¿Está Nicaragua condenada a girar en círculos? La tortuosa historia del país, tachonada de guerras civiles y dictaduras, más la dificultad para que se institucionalice la democracia y la facilidad con que regresan los vicios del pasado, han hecho que el fatalismo cale hondo en nuestra cultura. Maldito País fue el título que José Román dio a su libro de 1933 y que expresa el sentido de impotencia o derrotismo que han sufrido nuestras generaciones.
Pero la verdad es que no hay nada en los astros, ni menos en la voluntad de Dios, que avale este prejuicio. Lo que ha causado nuestras frustraciones son una serie de factores históricos y sociales entendibles, a pesar de su complejidad, y remediables, a pesar de su dificultad. Lo importante es afrontarlos con la estrategia adecuada. Porque a veces lo que provoca girar en círculos no son tanto las dificultades que nos rodean, como las respuestas equivocadas con que las enfrentamos.
Tras las tribulaciones de la historia de Nicaragua algo que se adivina es un serio déficits de hombres y mujeres en los que converja la buena instrucción con la formación ética. De aquí que se hable de una crisis —carencia— de liderazgos y elementos pensantes capaces de enrumbar el país hacia mejores derroteros. Si bien todo progreso requiere de numerosos factores, como infraestructura adecuada, estabilidad macroeconómica, inversiones, etc., ninguna nación puede salir verdaderamente adelante sin el concurso de un mínimo de personas en que converjan la instrucción y la ética. Los Estados Unidos, por ejemplo, debieron parte de su éxito a la presencia de una casta de líderes —los padres fundadores— con cualidades excepcionales.
La buena noticia es que este déficit de buen elemento humano es corregible. Lograrlo no exige tanto el esfuerzo por cambiar las generaciones adultas —es meritorio pero más difícil enderezar el árbol torcido— como formar a los jóvenes desde su niñez. Pero no se trata solo de formar su intelecto, enseñándoles a pensar y aprender, sino de formar su carácter, inculcándole virtudes, y suministrarle valores. Un esfuerzo serio y sostenido por formar personas de excelencia humana y profesional —que piensen bien y actúen bien— no puede dejar de tener un gran impacto en la sociedad y está llamado a ser uno de los elementos estratégicos de mayor importancia en la reconstrucción nacional.
Indudablemente, se trata de un esfuerzo a largo plazo. Nicaragua no tiene solución a plazo corto pues sus principales problemas son profundos y de orden cultural. Un mejor elemento humano, en todos los sentidos, no se improvisa sino que implica años de esfuerzos sostenidos. Pero es un empeño que a diferencia de otros no puede fallar en dar frutos. Tantas veces los nicaragüenses hemos batido tambores de guerra sangrientos para quedar en la misma. Diálogos, marchas, partidos, alianzas, movilizaciones, presiones cívicas, etc. son necesarias y buenas, sobre todo cuando forman conciencia sobre el terreno, pero no son de por sí suficientes. Tarde o temprano los vicios no erradicados de nuestra cultura política y social volverán a mostrar sus garras y causar nuevas decepciones.
La repuesta, hay que insistir, no es suministrar una educación confinada a las habilidades o destrezas, sino una que forme al individuo completo; que lo haga mejor persona. Y esto requiere establecimientos con una vocación y un personal especial que otorguen a la formación del carácter y las virtudes el mismo peso que suele otorgarse a las matemáticas, la gramática o la computación. Quienes así procedan no estarán arando en el mar, como exclamó exasperado Bolívar tras el caos que sobrevino a la independencia, sino en tierra fértil.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación 1990-1998.
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