El primero de diciembre de 1955 una ciudadana afroamericana llamada Rosa Parks subió a un autobús en Alabama, Estados Unidos, y ocupó un asiento destinado solo para blancos, en un momento que su país vivía una época de segregación racial, y donde los negros eran humillados especialmente en el sur, donde no podían compartir lugares públicos por su color.
Cuando el conductor del autobús le pidió que se quitara para cederle el lugar a un blanco, amenazándola con hacerla arrestar, la mujer con mucha valentía le contestó: “Hágalo. Ya estamos hartos que nos empujen a todos lados ”.
Su actitud provocó que esa noche pasara en la cárcel y pagara una multa para salir libre, pero su gesta inició un gran movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, en el cual estuvo involucrado un joven predicador que posteriormente se convertiría en mártir: Martin Luther King.
Luego de casi un año de protestas, la Corte Suprema de Justicia determinó que dichas disposiciones eran inconstitucionales y que todas las personas son iguales ante la ley. No había ciudadanos de primera, ni de segunda.
Hace pocos días leyendo un periódico local me impactó la fotografía de un grupo de colegas sentados en el suelo en una sala de espera de la llamada “Casa de los Pueblos”, porque les prohibieron usar los lujosos y apoltronados sillones del edificio chicha. Recordé la escena de Rosa Park sentada en una silla destinada a los blancos y haciendo valer su derecho de que todos somos iguales ante la ley y diciendo: “Ya estamos cansados que solo nos empujen”.
Esta es la sensación que debe sentir el periodismo independiente en Nicaragua en los últimos años. Ser tratados como ciudadanos de segunda, discriminados en las coberturas oficiales y de las pautas publicitarias de las empresas y organismos estatales, marginados de las actividades no solo del Gobierno central, sino de entes autónomos y ministerios, y sobreviviendo en medio de la peor crisis económica que han pasado en los últimos años.
Más de un 60 por ciento de los noticieros y revistas radiales a cargo de periodistas independientes han cerrado. Los principales medios de televisión han pasado a integrar una especie de monopolio, donde el derecho a disentir quedó relegado ante el temor del desempleo, y donde las funciones de los medios priorizan la diversión, antes que la información y la orientación.
Pero no solo en el periodismo nacional se observa la discriminación, quizás no al estilo de Rosa Parks sino en la adjudicación del derecho a una vivienda, a un trabajo, a materiales de construcción, bonos, privilegios, cartas de recomendación, etc., etc., destinados ahora a una nueva élite de “ciudadanos de primera”.
El artículo 27 de nuestra Carta Magna dice expresamente: “Todas las personas son iguales ante la ley y tienen derecho a igual protección. No habrá discriminación por motivos de nacimiento, nacionalidad, credo político, raza, sexo, idioma, religión, opinión, origen, posición económica o condición social”.
La realidad es otra y al parecer el ejemplo de Rosa Park debe ser recordado y actualizado para que las nuevas generaciones al conocerlo se convenzan que los derechos se pierden si no se saben defender.
Cuando a los millares de manifestantes negros, luego de casi un año de marchar en Estados Unidos pidiendo el fin a la discriminación, les preguntaron si estaban cansados, contestaron: “Nuestros pies sí, pero nuestras almas están liberadas…”.
Y nosotros, ¿ya tenemos los pies cansados? El autor es escritor y periodista.
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