CMR fue un hombre sin ideas y con muchos pensamientos
que tenía el vicio de las rosas.
Se despertaba todas las mañanas, se alejaba del amanecer
y llegaba a la noche con los ojos cerrados.
Borraba el horror de la luz, cerraba la caja de la guitarra/
y huía para adentro.
Siempre le hizo falta una rosa chintana en el mundo de la/
noche.
Sus remos rompieron las cartas de navegación
pero llegaban los pensamientos al puerto.
Desembarcaban, y se escapaban a los manglares.
Y volvían en versos tristes que dormían en las calles, en las/
aceras duras,
en el pan desordenado de un ángel humano.
Volvían y se iban, buscando el perfume del azul infinito,
y lo encontraba en alucinaciones, en el cielo intocato del/
suicidio de su madre,
en Charenton, en los barcos ebrios
llenos de zorrillas precoces, divinas escuálidas y amores/
imposibles.
Y rones, se le venían muchos rones prendidos como una/
soledad
en la camisa del alcohólico, del ingrato, del inconforme,
del eterno perdedor de felicidades.
Detestaba las ideas pero amaba los pensamientos que se/
marchitan en la noche.
Y amaba la soledad porque podía buscar la compañía de/
Rubén, de Baudelaire,
y de las mil y una Lolitas de Nabokov, desvestidas con el color/
crudo de la carne,
que no interrumpían su soledad.
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