Por Moisés Absalón Pastora
La convención que el Partido Liberal Constitucionalista celebrará éste próximo 29 de abril, será sin duda la más importante de los últimos 16 años, incluso más que la de 1996 que designó a Arnoldo Alemán por primera vez candidato presidencial y que terminó sentándolo en la primera magistratura de la nación.
Los convencionales del PLC que están siendo seducidos por el continuismo oficialista y por los reformistas disidentes, creo que por primera vez, vamos a tomar en serio el significado del rojo y del amarillo que tradicionalmente nos han representado el Sí y el No respectivamente en cada uno de esos eventos que ahora no lucen ni tan fraternos ni tan manejables.
Es iluso pensar que Arnoldo Alemán ha declinado entregar la valija del PLC. La institución política, después que alcanzó la presidencia de la República, dejó de ser un partido y se convirtió en un medio para alcanzar propósitos personales y ahora desde la llanura no creo que eso haya cambiado mucho.
El otrora “máximo líder” tratará de imponer en la convención del 29 de abril, los resultados que él quiera para sí. El querrá silenciar las voces que han venido exigiendo su retiro de las líneas de dirección y ahogarlas con su poder a fin de dejar claro el mensaje: “Yo soy el PLC y el PLC soy yo”.
Arnoldo Alemán ya tiene idealizado el CEN que le conviene y los disidentes también. Sin embargo, para el PLC lo bonancible realmente va más allá de la escogencia entre oficialistas e independientes. Es decir, el PLC no va por una elección que decida la legitimidad de su “reingeniería”, sino por reencontrarse en la ruta del futuro.
Dicho de otra forma el 29 de abril, los liberales constitucionalistas tienen que tomar una decisión extrema sin puntos intermedios: Arnoldo Alemán o el PLC. La escogencia es simple, o es nacer o es morir.
Quien más obligación tiene de resolver convenientemente la ruta correcta, es el propio Arnoldo Alemán. Si este llegara a imponer a sus “marionetas” en una aparente justa democrática, sabiendo todos de antemano quién maneja los hilos del muñeco, nada habrá ganado porque entonces habrá llegado la hora de apagar las luces y decir que la función terminó.
La poca estructura efectiva que aún queda en el PLC está en su lugar no por la lealtad a ningún “máximo líder”, sino porque está a la espera de lo que suceda en la próxima convención. Si la estrategia del “Gato Pardo”, de cambiar todo para no cambiar nada se impone, la otrora máquina de hacer votos habrá quebrado sus bielas y culatas sin posibilidad de encontrar repuestos en el mercado negro y menos motor para su carruaje canceroso.
Así las cosas el PLC o cambia o no cambia. No hay alternativas ni consideraciones contrarias.
Los liberales constitucionalistas decidirán entre la institución política y aquel que la secuestra. Si optamos por lo primero seguramente habremos puesto en tierra la semilla que más tarde permita a Nicaragua levantar la bandera por el rescate de la República, en un solo espíritu de hermandad.
El autor es periodista y aun convencional del PLC.