Alero Isidro Rogríguez
Cervantes dice: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Es por eso que los escritores leemos mucho, somos una jaula de palabras, que trinan y nos revolotean, y nos llenamos de duendes y de misterio. Porque somos capaces de hacer rugir a un león preso entre las páginas de un libro.
Cuando un poema muere en el tiempo, otro nace desde el tiempo. Promovemos la literatura nacional, compartimos con los muchachos, para paliar esa literatura estéril de forma y contenido, de medir la poesía, como si la poesía pudiera medirse.
Congreguémonos en una plaza literaria, donde se paseen los poemas y los cuentos, el teatro y la novela. Donde no se venda el dolor ni la alegría. En una promoción de la lectura y de la carnalidad literaria, donde el poder del amor sea capaz de hacer que un cigarro baile una canción de humo o que un gato muera aplastado por un beso. Porque, para amar solo necesito un trozo de luz o un rincón de la noche.
Y hemos andado mucho cargando nuestros libros, para desgranarlos ante los estudiantes, para enamorarlos en cada charla literaria, para que se emocionen, para que sienten en cada lectura, y corten, como Margarita Debayle, una estrella sin permiso del papá, para que sueñen que la Luna puede ser de queso.
Solo el poeta tiene el poder de entrar a una casa que no tiene puertas. Cada libro que cargamos es una alforja de vida, de paradigmas, de eco poesía, de ética literaria, holística e integral, pero sobre todo humana, de reconstrucción humanística. Una poesía donde habla la naturaleza, una conciencia poética, donde luchamos porque la literatura se establezca con su libertad y creación ante sociedades drogadas, alcoholizadas, que le han tomado sabor y placer a la muerte.
Para que la poesía sea la vida misma del poeta, tiene que ser: su amante, su ramera, su amiga, su madre, su zapato, su cama, su comida, su sombra, su vida y su muerte.
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