanco ha sido el sistema de integración y sus logros históricos más constatables, el estado de bienestar, la medicina social y la protección laboral. Resulta insólito comprobar que Romney es una excepción en el provincianismo generalizado de los líderes norteamericanos, ya que vivió en Francia, donde trabajó como misionero, y aprendió la lengua.

Este caos refleja una ignorancia supina acerca de la esencia de la integración regional. Está más allá de la verborrea hueca, los discursos grandilocuentes. Sufre de una incapacidad de entender conceptos básicos como soberanía compartida, la supremacía de instituciones comunes y el respeto por el derecho, los pactos y los tratados. Mientras tanto, el tambaleante modelo de la UE no ayuda.

El autor es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.

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