FRONTERAS
Colombia queda a más de dos mil kilómetros de Nicaragua. Ni siquiera tenemos fronteras comunes. Y sería un país más, con el que mantenemos relaciones más o menos cordiales, de no ser por esa absurda pretensión de reclamar como propias las aguas del Caribe nicaragüense. Basta ver un mapa para comprender cuánto se tiene que alejar Colombia de sus propias costas, y hacer un retorcido viaje de delimitación, para llegar justo a las aguas de Nicaragua sin tocar las de sus otros vecinos.
ANACRONISMO
Desde el derecho limítrofe no tiene explicación la pretensión colombiana. Y entonces se vuelve la vista a la historia Que durante la Colonia, España en algún momento trasladó la autoridad sobre esos mares de la Capitanía de Guatemala al Virreinato de Santa fe (Colombia) para contener la invasión inglesa, que eso nunca se ejecutó, pero un día apareció el documento ese y Colombia se sintió con derechos de reclamar, pero que no hacer de las suyas hasta que aprovechó cuando Nicaragua estaba ocupada militarmente para negociar con Estados Unidos, y un mal día de 1928 imponerle a Nicaragua un tratado que sería como decirle al vecino que “desde ahora su patio es mío”. El reclamo de Colombia es un anacronismo, tan absurdo y colonial, como el reclamo de Inglaterra sobre las islas Malvinas.
PALOS DE CIEGO
En un país donde existen más de 60 altos cargos con términos vencidos, que son ocupados con leguleyadas por personas que se han hecho gatos bravos de ellos, el presidente, que también debería estar preocupado por la legalidad de su propio cargo, en vez de estar trabajando para reparar el descalabro, propone que se tripliquen los concejales de cada municipio. “¡Plop!”, diría Condorito. Son palos de ciego. Es como tener un cáncer y estar pensado en una cirugía estética de nariz. Inútil, costosa e inoportuna.
PÓLVORA DE ZOPILOTES
Pero no solo eso. También tenemos una institución electoral que es una vergüenza para todos los ciudadanos, y si algo de sensatez nos quedara, debería ser prioridad número uno de toda la sociedad cambiarla, sanearla, y si todavía quedase algo de justicia, llevar ante los tribunales a los malandrines que tanto daño le han hecho a Nicaragua. En cambio tenemos un ejecutivo y una Asamblea Nacional malgastando esfuerzos en aumentar exageradamente el número de concejales bajo la única premisa de que “más pueden trabajar mejor”. Es gastar pólvora en zopilotes. Una barbaridad. Si eso fuera cierto, todos los nicaragüenses deberíamos convertirnos en concejales por ley, y este sería el país de las maravillas.
EL SACRISTÁN Y LA CERA
Hay un refrán que dice: “Sacristán que vende cera y no tiene colmenar, o la saca de la oreja o la roba del altar”. De Venezuela salieron 16.5 millones barriles de petróleo el año pasado. En Nicaragua se registró la llegada de solo 11.6 millones de barriles. ¿Y el resto? Es un misterio. O los barcos petroleros tienen algún hoyo y vienen botando el crudo en el camino o alguien se ha convertido en magnate petrolero sin tener pozo alguno. Nicaragua no registra oficialmente exportaciones de petróleo, pero desde El Salvador ya se habla de la compra de “petróleo nicaragüense”. Hay que resolver ese misterio: quién es el sacristán y de dónde está sacando la cera. ¿La está sacando de su oreja o la está robando del altar?
QUIÉN PAGA
“¿Cuál es el problema, si en todo caso es a los venezolanos que se les está dando el garrotazo?”, podría argumentar alguien. No estoy tan seguro de eso. Así pensábamos de toda la “solidaridad” que venía de los países soviéticos en los ochenta, y al final se tuvo que pagar o negociar cada centavo. Es al día de hoy y todavía le debemos en dólares a Irán todo su “apoyo revolucionario”. Vistas así las cosas, primero, estamos obligados a pensar que alguien, en algún momento, tendrá que pagar por ese petróleo, y yo la verdad tengo serias dudas de que lo hagan los que alegremente lo desvían para su bolsa.
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