Deberíamos estar preparándonos para las próximas elecciones municipales y trabajar para hacernos de un número importante de alcaldías, y digo deberíamos, porque no imagino ninguna preparación, que más convenga, que no sea la de buscar la unidad, porque no es lo mismo presionar solos, que unidos los cambios imprescindibles en el Consejo Supremo Electoral (CSE), otras instituciones y los que la República requiere.
Lo que nos ha perjudicado y sigue causando daño es la pugna sistemática entre los demócratas. Este comportamiento estéril resiente y desmotiva a las bases, facilitando la abstención en favor del partido de gobierno.
No podemos hablar de unidad si pensamos en exclusiones, no podemos hablar de unidad si edificamos sobre descalificaciones, no podemos hablar de unidad si pensamos que todos deben plegarse, sin condición, a las exigencias de una de las partes.
Para que pueda darse la unidad tenemos que sentarnos y sin apasionamiento apoyar a quien o quienes tengan mayor y real opción de apoyo popular.
Dialoguemos, no limitemos la mirada en la inmediatez de las elecciones municipales, sino que veamos más allá del horizonte para contemplar una Nicaragua libre o una Nicaragua sometida, en este segundo caso la culpa no será tanto de nuestros adversarios, como de quienes no fuimos capaces de superar nuestras diferencias, dejando que la aversión de unos contra los otros nos llenará de orgullo y nos robarán la libertad de ser humildes; pero el pecado mayor radica en que si asumimos decisiones divisionista le estaríamos dejando a nuestros hijos la Nicaragua que ellos deberán cambiar con mayor esfuerzo, dolor y sacrificio.
Todos nos hemos equivocado en algún momento, pero todos podemos rectificar, corregir nuestros errores y darnos cuenta que la unidad de los demócratas no es una conveniencia partidaria, sino una necesidad nacional, mediante la cual podremos recuperar la institucionalidad, la justicia y la paz ciudadana.
La verdad es que las bases apoyarán el liderazgo que busque con franqueza la unidad y se lo negará a quien disfrazando la división en apariencia de unidad trate de engañar al pueblo, como falsos profetas.
Cada dirigente debe sincerarse consigo mismo y dejar espacio en su partido cuando la militancia lo demande y no escuchar los consejos de quienes, por intereses mezquinos, lo animan a continuar en primera fila, causándole daño a su persona, a su partido y a la democracia.
Por eso los acuerdos de unidad deben llevarlo a cabo quienes conserven y mantengan la credibilidad del pueblo, porque de lo contrario esta se haría inalcanzable, perdiéndose en estos momentos una gran oportunidad.
En el caso de ir a elecciones, no debemos acudir divididos, no permitamos en nosotros la intransigencia, ya que todos tenemos que hacer concesiones razonables y aportes que enriquezca el programa de gobierno, que se presente a la Nación, en el cual todos nos sintamos involucrados y beneficiados.
El diálogo nos facilitará comprensión y evitará hacernos caer en comportamientos negativos.
Para sentarnos a dialogar es preciso mentalizarnos de que quien tenga más, en cuanto a la cantidad de votos, que lo ponga al servicio de la unidad, sin pretender abarcar todo y quien tenga menos que no aspire a lo que no le corresponda.
Si no logramos la unidad demostraremos que no hemos alcanzado la suficiente madurez política que nos haga comprender que, por causas pequeñas y personales, estaríamos sacrificando la libertad de un pueblo. El autor es diputado opositor en la asamblea nacional
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