El presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), monseñor Sócrates René Sándigo, se pronunció públicamente, el lunes pasado, contra la despenalización de las drogas.
Advirtió monseñor Sándigo en sus declaraciones, las cuales fueron difundidas por la agencia de noticias Efe y publicadas por LA PRENSA en Internet, que si las drogas fuesen legalizadas las “consecuencias serían peores” para la sociedad. A juicio de monseñor Sándigo, no es cierto que la legalización de las drogas disminuiría su demanda. “La teoría de que se reduciría el consumo es falsa. Yo creo que más bien se ampliaría, se facilitaría, y, por ende, estamos exponiendo a la persona al deterioro de la salud”, expresó el líder católico nicaragüense.
La posición del obispo Sándigo, claramente contraria a la despenalización o legalización de las drogas, es la misma que desde hace muchos años ha venido sosteniendo la Iglesia católica a nivel general y mundial. En realidad, así como la presión por la despenalización de las drogas se viene generando desde ya muchos años, solo que ahora es mucho más fuerte, también el rechazo de la Iglesia es de antigua data y siempre ha sido firme.
Ya en el año de 1986, cuando visitó Colombia en misión pastoral, el entonces papa Juan Pablo II calificó en términos muy fuertes a los narcotraficantes, de quienes dijo que eran “mercaderes de la muerte traficantes de la libertad de sus hermanos, que esclavizan con una esclavitud a veces más terrible que la de los esclavos negros. Los mercantes de esclavos impedían a sus víctimas el ejercicio de la libertad. Los narcotraficantes reducen a sus víctimas a la destrucción misma de la personalidad”.
Dos años antes, en 1984, hablando ante miembros de las comunidades terapéuticas el papa Juan Pablo II había rechazado expresamente la propuesta de despenalización de la droga, diciendo que “la droga es un mal y ante el mal no se consienten renuncias. Las legalizaciones incluso parciales, además de ser por lo menos discutibles con respecto a la índole de la ley, no surten los efectos que habían establecido. Una experiencia bastante común lo confirma. Prevención, represión y rehabilitación: estos son los puntos focales de un programa que concebido y actuado a la luz de la dignidad del hombre, sostenido por la rectitud de las relaciones entre los pueblos, recibe el apoyo y la confianza de la Iglesia”.
Cabe anotar que los narcotraficantes son mercaderes de la muerte no porque su negocio sea ilegal, sino por el efecto mortífero que sobre cuerpos, mentes y almas tiene el producto ultra dañino que ellos trafican o comercian.
El problema de la droga, tanto de producción como de tráfico y consumo —y todo lo que se deriva de los distintos eslabones de ese negocio infernal— es sumamente complejo y sin duda que entre los promotores de la despenalización hay quienes de buena fe buscan soluciones duraderas y eficaces. Pero, como lo advirtiera el antiguo secretario de Estado del Vaticano, cardenal Angelo Sodano, “el riesgo —de la legalización de las drogas— es muy elevado y las razones que llevan a una política diferente resultan ser más convincentes”.
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