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Mi homenaje a Carlos Martínez Rivas

CMR fue un hombre sin ideas y con muchos pensamientosque tenía el vicio de las rosas.Se despertaba todas las mañanas, se alejaba del amanecery llegaba a la noche con los ojos cerrados.Borraba el horror de la luz, cerraba la caja de la guitarra/ y huía para adentro.Siempre le hizo falta una rosa chintana en el mundo de la/ noche.Sus remos rompieron las cartas de navegación pero llegaban los pensamientos al puerto.Desembarcaban, y se escapaban a los manglares.Y volvían en versos tristes que dormían en las calles, en las/ aceras duras,en el pan desordenado de un ángel humano.Volvían y se iban, buscando el perfume del azul infinito,y lo encontraba en alucinaciones, en el cielo intocato del/ suicidio de su madre,en Charenton, en los barcos ebriosllenos de zorrillas precoces, divinas escuálidas y amores/ imposibles.Y rones, se le venían muchos rones prendidos como una/ soledaden la camisa del alcohólico, del ingrato, del inconforme,del eterno perdedor de felicidades.Detestaba las ideas pero amaba los pensamientos que se/ marchitan en la noche.Y amaba la soledad porque podía buscar la compañía de/ Rubén, de Baudelaire,y de las mil y una Lolitas de Nabokov, desvestidas con el color/ crudo de la carne, que no interrumpían su soledad.

CMR fue un hombre sin ideas y con muchos pensamientos

que tenía el vicio de las rosas.

Se despertaba todas las mañanas, se alejaba del amanecer

y llegaba a la noche con los ojos cerrados.

Borraba el horror de la luz, cerraba la caja de la guitarra/

y huía para adentro.

Siempre le hizo falta una rosa chintana en el mundo de la/

noche.

Sus remos rompieron las cartas de navegación

pero llegaban los pensamientos al puerto.

Desembarcaban, y se escapaban a los manglares.

Y volvían en versos tristes que dormían en las calles, en las/

aceras duras,

en el pan desordenado de un ángel humano.

Volvían y se iban, buscando el perfume del azul infinito,

y lo encontraba en alucinaciones, en el cielo intocato del/

suicidio de su madre,

en Charenton, en los barcos ebrios

llenos de zorrillas precoces, divinas escuálidas y amores/

imposibles.

Y rones, se le venían muchos rones prendidos como una/

soledad

en la camisa del alcohólico, del ingrato, del inconforme,

del eterno perdedor de felicidades.

Detestaba las ideas pero amaba los pensamientos que se/

marchitan en la noche.

Y amaba la soledad porque podía buscar la compañía de/

Rubén, de Baudelaire,

y de las mil y una Lolitas de Nabokov, desvestidas con el color/

crudo de la carne,

que no interrumpían su soledad.

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