Está produciendo furor en México un documental sobre el sistema educativo cuyo título es “¡De panzazo!”, término utilizado en beisbol cuando un jugador se tira de panza a la base y que se aplica también al estudiante que pasa con la nota mínima. En Nicaragua decimos: “De arrastrada”.
“De panzazo” es una crítica descarnada de las deficiencias de la educación mejicana. Su dedo índice lo pone en la calidad y lo resume la queja de uno de los personajes: “nuestros estudiantes van a la escuela pero no aprenden nada”.
El tema es muy pertinente para Nicaragua. Hemos hecho avances importantes en cobertura. El Gobierno se ha propuesto que todos los niños terminen el sexto grado. Pero de poco nos sirve lograrlo si los estudiantes no mejoran la calidad de su educación.
Está documentado en numerosos estudios (Vegas y Hanusheck, 2007), que el aporte de los ciudadanos a su país no es tanto producto de los años de estudio como de las habilidades y competencias aprendidas. Y aunque en Nicaragua no medimos la calidad, indagaciones aisladas han demostrado que esta no solo es mala sino malísima. Un caso fue un estudio patrocinado por la embajada del Japón en un grupo de escuelas públicas urbanas que detectó que el 80 por ciento de los niños de cuarto grado no sabían restar. “El panzazo” reveló que en la secundaria mejicana 6 de cada 10 estudiantes no sabían multiplicar. No sería extraño que en Nicaragua la cifra fuera similar o peor.
No nos lleva a ninguna parte buscar culpables de esta situación. Lo importante es, como nación, acertar el camino para salir de ella. El reto es complejo porque intervienen varios factores interrelacionados. El primer paso, que no es muy caro, es medir la calidad. Es fundamental poder conocer dónde estamos y cómo evolucionamos cada año. El sistema de salud tiene indicadores que permiten evaluar su calidad anualmente: mortalidad, tasa de enfermedades, peso y altura en los niños, etc. El sistema educativo solo ha venido publicando cifras de matrículas, retención y repitencia. Es preciso que mida y publique indicadores de calidad, como el dominio de las matemáticas y la lectoescritura.
Un segundo paso es medir la calidad de los docentes. Debe poder diferenciarse al maestro que logra que sus alumnos progresen de aquellos que casi no enseñan nada. Esto se logra evaluando los cambios en los aprendizajes de los alumnos. También es preciso diferenciar al maestro que cumple su cuota de días de clase de aquel que falla continuamente. El ausentismo afecta mucho la calidad de la enseñanza. En Honduras se detectó que en promedio los estudiantes reciben 60 días de clase de los 200 establecidos. (Castro 2011). En Nicaragua no tenemos datos de ausentismo.
Habría que capacitar a todos los maestros y darles la oportunidad de mejorar. Pero después de un tiempo hay que concentrar los bonos o incentivos salariales en los maestros con buen rendimiento. Darlos a todos por parejo sería tan injusto como ineficaz. Aumentos salariales que ignoran el desempeño solo aumentan el gasto del Estado pero no la calidad de la enseñanza. Esto también se ha demostrado en muchísimos países.
Simultáneamente a las anteriores medidas habría que mejorar la educabilidad de la niñez. Esto implica mejorar la nutrición de los más pobres y lograr que todo niño(a) pase por preescolar. Afortunadamente se está avanzando mucho en estos aspectos. Queda luego una gama amplia de aspectos que deben mejorarse, pero que no hay espacio para tratar. Lo importante es convertir la mejoría de la calidad educativa en una prioridad nacional. No podemos seguir siendo un país que va de arrastrada. El autor es sociólogo y fue ministro de educación 1990-1998.
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